XXXI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mt 25, 1-13) – noviembre 12, 2023
Evangelio
según
san Mateo 25, 1-13
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos
esta parábola: "El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes, que
tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran
descuidadas y cinco, previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no
llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron
cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les
entró sueño a todas y se durmieron.
A medianoche se oyó un grito: '¡Ya viene el
esposo! ¡Salgan a su encuentro!' Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes
y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las
previsoras: 'Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están
apagando'. Las previsoras les contestaron: 'No, porque no va a alcanzar para
ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo'.
Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el
esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se
cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: 'Señor, señor,
ábrenos'. Pero él les respondió: 'Yo les aseguro que no las conozco'.
Estén pues, preparados, porque no saben ni
el día ni la hora''.
Reflexiones Buena Nueva
#Microhomilia
La Palabra hoy, nos muestra una imagen que es propuesta de un modo de vivir la vida: permanecer con la "lámpara encendida". Esta actitud se funda en la certeza que Él viene, y por ello vivimos esperanzados, con luz, iluminados, descubriendo con esta luz que no estamos solos, que esperamos acompañados, aunque la tinieblas de la noche nos acechen.La "lámpara" se alimenta de un consumible, para "tener luz" hay que alimentar la lámpara, y aunque esté encendida, hay que tener una segunda actitud "la prudencia", la prevención de quien sabe que hay que alimentar la esperanza, la luz y hay que tener nuestra reserva de "aceite", de esperanza.¿Cuál es el "aceite" con el que se alimenta tu lámpara?Piensa en eso que alimenta tu esperanza, que mantiene la luz que ilumina tus noches oscuras. ¿Cómo cuidas que no se agote?Quizás descubres hoy que los días están transcurriendo oscuros, entonces será tiempo de buscar más de ese aceite para encender la lámpara.#FelizDomingo
La señora Julia Morante es una
campesina que estará pasando ya los ochenta abriles. Cuando la conocí, hace
unos 20 años, ya viuda y con la mayoría de sus hijos e hijas casados y
organizados, seguía madrugando todos los días del año, con lluvia o sin ella,
festivos o laborales, a ordeñar las vacas de don Noé Mora, uno de los vecinos
ricos de la vereda de Pajarito, en el municipio de Tausa, al norte de
Zipaquirá. Ordeñando vacas fue como levantó a su familia en medio de la pobreza
digna de los campesinos de esta zona del país. Años más tarde, recordaba a doña
Julia cuando le oía decir a un humorista argentino que las vacas no dan leche... se
la sacan...
Cuando llegábamos los juniores
a su casa todos los fines de semana, hervía un poco de leche y nos brindaba un
trozo de pan con una deliciosa taza de leche, todavía humeante. De ella
aprendimos algo que en las cocinas de las ciudades no pasa de ser un pequeño
incidente, desgraciadamente frecuente, pero que en el contexto de doña Julia
era algo muy importante. Según una creencia generalizada entre los campesinos
de estas veredas, cuando la leche hervida se riega sobre la estufa de carbón de
piedra, las ubres de las vacas de cuartean y esto impide su ordeño adecuado.
Por eso, doña Julia estaba muy atenta al momento en que la lecha comenzaba a
subir por los bordes de la olleta que usaba para hervirla.
No hay cosa más inesperada, ni
más frecuente, que la leche que se derrama sobre las estufas de este país. Si
uno se queda mirando la leche, parece que nunca va a hervir. Pero basta un
pequeñísimo descuido y las ubres de las vacas sufren las fatales consecuencias;
además, limpiar una estufa con leche regada por todas partes, es de lo más
incómodo que hay en la cocina.
Según la parábola que Jesús
nos cuenta este domingo, esta es una más de las características del reino de
Dios: llega sin avisar. Hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día
ni la hora. Las cinco muchachas previsoras van a esperar al novio, en
medio de la noche, preparadas con suficiente aceite para las lámparas. En
cambio, las cinco muchachas despreocupadas no llevaban aceite para
llenar las lámparas por segunda vez.
Por eso, a medianoche, cuando
llegó por fin el novio, las primeras entraron a la boda, mientras que las
segundas tuvieron que ir a comprar más aceite para sus lámparas. Cuando
volvieron diciendo, “¡Señor, señor, ábrenos!”, no fueron aceptadas en la fiesta.
Podríamos decir que ya no valió llorar sobre la leche derramada... Por eso,
tenemos que estar despiertos y atentos delante de la olla de nuestra vida, como
doña Julia, “porque no sabemos ni el día ni la hora”.
ESPERAR A JESÚS CON LAS
LÁMPARAS ENCENDIDAS
Entre los primeros cristianos había, sin duda,
discípulos «buenos» y discípulos «malos». Sin embargo, al escribir su
evangelio, Mateo se preocupa sobre todo de recordar que, dentro de la comunidad
cristiana, hay discípulos «sensatos» que están actuando de manera responsable y
discípulos «necios» que actúan de manera frívola y descuidada. ¿Qué quiere
decir esto?
Mateo recuerda dos parábolas de Jesús. La primera es
muy clara. Hay algunos que «escuchan las palabras de Jesús» y «las ponen en
práctica». Toman en serio el evangelio y lo traducen en vida. Son como el
«hombre sensato» que construye su casa sobre roca. Es el sector más
responsable: los que van construyendo su vida y la de la Iglesia sobre la
verdad de Jesús.
Pero hay también quienes escuchan las palabras de
Jesús y «no las ponen en práctica». Son tan «necios» como el hombre que
«edifica su casa sobre arena». Su vida es un dispar. Si fuera solo por ellos,
el cristianismo sería pura fachada, sin fundamento real en Jesús.
Esta parábola nos ayuda a captar el mensaje
fundamental de otro relato en el que un grupo de jóvenes salen, llenas de
alegría, a esperar al esposo para acompañarlo a la fiesta de su boda. Desde el
comienzo se nos advierte que unas son «sensatas» y otras «necesidades».
Las «sensatas» llevan consigo aceite para mantener
encendidas sus lámparas; las «necesitas» no piensan en nada de esto. El esposo
tarda, pero llega a medianoche. Las «sensatas» salen con sus lámparas a
iluminar el camino, acompañan al esposo y «entran con él» en la fiesta. Las
«necesidades», por su parte, no saben cómo resolver su problema: «se les apagan
las lámparas». Así no pueden acompañar al esposo. Cuando llegan es tarde. La
puerta está cerrada.
El mensaje es claro y urgente. Es una insensatez
seguir escuchando el evangelio sin hacer un esfuerzo mayor para convertirlo en
vida: es construir un cristianismo sobre arena. Y es una necesidad confesar a
Jesucristo con una vida apagada, vacía de su espíritu y su verdad: es esperar a
Jesús con las «lámparas apagadas». Jesús puede tardar, pero nosotros no podemos
retrasar más nuestra conversión.
SI TU LÁMPARA ESTÁ APAGADA, ERES UN
CACHARRO INÚTIL
La señora Julia Morante es una
campesina que estará pasando ya los ochenta abriles. Cuando la conocí, hace
unos 20 años, ya viuda y con la mayoría de sus hijos e hijas casados y
organizados, seguía madrugando todos los días del año, con lluvia o sin ella,
festivos o laborales, a ordeñar las vacas de don Noé Mora, uno de los vecinos
ricos de la vereda de Pajarito, en el municipio de Tausa, al norte de
Zipaquirá. Ordeñando vacas fue como levantó a su familia en medio de la pobreza
digna de los campesinos de esta zona del país. Años más tarde, recordaba a doña
Julia cuando le oía decir a un humorista argentino que las vacas no dan leche... se
la sacan...
Cuando llegábamos los juniores
a su casa todos los fines de semana, hervía un poco de leche y nos brindaba un
trozo de pan con una deliciosa taza de leche, todavía humeante. De ella
aprendimos algo que en las cocinas de las ciudades no pasa de ser un pequeño
incidente, desgraciadamente frecuente, pero que en el contexto de doña Julia
era algo muy importante. Según una creencia generalizada entre los campesinos
de estas veredas, cuando la leche hervida se riega sobre la estufa de carbón de
piedra, las ubres de las vacas de cuartean y esto impide su ordeño adecuado.
Por eso, doña Julia estaba muy atenta al momento en que la lecha comenzaba a
subir por los bordes de la olleta que usaba para hervirla.
No hay cosa más inesperada, ni
más frecuente, que la leche que se derrama sobre las estufas de este país. Si
uno se queda mirando la leche, parece que nunca va a hervir. Pero basta un
pequeñísimo descuido y las ubres de las vacas sufren las fatales consecuencias;
además, limpiar una estufa con leche regada por todas partes, es de lo más
incómodo que hay en la cocina.
Según la parábola que Jesús
nos cuenta este domingo, esta es una más de las características del reino de
Dios: llega sin avisar. Hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día
ni la hora. Las cinco muchachas previsoras van a esperar al novio, en
medio de la noche, preparadas con suficiente aceite para las lámparas. En
cambio, las cinco muchachas despreocupadas no llevaban aceite para
llenar las lámparas por segunda vez.
Por eso, a medianoche, cuando
llegó por fin el novio, las primeras entraron a la boda, mientras que las
segundas tuvieron que ir a comprar más aceite para sus lámparas. Cuando
volvieron diciendo, “¡Señor, señor, ábrenos!”, no fueron aceptadas en la fiesta.
Podríamos decir que ya no valió llorar sobre la leche derramada... Por eso,
tenemos que estar despiertos y atentos delante de la olla de nuestra vida, como
doña Julia, “porque no sabemos ni el día ni la hora”.
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