II Domingo de Tiempo Ordinario - Ciclo A (Juan 1, 29-34) – 15 de enero 2023
Evangelio según san Juan 1, 29-34
En aquel tiempo, vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó:
"Éste es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Éste es
aquel de quien yo he dicho: 'El que viene después de mí, tiene precedencia
sobre mí, porque ya existía antes que yo'. Yo no lo conocía, pero he venido a
bautizar con agua, para que él sea dado a conocer a Israel".
Entonces Juan dio este testimonio: "Vi al Espíritu descender del cielo
en forma de paloma y posarse sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a
bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu
Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo'. Pues bien, yo lo vi
y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios".
ReflexionesBuena Nueva
#Microhomilia
¿En dónde, en qué momentos, entre quienes, lo
reconocemos? Y cuando lo reconocemos qué nos dice, a qué nos llama.
Nuestro Dios es de encuentros y llamadas, de
acogida y de envío. Dios quiere restablecer, glorificar su creación; quiere
unir y ajustar y para ello nos llama, no envía. Respondamos: ¡Aquí estoy, Señor,
para hacer tu voluntad, lo quiero, ¡lo llevo en las entrañas! y participemos
con Él hasta que le digamos al final de nuestros días: He proclamado tu
justicia, no he cerrado los labios, tú lo sabes. #FelizDomingo
“(...) y arrodillándose le
rindieron homenaje”
De repente y sin que nadie se lo pidiera el
joven comenzó a gritar: “Compren, compren las mejores manzanas de la huerta.
Recién recogidas para llevarlas a su mesa... compren”. Al sonido de los gritos
se fueron formando corros de personas alrededor de la vendedora y muchas
personas pedían ansiosamente algunos kilos de manzanas. Al cabo de pocas horas
la mujer había vendido toda su mercancía. “¿Cómo lo has hecho?” –preguntó la
mujer– “Durante muchas semanas he acudido a este mercado y no he logrado vender
mi mercancía y tú en solo un par de horas has logrado vender más de lo que yo
he vendido a lo largo de todo ese tiempo”. “Ha sido muy fácil” –respondió el
joven– tus manzanas eran muy buenas, pero ni tu ni ellos lo sabían. Alguien
tenía que decírselo.
Cuando Juan el Bautista vio a Jesús que se
acercaba a él, dijo: “¡Miren, ese es el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo! A él me refería yo cuando dije: ‘Después de mí viene uno que es más
importante que yo, porque existía antes que yo’. Yo mismo no sabía quién era;
pero he venido bautizando con agua precisamente para que el pueblo de Israel lo
conozca. Juan también declaró: “He visto al Espíritu Santo bajar del cielo como
una paloma y reposar sobre él. Yo todavía no sabía quién era; pero el que me
envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que el Espíritu
baja y reposa, es el que bautiza con Espíritu Santo’. Yo ya lo he visto, y soy
testigo de que es el Hijo de Dios”.
Cuando hemos experimentado la salvación que nos trae el encuentro con Jesús, sentimos la imperiosa necesidad de anunciarlo a los demás. Tenemos la obligación de contarle a otros lo que hemos experimentado en carne propia. Evidentemente, esto tenemos que hacerlo con nuestro testimonio de vida, pero también con nuestras palabras. Callarnos y no compartir con las personas que nos rodean esta riqueza, es contradictorio. Muchas personas esperan de nosotros un anuncio explícito, y no sólo una presencia testimonial. Como las manzanas, la noticia que tenemos es muy buena, pero alguien tiene que decirlo. ¡Adelante! Seguro que hay muchas personas que están esperando.
DEJARNOS BAUTIZAR POR EL ESPÍRITU DE JESÚS
Los evangelistas se esfuerzan por diferenciar
bien el bautismo de Jesús del bautismo de Juan. No hay que confundirlos. El
bautismo de Jesús no consiste en sumergir a sus seguidores en las aguas de un
río. Jesús sumerge a los suyos en el Espíritu Santo. El evangelio de Juan lo
dice de manera clara. Jesús posee la plenitud del Espíritu de Dios, y por eso
puede comunicar a los suyos esa plenitud. La gran novedad de Jesús consiste en
que Jesús es «el Hijo de Dios» que puede «bautizar con Espíritu Santo».
Este bautismo de Jesús no es un baño externo,
parecido al que algunos han podido conocer tal vez en las aguas del Jordán. Es
un «baño interior». La metáfora sugiere que Jesús comunica su Espíritu para
penetrar, empapar y transformar el corazón de la persona.
Este Espíritu Santo es considerado por los
evangelistas como «Espíritu de vida». Por eso, dejarnos bautizar por Jesús
significa acoger su Espíritu como fuente de vida nueva. Su Espíritu puede
potenciar en nosotros una relación más vital con él. Nos puede llevar a un
nuevo nivel de existencia cristiana, a una nueva etapa de cristianismo más fiel
a Jesús.
El Espíritu de Jesús es «Espíritu de verdad».
Dejarnos bautizar por él es poner verdad en nuestro cristianismo. No dejarnos
engañar por falsas seguridades. Recuperar una y otra vez nuestra identidad
irrenunciable de seguidores de Jesús. Abandonar caminos que nos desvían del
evangelio.
El Espíritu de Jesús es «Espíritu de amor»,
capaz de liberarnos de la cobardía y del egoísmo de vivir pensando solo en
nuestros intereses y nuestro bienestar. Dejarnos bautizar por él es abrirnos al
amor solidario, gratuito y compasivo.
El Espíritu de Jesús es «Espíritu de conversión»
a Dios. Dejarnos bautizar por él significa dejarnos transformar lentamente por
él. Aprender a vivir con sus criterios, sus actitudes, su corazón y su
sensibilidad hacia quienes viven sufriendo.
El Espíritu de Jesús es «Espíritu de
renovación». Dejarnos bautizar por él es dejarnos atraer por su novedad
creadora. Él puede despertar lo mejor que hay en la Iglesia y darle un «corazón
nuevo», con mayor capacidad de ser fiel al evangelio.
EPIFANÍA
(A) Dios se está manifestando
siempre y a todos.
Es muy significativo que el segundo domingo del
tiempo ordinario nos siga hablando de Juan Bautista. Todo lo que nos dice Jn
del Bautista es sorprendente e indica una relación especial de esa comunidad
con él. Seguramente había en aquella comunidad seguidores del Bautista. Este
evangelio tiene muy en cuenta a Juan Bautista, aunque se ven obligados a
rebajarle. Juan pone en labios del Bautista la cristología de su comunidad como
base y fundamento de la comprensión de Jesús que va a desplegar en su
evangelio. Esto no quiere decir que el Bautista tuviera una idea clara sobre
quién era Jesús. Ni siquiera sus discípulos más íntimos supieron quién era,
después de vivir con él tres años; menos podía saberlo el Bautista, antes de
comenzar Jesús su predicación.
Juan quiere aclarar que no hay rivalidad entre
Jesús y el Bautista. Para ello nos presenta un Bautista totalmente integrado al
plan de salvación de Dios. Su tarea es la de precursor, preparar el camino al
Mesías. Juan no narra el bautismo en sí, va directamente al grano y nos habla
del Espíritu, que es lo importante en todos los relatos del bautismo. Por
supuesto es un montaje de la segunda o tercera generación de las comunidades
cristianas y quiere resaltar la figura de Jesús que había adquirido categoría divina,
frente al Bautista.
"El cordero de
Dios". Jn propone a Jesús preexistente, portador
del Espíritu e Hijo de Dios. No se puede decir más. Está claro que se están
reflejando aquí setenta años de evolución cristológica en la comunidad. Es una
pena que después, hayamos interpretado tan mal el intento de comunicarnos esa
experiencia. Lo que eran títulos simbólicos, que trataban de ponderar la
personalidad de Jesús, se convirtieron en atributos divinos. Lo que tenía de
proceso dinámico y humano, se convirtió en sobrenaturalismo preexistente.
Es difícil precisar lo que “cordero” significaba
para aquella comunidad. Podían entenderlo en sentido apocalíptico: un cordero
victorioso que aniquilará definitivamente el mal (la bestia). Este concepto
encajaría con las ideas del Bautista; pero no con las de Jesús. Podían
entenderlo como el Siervo doliente. No hay pruebas de que se hubiera
identificado al Mesías con el siervo doliente de Isaías antes del cristianismo.
Juan sí interpretó la figura del Siervo aplicada a Jesús, pero nunca con el
sentido expiatorio. Probablemente haría referencia al cordero pascual, que era
para el judaísmo el signo de la liberación de Egipto, pero sin la connotación
sacrificial. Quiere decir que Cristo nos libera de la esclavitud.
“Que quita el pecado del
mundo”. Esta frase no tiene nada que ver con la idea de
rescate. El concepto de pecado en el AT debe ser el punto de partida para
entender su significado en el NT, pero ha sufrido un cambio sustancial. En el
evangelio de Juan, pecado no es la ofensa a Dios o a su Ley sino la opresión de
un hombre sobre otro. Solo así se entiende la actitud de Jesús con los
pecadores. Las prostitutas y pecadores os llevan la delantera porque no oprimen
a nadie. Lo mismo cuando Jesús dice: tus pecados están perdonados, está
diciendo que no hay nada que perdonar. Jesús quita el pecado del mundo no
muriendo sino viviendo el servicio a todos y en el amor incondicionado.
En el AT y en el Nuevo, la palabra más usada
para indicar “pecado”, tanto en griego como en latín, significa errar el
blanco. No se trata de mala voluntad como lo entendemos hoy. En el evangelio de
Juan, “pecado del mundo” tiene un significado muy preciso. Se trata de la
opresión que un ser humano ejerce sobre otro y que le impide desarrollarse como
persona. El pecado es siempre colectivo. Siempre que hay pecado hay opresor y
víctima.
El modo de “quitar” este pecado, no es una
muerte vicaria expiatoria. Esta idea nos ha despistado durante siglos y nos ha
impedido entrar en la verdadera dinámica de la salvación que Jesús ofrece. Esta
manera de entender la salvación de Jesús es consecuencia de una idea arcaica de
Dios. En ella hemos recuperado el mito ancestral del dios ofendido que exige la
muerte del Hijo para satisfacer su justicia. Estamos ante la idea de un dios
externo, soberano, justiciero y tirano. Nada que ver con la experiencia del
Abba de Jesús. El “pecado del mundo” no tiene que ser expiado, sino eliminado.
Jesús quitó el pecado del mundo escogiendo el
camino del servicio, de la humildad, de la pobreza, de la entrega total a los
demás hasta la muerte. Esa actitud anula toda forma de dominio, por eso
consigue la salvación total. Es el único camino para llegar a ser hombre
auténtico. Jesús salvó al ser humano, suprimiendo de su propia vida toda
opresión que impida el proyecto de creación definitiva del hombre. Jesús nos
abrió el camino de la salvación, ayudando a todos los oprimidos a salir de su
opresión.
Jesús vivió esta libertad durante toda su vida.
Fue siempre libre. No se dejó avasallar, ni por su familia, ni por las
autoridades religiosas, ni por las autoridades civiles, ni por los guardianes
de las Escrituras (letrados), ni por los guardianes de la Ley (fariseos).
Tampoco se dejó manipular por sus amigos y seguidores, que tenían objetivos muy
distintos a los suyos (los Zebedeo, Pedro). Esta perspectiva no nos interesa
porque nos obliga a estar en el mundo con la misma actitud que él estuvo; a
vivir con la misma tensión que él vivió, a eliminar toda opresión como él hizo,
a liberarnos y liberar a otros de toda opresión.
No tenemos que oprimir a nadie de ningún modo.
No tengo que dejarme oprimir. Tengo que ayudar a todos a salir de cualquier
clase de opresión. Jesús quitó el pecado del mundo. Si de verdad quiero
seguir a Jesús, tengo que seguir suprimiendo el pecado del mundo. Hoy Jesús no
puede quitar la injusticia, somos nosotros los que tenemos que eliminarla. La
religiosidad intimista, la perfección individualista, que se nos han propuesto
como meta, son una tergiversación del evangelio. Si no estoy dispuesto, no solo
a no oprimir sino a liberar al oprimido, es que no me he enterado el mensaje.
El presentarse como liberador no vende en
nuestros días. En el mundo en que vivimos, si no explotas te explotan; si no
estás por encima de los demás, los demás te pisotearán. Este sentimiento es
instintivo y mueve a la mayoría de las personas a defenderse con violencia,
incluso antes de que el atraco se cometa. Pero hay que tener en cuenta que esta
postura obedece al puro instinto de conservación y no te lleva a la plenitud
humana. Debo descubrir que sufrir la injusticia es más humano que cometerla.
La actitud egoísta es un sentimiento que está al
servicio del ego. Tenemos que superar ese egoísmo si queremos entrar en la
dinámica del amor, es decir, de la verdadera realización humana. Es el oprimir
al otro, no que intenten oprimirme, lo que me destroza como ser humano. Jesús
prefirió que le mataran antes de imponerse a los demás. Esta es la clave que no
queremos descubrir, porque nos obligaría a cambiar nuestras actitudes para con
los demás. En contra de lo que nos dice el instinto, cuando me impongo a los
demás no soy más, sino menos humano.
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