XVII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 44-52) – 30 de julio de 2023
Evangelio según san Mateo 13, 44-52
En
aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los cielos se parece
a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y
lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El
Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al
encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.
También
se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y
recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a
la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y
tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los
ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno
encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
¿Han
entendido todo esto?'' Ellos le contestaron: "Sí". Entonces él les
dijo: "Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los
cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas
nuevas y cosas antiguas".
Reflexiones Buena Nueva
#Microhomilia
Hoy la Palabra nos habla del discernimiento en nuestra vida; es decir de la importancia de "darnos cuenta", de distinguir lo que es bueno y lo que es malo, pero, ¿respecto a qué? Un elemento fundamental en un discernimiento, es saber qué queremos, qué buscamos, que es valioso y precioso para nuestra vida. Puede ayudarnos a responder imaginar que el Señor, como al rey David nos dice: "pídeme lo que quieras, y yo te lo daré" ¿Qué le pedirías?
Eso que queremos orienta nuestro discernimiento, la mirada con que elegimos en la vida. Sin discernir no somos libres, el mismo Dios, nos llama, pero ha querido darnos libertad, por ello pone frente a nosotros la capacidad de elegir. Pero Dios tiene un deseo, una llamada para nosotros: reproducir la imagen de su Hijo; para ello hemos sido destinados y cuando lo descubrimos y lo cumplimos, experimentamos la alegría de quien encontró el tesoro, la perla.
Pidamos a Dios un corazón sabio y prudente, que sea capaz de buscar y escuchar su llamada, de elegir aquello que nos hará libres, felices y plenos: hacer la voluntad del Padre, reflejar a Jesús.
¿Coincide tu deseo con el deseo de Dios?
#FelizDomingo
“El reino de los cielos es como un ...”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Hugo Canavan, teólogo carmelita
norteamericano, especializado en estudios bíblicos y en la animación de
pequeñas comunidades de base entre los campesinos de Colombia, ya fallecido,
estaba dando un curso de Biblia en un barrio popular de Bogotá. Yo colaboraba
en esa época en las pequeñas y frágiles Asambleas familiares que iban creciendo
en medio de las luchas entre las pandillas y el hambre que produce el desempleo
y la falta de oportunidades. Recuerdo, como si fuera ayer, la manera como Hugo
fue explicando, en la casa de don Carlos y doña Isabel, la importancia de la
Palabra de Dios para nosotros. Estando en medio de la gente, éramos unas
treinta y 35, contando a las mujeres y los niños, se quitó las gafas y
comenzó a contar:
"Había una vez un señor que pertenecía a
una comunidad de base. Su nombre era Marcos. Todas las semanas participaba de
la reunión en la que hablaban de los problemas del barrio, leían la Biblia y
rezaban juntos pidiendo a Dios o dándole gracias por lo que iba realizando en
medio de ellos. Un buen día don Marcos, que ya tenía setenta y siete años,
comenzó a saludar a la gente con otro nombre; a doña Belén la saludó como si
fuera Ángela; a Ángela la confundió con Mariela; a Saulo lo confundió con
Benjamín; a don José lo saludó como si fuera la señora Josefina. Mientras Hugo
contaba la historia, iba haciendo la representación de lo que iba diciendo con
los miembros de la comunidad a los que daba el curso confundiendo los nombres.
Los que estaban presentes no corrigieron a don
Marcos. Lo saludaban naturalmente, aunque sabían que estaba equivocándose.
Algunos, después de la reunión, comentaron lo sucedido. Don Marcos estaba
perdiendo la vista... por eso, decidieron recoger una platica para llevarlo al
médico, para que le formularan unas gafas. Así se hizo. La señora Mercedes se
encargó de recoger la colaboración de todos y de llevar a don Marcos al médico.
A los quince días llegó don Marcos otra vez a la reunión con las gafas en las
manos y mostrándole a todo el mundo el regalo que le habían hecho.
Evidentemente, como llevaba las gafas en las manos, volvió a confundir a todo
el mundo. Le decía a Carlos: «¡Mire don Saulo las gafas tan bonitas que me
regalaron!»; y a doña Belén le dijo: «¡Cuánto les agradezco doña Josefina
por estas gafas tan buenas que me han regalado entre todos! ¡Dios se lo ha de
pagar!». Hugo iba representando a don Marcos con las gafas en sus manos y
mostrándoselas a la gente, confundiéndoles el nombre".
Después de contar la historia y representarla,
Hugo lanzó la pregunta, «¿Entienden ustedes lo que esto significa?» Y fue
recogiendo las conclusiones que la gente iba sacando: Por ejemplo, decían: «Así
pasa con la Biblia; la gente la recibe y está muy orgullosa de tenerla, pero no
la utilizan para lo que es». «La Biblia no es para mostrarla a los demás,
sino para poder ver a los hermanos que tenemos al lado; es para reconocer a los
que sufren junto a nosotros». «La Biblia es como unas gafas que nos sirven
para ver la realidad con los ojos de Dios; no es para quedarnos viéndola a ella
sola y mostrándola orgullosamente a los demás». «Tener gafas y no colocárselas
es como los que compran la Biblia y luego la colocan en un lugar bien bonito de
la casa, pero nunca la leen en grupo, ni personalmente. Es como un adorno más
en la casa». Y así, sucesivamente...
Las parábolas, que fue la forma como Jesús comunicó los secretos del Reino a los hombres y mujeres de su época, siguen teniendo hoy un valor incalculable. Implican a los que las escuchamos en el aprendizaje. No nos deja por fuera de lo que se está enseñando, sino que nos toca interiormente. Más que comentar el contenido de la predicación de Jesús, deberíamos hacer como Hugo Canavan a la hora de comunicar nuestro mensaje a los que tenemos alrededor... copiarnos su estilo...
LA DECISIÓN MÁS IMPORTANTE
El evangelio recoge dos breves parábolas de
Jesús con un mismo mensaje. En ambos relatos, el protagonista descubre un
tesoro enormemente valioso o una perla de valor incalculable. Y los dos
reaccionan del mismo modo: venden con alegría y decisión lo que tienen y se
hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así reaccionan los que descubren
el reino de Dios.
Al parecer, Jesús teme que la gente le siga
por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese
proyecto apasionante del Padre que consiste en conducir a la humanidad hacia un
mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación
definitiva en Dios.
¿Qué podemos decir hoy después de veinte
siglos de cristianismo? ¿Por qué tantos cristianos buenos viven encerrados en
su práctica religiosa con la sensación de no haber descubierto en ella ningún
«tesoro»? ¿Dónde está la raíz última de esa falta de entusiasmo y alegría en no
pocos ámbitos de nuestra Iglesia, incapaz de atraer hacia el núcleo del
Evangelio a tantos hombres y mujeres que se van alejando de ella, sin renunciar
por eso a Dios ni a Jesús?
Después del Concilio, Pablo VI hizo esta
afirmación rotunda: «Solo el reino de Dios es absoluto. Todo lo demás es
relativo». Años más tarde, Juan Pablo II lo reafirmó diciendo: «La Iglesia no
es ella su propio fin, pues está orientada al reino de Dios, del cual es
germen, signo e instrumento». El papa Francisco nos viene repitiendo: «El
proyecto de Jesús es instaurar el reino de Dios».
Si esta es la fe de la Iglesia, ¿por qué hay
cristianos que ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que Jesús llamaba
«reino de Dios»? ¿Por qué no saben que la pasión que animó toda la vida de
Jesús, la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, fue anunciar y
promover ese proyecto humanizador del Padre: buscar el reino de Dios y su
justicia?
La Iglesia no puede renovarse desde su raíz si
no descubre el «tesoro» del reino de Dios. No es lo mismo llamar a los
cristianos a colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un mundo más humano
que vivir distraídos en prácticas y costumbres que nos hacen olvidar el
verdadero núcleo del Evangelio.
El papa Francisco nos está diciendo que «el
reino de Dios nos reclama». Este grito nos llega desde el corazón mismo del
Evangelio. Lo hemos de escuchar. Seguramente, la decisión más importante que
hemos de tomar hoy en la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas es la de
recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y entusiasmo.
El evangelio de este domingo nos propone las tres últimas parábolas del capítulo 13 de Mt. comentaremos el tesoro y la perla, que tienen un mismo mensaje. Si descubrimos lo que más vale, daremos a nuestra voluntad un objeto claro, porque la voluntad no puede ser movida más que por el bien, y en el caso de dos bienes siempre será movida por el mayor. Lo que Dios es en mí, es el tesoro. No se trata de un conocimiento discursivo o racional, sino de una experiencia en lo más hondo de mi ser. Seguimos empeñados en descubrir a un Dios que está fuera, y que además nos da seguridades.
Menos mal que la comunidad de Mt no se atrevió a
alegorizarlas. No lo tenía fácil. El mensaje es idéntico en las dos pero tiene
matices significativos. Una diferencia es que en un caso, el encuentro es fortuito.
Y en el otro, es consecuencia de una búsqueda. Otra es que en la primera se
identifica el Reino con el tesoro, pero en la segunda se identifica con el
comerciante que busca perlas. Puede ser una pista para descubrir que la
comparación no es con uno ni con otro, sino que hay que buscarla en el conjunto
del relato. Las dos opciones se hacen con un grado de incertidumbre. Los dos se
arriesgan al dar el paso.
La parábola no juzga la moralidad de las acciones
narradas; simplemente propone unos hechos para que nosotros nos traslademos a
otro ámbito. En efecto, tanto el campesino, como el comerciante, obran de forma
fraudulenta y por lo tanto injusta (aunque legal). Los dos se aprovechan de
unos conocimientos privilegiados para engañar al vecino. No actúan por
desprendimiento sino por egoísmo. “Renuncian” a unos bienes para conseguir más
bienes. No es su objetivo vivir de otra manera, sino conseguir una vida
material mejor. No da un ejemplo, pero en el orden espiritual las cosas no
funcionan así.
En estas dos parábolas vemos claro cómo no todo lo que
dicen es aprovechable. Jesús en el evangelio advierte una y mil veces del
peligro de las riquezas; no puede aquí invitarnos a conseguirlas en sumo grado.
El mensaje es muy concreto. El punto de inflexión en las dos parábolas es el
mismo: “vende todo lo que tiene y compra”. Sería sencillamente una locura. Si
vende todo lo que tiene para comprar la perla, ¿qué comería al día siguiente?
¿Dónde viviría? Esa imposibilidad radical en el orden material es precisamente
lo que nos hace saltar a otro orden, en el que sí es posible. Ahí está la clave
del mensaje.
Hay dos matices interesantes. El primero es el abismo que
existe entre lo que tienen y lo que descubren. El segundo es la alegría que les
produce el hallazgo. Yo la haría todavía más simple: Un campesino pobre, que
solo tiene un pequeño campo, en el que cava cada vez más hondo, un día
encuentra un tesoro. O un comerciante de perlas que un día descubre, entre las
que tiene almacenadas, una de inmenso valor. Evitaríamos así poner el énfasis
en la venta de lo que tiene, que solo pretende indicar el valor de lo
encontrado. Todo lo contrario, se trata de un minucioso cálculo, que les lleva
a la suprema ganancia.
No damos un paso en nuestra vida espiritual porque no
hemos encontrado el tesoro entre los bienes que ya poseemos. Sin este
descubrimiento, todo lo que hagamos por alcanzar una religiosidad auténtica,
será pura programación y por lo tanto inútil. Nada vamos a conseguir si
previamente no descubrimos el tesoro. Nuestra principal tarea será tomar
conciencia de lo que somos. Si lo descubrimos, prácticamente está todo hecho.
La parábola, al revés, no funciona. El vender todo lo que tienes, antes de
descubrir el tesoro, que es lo que siempre se nos ha propuesto, no es garantía
ninguna de éxito.
Un ancestral relato nos ayudará: cuando los dioses crearon
al hombre, pusieron en él algo de su divinidad, pero el hombre hizo un mal uso
de esa divinidad y decidieron quitársela. Se reunieron en gran asamblea para
ver donde podían esconder ese tesoro. Uno dijo: pongámoslo en la cima de la
montaña más alta. Pero otro dijo: No, que terminará escalándola y dará con él.
Otro dijo: lo pondremos en lo más hondo del océano. Alguien respondió: No, que
terminará bajando y la descubrirá. Por fin dijo uno: ¡Ya sé dónde lo
esconderemos! La pondremos en su corazón. Allí nunca lo buscará.
Tenemos que aclarar que el tesoro no es Jesús, como deja
entender Pablo, y sobre todos los santos padres. Jesús descubrió la divinidad
dentro de él. Éste es el principal dogma cristiano. “Yo y el Padre somos uno”.
Tampoco la Escritura puede considerarse el tesoro. En muchas homilías, he visto
estas interpretaciones de las parábolas. La Escritura es el mapa, que nos puede
conducir al tesoro, pero no es el tesoro. Tampoco podemos presentar a la
Iglesia como tesoro o perla. En todo caso, sería el campo donde tengo que cavar
(a veces muy hondo) para encontrar el tesoro.
Jesús no pide más perfección sino más confianza, más
alegría, más felicidad. Es bueno todo lo que produce felicidad en ti y en los
demás. Solamente es negativa la alegría que se consigue a costa de las lágrimas
de los demás. Cualquier renuncia que produzca sufrimiento, en ti o en otro, no
puede ser evangélica. Fijaos que he dicho sufrimiento, no esfuerzo. Sin
esfuerzo no puede haber progreso en humanidad, pero ese esfuerzo tiene que
sumirme en la alegría de ser más. Lo que el evangelio valora no es el hecho de
renunciar. Lo que me tiene que hacer feliz es el conseguir mi plenitud.
El tesoro es el mismo Dios presente en cada uno de
nosotros. Es la verdadera realidad que soy, y que son todas las demás
criaturas. Lo que hay de Dios en mí es el fundamento de todos los valores. En
cuanto las religiones olvidan esto, se convierten en ideologías esclavizantes. El
tesoro, la perla no representan grandes valores sino una realidad que está más
allá de toda valoración. El que encuentra la perla preciosa, no desprecia las
demás. Dios no se contrapone a ningún valor, sino que potencia el valor de
todo. Presentar a Dios, como contrario a otros valores, es la manera de hacerle
ídolo.
Vivimos en una sociedad que funciona a base de engaños. Si
fuésemos capaces de llamar a las cosas por su nombre, la sociedad quedaría
colapsada. Si los políticos nos dijeran simplemente la verdad, ¿a quién
votaríamos? Si los jefes religiosos dejaran de meter miedo con un dios
justiciero, ¿cuántos seguirían creyendo? Si de la noche a la mañana todos nos
convenciéramos de que ni el dinero, ni la salud, ni el poder, ni el sexo, ni la
religión eran los valores supremos, nuestra sociedad quedaría paralizada.
Tener la referencia del valor supremo me permite valorar
en su justa medida todo lo demás. No se trata de despreciar lo demás, sino de
tener claro lo que vale de veras. El “tesoro” nunca será incompatible con todos
los demás valores que nos ayudan a ser más humanos. Es una constante tentación
de las religiones ponernos en el brete de tener que elegir entre el bien y el
mal. Radicalmente equivocado. Lo que hay que tener muy claro es cuáles son las prioridades
dentro de los valores, y qué valores son en realidad falsos.
Meditación
En tu
propio campo tienes el único tesoro.
Si aún no
te has dado cuenta,
es que lo
has buscado en otro campo
o que no
has ahondado lo suficiente.
Una vez
descubierto lo que hay de Dios en ti,
todo lo
demás es coser y cantar.
Si no
experimentas al Dios vivo en el fondo de tu ser,
todos los
esfuerzos por llegar, serán inútiles.
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