Santa María Madre de Dios - Ciclo A (Lucas 2, 16-21) – 1 de enero 2023
Evangelio
según san Lucas 2, 16-21
En aquel tiempo, los pastores fueron a
toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el
pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño, y
cuantos los oían quedaban maravillados. María, por su parte, guardaba todas
estas cosas y las meditaba en su corazón.
Los
pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo
cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado.
Cumplidos
los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, aquel
mismo que había dicho el ángel, antes de que el niño fuera concebido.
Reflexiones
Buena Nueva
#Microhomilia
Les deseo que en
este 2023 tengan la curiosidad y la libertad de los pastores para que
encuentren a Dios encarnado en lo cotidiano de su vidas, en lo simple, en lo
pequeño.
Deseo, que como los pastores
cuenten a todo el mundo su experiencia de encuentro con Dios. Que sean
anunciadores de Buenas Nuevas, de esperanza.
Deseo que como
María, atesoren en su corazón y mediten todas las grandes experiencias que
acontecerán en el año, que disciernan.
Deseo que vivan con
la conciencia de que son hijas e hijos de Dios, por ello, todo lo reciben por
puro amor y por ese mismo amor lo comparten.
Y finalmente, que
“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro
sobre ti
y te conceda su
favor.
El Señor te muestre
tu rostro
y te conceda la
paz”.
¡Feliz 2023!
“(...) será
motivo de gran alegría para todos”
Oí alguna ve la
historia de un muchacho que entró con paso firme a una joyería y le pidió al
dueño que le mostrara el mejor anillo de compromiso que tuviera. El joyero le
presentó uno. La hermosa piedra solitaria brillaba como un diminuto sol
resplandeciente. El muchacho contempló el anillo y con una sonrisa lo aprobó.
Preguntó luego el precio y se dispuso a pagarlo. “¿Se va usted a casar
pronto?”, le preguntó el joyero. “No”, respondió el muchacho. “Ni siquiera
tengo novia”. La muda sorpresa del joyero hizo sonreír al muchacho. “Es para mi
mamá”, dijo él. “Cuando yo iba a nacer, estuvo sola. Alguien le aconsejó que me
matara antes de que naciera, así se evitaría problemas. Pero ella se negó y me
dio el don de la vida. Y tuvo muchos problemas. Fue padre y madre para mí; fue
amiga, hermana y maestra. Me hizo ser lo que soy. Ahora que puedo, le compro
este anillo de compromiso. Ella nunca tuvo uno. Yo se lo doy con la promesa de
que si ella hizo todo por mí, ahora yo haré todo por ella. Quizá después
entregue yo otro anillo de compromiso, pero será el segundo”. El joyero no dijo
nada. Tomó el anillo, ordenó que lo empacaran hermosamente y luego se lo
entregó al muchacho diciéndole: “Llévelo, es un obsequio mío. Hubiera querido
conocer a mi madre, pero murió en el momento en que me dio a luz”.
Esta bellísima
historia puede hacer que las lágrimas se asomen a muchos ojos, porque pone de
manifiesto el amor tan grande que puede despertar una madre valiente que es
capaz llevar a su hijo, no solamente nueve meses en su vientre, sino sacarlo
adelante a pesar de las adversidades que se puedan cruzar por el camino de la
vida de cualquier ser humano. También puede traer a la memoria agradecida, el
don precioso de la vida que haya ofrecido una madre por la vida de su hijo o
hija. Muchas madres mueren en el momento de dar a luz. Estoy seguro que si le
preguntan a una mamá si prefiere arriesgar su vida o arriesgar la vida de su
hijo, se inclinaría sin temor por la primera opción. Las madres, como Dios,
están dispuestas a dar la vida por sus hijos, más que cualquier ser humano por
ningún otro.
Hoy la Iglesia nos
invita a celebrar, en una única solemnidad, a Santa María, Madre de Dios y la
imposición del nombre de Jesús. Dos realidades íntimamente ligadas. La
maternidad de María abre un espacio para el nombre de Jesús, que llegó a ser
fuente de salvación eterna para todos los que lo obedecen (Cfr. Hebreos 5, 9) y
ante el cual “doblen todos las rodillas en el cielo, en la tierra y debajo de
la tierra” (Filipenses 2, 10). Y, a su vez, es el nombre de Jesús el que le da
un valor infinito a la maternidad divina de la Virgen María.
Cuando María decidió
tener a su hijo, enfrentando la dificultad que podría tener con su prometido y
con toda la sociedad, que juzga inmisericordemente a las madres solteras, sabía
que se echaba una pesada carga encima. Su valor, su entereza, su respeto al don
supremo de la vida, hizo que la reconociéramos como la Madre de Dios. Allí está
la fuerza de esta solemnidad.
Pidamos al Señor, al
celebrar esta solemnidad y al comenzar el año civil, que nos regale un corazón
agradecido, como el de la Virgen María, para que sepamos acoger y respetar
cualquier brote de vida que el Señor quiera poner en nuestras manos, de manera
que nos convirtamos en sus fieles colaboradores en la construcción de un mundo
en el que todas las personas, sin importar su raza, su lengua, su género, su
religión, su estrato social, su nivel económico, puedan tener vida y vida en
abundancia.
LA MADRE
A muchos les puede
extrañar que la Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la
fiesta de Santa María, Madre de Dios. Y, sin embargo, es significativo que,
desde el siglo IV, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del
Salvador, desee comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María,
Madre del Salvador y Madre nuestra.
Los cristianos de
hoy nos tenemos que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues
probablemente hayamos empobrecido nuestra fe eliminándola de manera
inconsciente de nuestra vida.
Movidos, sin duda,
por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar
una fe más solida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas,
costumbres superficiales y extraviadas. Hemos tratado de superar una falsa
mariolatría en la que tal vez sustituíamos a Cristo por María y veíamos en ella
la salvación, el perdón y la redención, que, en realidad, hemos de acoger de su
Hijo.
Si todo ha sido
corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le
corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que
alegrar y reafirmar en nuestra postura. Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la
hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro
del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?
El abandono de
María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra
vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana, sino que la empobrecerá.
Probablemente hayamos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora
corremos el riesgo de empobrecernos con su ausencia casi total en nuestras
vidas.
María es la Madre de
Jesús. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar
a numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de
su Espíritu. Hoy María no es solo Madre de Jesús. Es la Madre del Cristo total.
Es la Madre de todos los creyentes.
Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.
MARÍA MADRE
Una fiesta más de
María y una nueva oportunidad de tratar un tema que puede ser importantísimo
para nuestra vida espiritual. La fiesta litúrgica se titula "María madre
de Dios", pero hoy tenemos conocimientos suficientes para ir más allá de
la pura mitología que se encierra en esa expresión.
Lo que se ha creído
durante mil y pico años no tiene nada que ver con la verdadera declaración del
concilio de Éfeso. No se trataba de un dogma sobre María sino de un dogma sobre
Jesús. Una vez entendido esto, podemos descubrir que todo lo que se ha dicho
sobre María basándose en una traducción literal de la expresión dogmática, no
tiene sentido ninguno. Esto no quiere decir que no podemos sacar provecho de
una fiesta de María como MADRE.
Seguramente el
concepto de "madre" es el que se aplicó a Dios en los orígenes de la
religiosidad humana. Sin duda ninguna es el que mejor puede expresar la
originalidad de Dios, entendiendo originalidad en el sentido más etimológico
del término...
Pero debemos ir a lo
profundo del significado de ese término cuando lo aplicamos a Dios. Dios no es
origen porque una vez haya sido causa de que la realidad material exista. Dios
está en cada criatura como el fundamento, en cada instante de su existencia.
Dios es el origen y el fin de toda la creación. En realidad, la creación no es
más que lo visible de Dios.
Podemos decir que lo
material es la misma divinidad reflejada en un espejo. Para poder ver algo en
un espejo, es imprescindible que esa realidad material esté de la otra parte
del espejo. En cuanto desaparece esa realidad, desaparece la imagen. Por aquí
podemos vislumbrar lo que es Dios como origen de todo lo creado.
En María madre,
hemos volcado todo lo que no nos atrevemos a proclamar de Dios como principio
de nuestro propio ser. María es el dios Madre que en un contesto patriarcal, no
nos atrevemos a imaginar. El bendito Juan Pablo I, en el primer encuentro con
los cardenales a los pocos días de ser elegido papa, les espetó: "Dios es
padre, pero sobre todo es madre". Con esa sola frase abrió más horizontes
a los cristianos que muchas sesudas encíclicas de decenas de páginas.
Todo lo que se ha
dicho de María a través de los siglos, tenemos que atrevernos a pensarlo y
decirlo de Dios directamente. Este sería el mejor homenaje que le podríamos
hacer hoy a María; atrevernos a ver a Dios como verdadera Madre que nos
engendra y da a luz a todos en cada instante. Si descubriéramos esta realidad,
no haría falta ningún argumento adicional para que todos nos consideráramos
verdaderamente hermanos.
Esta vivencia es el
fundamento de todo el mensaje de Jesús. Sin esa vivencia el evangelio llegará a
ser a lo sumo una programación más, que en ningún caso calará más allá de la
epidermis.
LA CIRCUNCISIÓN
Es muy difícil que
hoy nos hagamos cargo de lo que significaba este rito para el pueblo judío. Era
el signo de pertenencia, que para ellos significaba dar contenido a su vida
entera. Hoy no necesitamos este arraigo para sentirnos seres humanos, pero no
era así en aquella época. Una persona que no perteneciera a una familia y a un
pueblo, no era absolutamente nada.
Nuestro bautismo
tiene un significado estrictamente religioso y es el signo de identidad como
cristianos, pero para los judíos, lo religioso, lo social e incluso lo
económico no se diferenciaban; de tal manera que el fallo de uno de los
aspectos llevaba consigo el derrumbe de toda la persona.
Era un signo solo
para hombres porque la mujer no era más que lo que el hombre al que pertenecía
le aportaba.
Tampoco estamos
capacitados para entender lo que significaba en aquella época poner un nombre a
una persona. En el nombre se significaban todas las expectativas que la familia
ponía en el recién nacido. En este caso, se puede descubrir esa importancia en
el hecho de que, según Lucas, el nombre de "Jesús" no es una
ocurrencia humana, sino elección divina. Jesús significa "Dios salva"
que era precisamente lo que los ángeles dijeron a los pastores: "Os ha
nacido un salvador".
Para mí el centro
del evangelio de hoy está en esta frase: "María conservaba todas estas
cosas meditándolas en su corazón". No se trata de memorizarlas y buscarles
un sentido lógico, sino de rumiar todo lo que está pasando para asimilarlo y
tratar de que pase a formar parte de la vida.
Recordemos una vez
más que se trata de teología de las primeras comunidades retrotraída al
nacimiento de Jesús. Que el relato no sea una crónica de sucesos, nos obliga a
darle mayor importancia y a tratar de hacer nuestro el mensaje. Llevamos dos
mil años intentando ir al Dios de Jesús a través de razonamientos. Es hora de
abandonar ese intento fallido y entrar por el camino del corazón, es decir, de
la vivencia interior que me lleve a descubrirlo desde lo hondo.
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