sábado, 11 de noviembre de 2023

XXXII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A

 XXXI Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mt 25, 1-13) – noviembre 12, 2023


Evangelio según san Mateo 25, 1-13

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.

A medianoche se oyó un grito: '¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!' Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: 'Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando'. Las previsoras les contestaron: 'No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo'.

Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: 'Señor, señor, ábrenos'. Pero él les respondió: 'Yo les aseguro que no las conozco'.

Estén pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora''.

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

La Palabra hoy, nos muestra una imagen que es propuesta de un modo de vivir la vida: permanecer con la "lámpara encendida". Esta actitud se funda en la certeza que Él viene, y por ello vivimos esperanzados, con luz, iluminados, descubriendo con esta luz que no estamos solos, que esperamos acompañados, aunque la tinieblas de la noche nos acechen.
La "lámpara" se alimenta de un consumible, para "tener luz" hay que alimentar la lámpara, y aunque esté encendida, hay que tener una segunda actitud "la prudencia", la prevención de quien sabe que hay que alimentar la esperanza, la luz y hay que tener nuestra reserva de "aceite", de esperanza.
¿Cuál es el "aceite" con el que se alimenta tu lámpara?
Piensa en eso que alimenta tu esperanza, que mantiene la luz que ilumina tus noches oscuras. ¿Cómo cuidas que no se agote? 
Quizás descubres hoy que los días están transcurriendo oscuros, entonces será tiempo de buscar más de ese aceite para encender la lámpara. 
#FelizDomingo

“(...) no saben ni el día ni la hora” 

La señora Julia Morante es una campesina que estará pasando ya los ochenta abriles. Cuando la conocí, hace unos 20 años, ya viuda y con la mayoría de sus hijos e hijas casados y organizados, seguía madrugando todos los días del año, con lluvia o sin ella, festivos o laborales, a ordeñar las vacas de don Noé Mora, uno de los vecinos ricos de la vereda de Pajarito, en el municipio de Tausa, al norte de Zipaquirá. Ordeñando vacas fue como levantó a su familia en medio de la pobreza digna de los campesinos de esta zona del país. Años más tarde, recordaba a doña Julia cuando le oía decir a un humorista argentino que las vacas no dan leche... se la sacan...

Cuando llegábamos los juniores a su casa todos los fines de semana, hervía un poco de leche y nos brindaba un trozo de pan con una deliciosa taza de leche, todavía humeante. De ella aprendimos algo que en las cocinas de las ciudades no pasa de ser un pequeño incidente, desgraciadamente frecuente, pero que en el contexto de doña Julia era algo muy importante. Según una creencia generalizada entre los campesinos de estas veredas, cuando la leche hervida se riega sobre la estufa de carbón de piedra, las ubres de las vacas de cuartean y esto impide su ordeño adecuado. Por eso, doña Julia estaba muy atenta al momento en que la lecha comenzaba a subir por los bordes de la olleta que usaba para hervirla.

No hay cosa más inesperada, ni más frecuente, que la leche que se derrama sobre las estufas de este país. Si uno se queda mirando la leche, parece que nunca va a hervir. Pero basta un pequeñísimo descuido y las ubres de las vacas sufren las fatales consecuencias; además, limpiar una estufa con leche regada por todas partes, es de lo más incómodo que hay en la cocina.

Según la parábola que Jesús nos cuenta este domingo, esta es una más de las características del reino de Dios: llega sin avisar. Hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora. Las cinco muchachas previsoras van a esperar al novio, en medio de la noche, preparadas con suficiente aceite para las lámparas. En cambio, las cinco muchachas despreocupadas no llevaban aceite para llenar las lámparas por segunda vez.

Por eso, a medianoche, cuando llegó por fin el novio, las primeras entraron a la boda, mientras que las segundas tuvieron que ir a comprar más aceite para sus lámparas. Cuando volvieron diciendo, “¡Señor, señor, ábrenos!”, no fueron aceptadas en la fiesta. Podríamos decir que ya no valió llorar sobre la leche derramada... Por eso, tenemos que estar despiertos y atentos delante de la olla de nuestra vida, como doña Julia, “porque no sabemos ni el día ni la hora”.

 

ESPERAR A JESÚS CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS 

Entre los primeros cristianos había, sin duda, discípulos «buenos» y discípulos «malos». Sin embargo, al escribir su evangelio, Mateo se preocupa sobre todo de recordar que, dentro de la comunidad cristiana, hay discípulos «sensatos» que están actuando de manera responsable y discípulos «necios» que actúan de manera frívola y descuidada. ¿Qué quiere decir esto?

Mateo recuerda dos parábolas de Jesús. La primera es muy clara. Hay algunos que «escuchan las palabras de Jesús» y «las ponen en práctica». Toman en serio el evangelio y lo traducen en vida. Son como el «hombre sensato» que construye su casa sobre roca. Es el sector más responsable: los que van construyendo su vida y la de la Iglesia sobre la verdad de Jesús.

Pero hay también quienes escuchan las palabras de Jesús y «no las ponen en práctica». Son tan «necios» como el hombre que «edifica su casa sobre arena». Su vida es un dispar. Si fuera solo por ellos, el cristianismo sería pura fachada, sin fundamento real en Jesús.

Esta parábola nos ayuda a captar el mensaje fundamental de otro relato en el que un grupo de jóvenes salen, llenas de alegría, a esperar al esposo para acompañarlo a la fiesta de su boda. Desde el comienzo se nos advierte que unas son «sensatas» y otras «necesidades».

Las «sensatas» llevan consigo aceite para mantener encendidas sus lámparas; las «necesitas» no piensan en nada de esto. El esposo tarda, pero llega a medianoche. Las «sensatas» salen con sus lámparas a iluminar el camino, acompañan al esposo y «entran con él» en la fiesta. Las «necesidades», por su parte, no saben cómo resolver su problema: «se les apagan las lámparas». Así no pueden acompañar al esposo. Cuando llegan es tarde. La puerta está cerrada.

El mensaje es claro y urgente. Es una insensatez seguir escuchando el evangelio sin hacer un esfuerzo mayor para convertirlo en vida: es construir un cristianismo sobre arena. Y es una necesidad confesar a Jesucristo con una vida apagada, vacía de su espíritu y su verdad: es esperar a Jesús con las «lámparas apagadas». Jesús puede tardar, pero nosotros no podemos retrasar más nuestra conversión.

 

SI TU LÁMPARA ESTÁ APAGADA, ERES UN CACHARRO INÚTIL 

Los textos de estos últimos domingos del año litúrgico nos invitan a despertar, a estar preparados. Ya no pensamos en ese Dios vengativo que está al acecho para ver como puede cogernos en un renuncio y condenarnos. La frase: “Dios te coja confesado” es un insulto a Dios. Dios no nos espera al final del camino para juzgarnos. Dios es el principio y está en nosotros cada instante de nuestra vida para que podamos llevarla a plenitud.

Ya no tiene sentido meter miedo: No sabéis el día ni la hora. ¡Temblad! Y eso que, en el ciclo (A) nos libramos de textos apocalípticos, que son todavía más terroríficos. No es la muerte la que tiene que dar sentido a nuestra vida, sino al revés, solo viviendo a tope, se aprende a morir. Aunque solo os quedara un segundo de vida, haríais mal en pensar en la muerte. Sería más positivo el vivir plenamente ese segundo. La muerte ni quita ni añade nada; el auténtico sentido debemos dárselo a la vida plenamente consciente.

Después de un año o más de desposorios, se celebraba la boda, que consistía en conducir a la novia a la casa del novio, donde se celebraba el banquete. Esta ceremonia no tenía ningún carácter religioso. El novio, acompañado de sus amigos y parientes, iba a la casa de la novia para conducirla a la casa de su propia familia. En su casa le esperaba la novia con sus amigas, que la acompañarían. Todos estos rituales empezaban a la puesta del sol y tenían lugar de noche, de ahí la necesidad de las lámparas.

La importancia del relato no la tiene el novio ni la novia, ni siquiera los acompañantes. Lo que el relato destaca es la luz. La luz es más importante que las mismas muchachas, porque lo que determina que entren o no entren en el banquete es que tengan o no tengan el candil encendido. Una acompañante sin luz no pintaba nada en el cortejo. Ahora bien, para que dé luz una lámpara, tiene que tener aceite. Aquí está la madre del cordero. Lo importante es la luz, pero lo que hay que procurar es el aceite.

El aceite y la luz son las obras que manifiestan una actitud adecuada. Jesús había dicho: Yo soy la luz del mundo. Y también: vosotros sois la luz del mundo. El ser humano es luz cuando ha desplegado su verdadero ser; es decir, cuando trasciende y va más allá de lo que le pide su simple animalidad. No es que nuestra condición de animales sea algo malo, al contrario, es la base para alcanzar nuestra plenitud, pero si no vamos más allá, cercenamos nuestras posibilidades de humanidad.

La primera lectura nos ayuda a entender la parábola. La Sabiduría es encontrar el sentido de la vida que es más importante que la vida misma. La vida tiene sentido, pero tenemos que descubrirlo. Esa es la tarea específicamente humana. Nuestra vida puede quedar malograda como la vida humana. Hay que estar alerta, porque el tiempo pasa. Hay que despertar, de lo contrario, perderás la oportunidad de ser tú.

¿Cuál es el aceite que arde en la lámpara? Si acertamos con la respuesta, tenemos resuelto el significado de la parábola. En (Mt 7,24-27) se dice: Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra, se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Y todo aquel que no las pone por obra, se parece al necio que edificó sobre arena. La luz son las obras. El aceite que alimenta la llama es el amor. El ser sensato no depende de un conocimiento mayor sino de la plenitud de vida.

Así se entiende que las sensatas no comparten el aceite con las necias. No es egoísmo. Es que resulta imposible amar en nombre de otro. Nuestra lámpara no puede arder con aceite prestado. Dar sentido a la vida no se puede improvisar en un instante. Solo con lo que hay de Dios en mí, descubierto, reconocido, desplegado, puedo considerarme encendido. Ese despliegue constituye la Sabiduría de la que nos hablaba la 1ª lectura. Sin llama, seremos irreconocibles incluso para el mismo Dios.

Interpretar la parábola en el sentido de que debemos estar preparados para el día de la muerte, es tergiversar el evangelio. El esperar una venida futura de Jesús es pura mitología que nos lleva a un callejón sin salida. La parábola no hace especial énfasis en el fin, sino en la inutilidad de una espera que no va acompañada de una actitud de servicio. Las lámparas deben estar encendidas siempre; si esperamos a prepararlas en el último momento, toda la vida transcurrirá carente de sentido.

Obsesionados por una “salvación eterna” para el más allá, hemos interpretado esta parábola como una advertencia: ¡cuidado! Si a la hora de la muerte no estás preparado, irás al fuego eterno para toda la eternidad. Nada más lejos del sentido del relato. Si el aceite es el amor manifestado en obras, lo que cuenta es toda una vida consumida en favor de los demás. No podemos pensar en el último día para darle sentido. Hay que buscar una interpretación más de acuerdo a todo el mensaje de Jesús.

La venida de Jesús al final del tiempo es una imagen que no podemos tomar al pie de la letra; Tiene un significado mucho más profundo. Jesús, con su muerte en la cruz, consumió todo su aceite en una llamada que sigue iluminándonos. El don total de sí mismo transformó todo lo humano en divino. Allí culminó su “historia humana” porque solo permanecerá de él lo que le identifica con Dios, y Dios está fuera del tiempo y del espacio. No nos cabe en la cabeza que el consumirnos no sea nuestra meta.

Los primeros cristianos esperaron la segunda venida de Jesús de una manera temporal. Nosotros seguimos esperando esa venida en la que no se hablará de cruz, sino de gloria para todos. No nos gusta cómo terminó Jesús su paso por la tierra, por eso hemos inventado un futuro a nuestro gusto para él y para nosotros. Esperamos que vuelva glorioso y nos comunique esa misma gloria. Esta surge visión de nuestro falso yo, que nunca aceptará el desaparecer, mucho menos consumirse en beneficio de los demás.

Si queremos dejar de ser necios y empezar a ser sensatos, debemos desplegar nuestra vida desde otra perspectiva. Tenemos que abandonar todo proyecto de glorificación, sea en este mundo o sea en el otro, y entrar por el camino del servicio a los demás hasta la entrega total. El aceite solo da luz a costa de consumirse. Si aceptamos el programa del evangelio solo porque nos han prometido una “gloria”, la cosa no puede funcionar.

La situación humana se parece a un avión que rueda por la pista a su máxima potencia, pero no es capaz de alzar el vuelo. Tiene dos opciones: aumentar la potencia o aligerar la carga. Todo ser humano está diseñado para trascender, ir más allá de su biología. Aumentará la potencia por la comprensión de su verdadero ser. Deshacerse de carga sería superar los apegos, las seguridades materiales.

 

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