sábado, 31 de diciembre de 2022

Santa María Madre de Dios - Ciclo A

 Santa María Madre de Dios - Ciclo A (Lucas 2, 16-21) – 1 de enero 2023

 


Evangelio según san Lucas 2, 16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño, y cuantos los oían quedaban maravillados. María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.

Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado.

Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, aquel mismo que había dicho el ángel, antes de que el niño fuera concebido.

 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Les deseo que en este 2023 tengan la curiosidad y la libertad de los pastores para que encuentren a Dios encarnado en lo cotidiano de su vidas, en lo simple, en lo pequeño.

Deseo, que como los pastores cuenten a todo el mundo su experiencia de encuentro con Dios. Que sean anunciadores de Buenas Nuevas, de esperanza.

Deseo que como María, atesoren en su corazón y mediten todas las grandes experiencias que acontecerán en el año, que disciernan.

Deseo que vivan con la conciencia de que son hijas e hijos de Dios, por ello, todo lo reciben por puro amor y por ese mismo amor lo comparten.

Y finalmente, que “El Señor te bendiga y te proteja,

ilumine su rostro sobre ti

y te conceda su favor.

El Señor te muestre tu rostro

y te conceda la paz”.

¡Feliz 2023! 

 “(...) será motivo de gran alegría para todos”

Hermann Rodríguez Osorio, SJ

Oí alguna ve la historia de un muchacho que entró con paso firme a una joyería y le pidió al dueño que le mostrara el mejor anillo de compromiso que tuviera. El joyero le presentó uno. La hermosa piedra solitaria brillaba como un diminuto sol resplandeciente. El muchacho contempló el anillo y con una sonrisa lo aprobó. Preguntó luego el precio y se dispuso a pagarlo. “¿Se va usted a casar pronto?”, le preguntó el joyero. “No”, respondió el muchacho. “Ni siquiera tengo novia”. La muda sorpresa del joyero hizo sonreír al muchacho. “Es para mi mamá”, dijo él. “Cuando yo iba a nacer, estuvo sola. Alguien le aconsejó que me matara antes de que naciera, así se evitaría problemas. Pero ella se negó y me dio el don de la vida. Y tuvo muchos problemas. Fue padre y madre para mí; fue amiga, hermana y maestra. Me hizo ser lo que soy. Ahora que puedo, le compro este anillo de compromiso. Ella nunca tuvo uno. Yo se lo doy con la promesa de que si ella hizo todo por mí, ahora yo haré todo por ella. Quizá después entregue yo otro anillo de compromiso, pero será el segundo”. El joyero no dijo nada. Tomó el anillo, ordenó que lo empacaran hermosamente y luego se lo entregó al muchacho diciéndole: “Llévelo, es un obsequio mío. Hubiera querido conocer a mi madre, pero murió en el momento en que me dio a luz”.

Esta bellísima historia puede hacer que las lágrimas se asomen a muchos ojos, porque pone de manifiesto el amor tan grande que puede despertar una madre valiente que es capaz llevar a su hijo, no solamente nueve meses en su vientre, sino sacarlo adelante a pesar de las adversidades que se puedan cruzar por el camino de la vida de cualquier ser humano. También puede traer a la memoria agradecida, el don precioso de la vida que haya ofrecido una madre por la vida de su hijo o hija. Muchas madres mueren en el momento de dar a luz. Estoy seguro que si le preguntan a una mamá si prefiere arriesgar su vida o arriesgar la vida de su hijo, se inclinaría sin temor por la primera opción. Las madres, como Dios, están dispuestas a dar la vida por sus hijos, más que cualquier ser humano por ningún otro.

Hoy la Iglesia nos invita a celebrar, en una única solemnidad, a Santa María, Madre de Dios y la imposición del nombre de Jesús. Dos realidades íntimamente ligadas. La maternidad de María abre un espacio para el nombre de Jesús, que llegó a ser fuente de salvación eterna para todos los que lo obedecen (Cfr. Hebreos 5, 9) y ante el cual “doblen todos las rodillas en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra” (Filipenses 2, 10). Y, a su vez, es el nombre de Jesús el que le da un valor infinito a la maternidad divina de la Virgen María.

Cuando María decidió tener a su hijo, enfrentando la dificultad que podría tener con su prometido y con toda la sociedad, que juzga inmisericordemente a las madres solteras, sabía que se echaba una pesada carga encima. Su valor, su entereza, su respeto al don supremo de la vida, hizo que la reconociéramos como la Madre de Dios. Allí está la fuerza de esta solemnidad.

Pidamos al Señor, al celebrar esta solemnidad y al comenzar el año civil, que nos regale un corazón agradecido, como el de la Virgen María, para que sepamos acoger y respetar cualquier brote de vida que el Señor quiera poner en nuestras manos, de manera que nos convirtamos en sus fieles colaboradores en la construcción de un mundo en el que todas las personas, sin importar su raza, su lengua, su género, su religión, su estrato social, su nivel económico, puedan tener vida y vida en abundancia.

 

LA MADRE

José Antonio Pagola

A muchos les puede extrañar que la Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María, Madre de Dios. Y, sin embargo, es significativo que, desde el siglo IV, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre nuestra.

Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hayamos empobrecido nuestra fe eliminándola de manera inconsciente de nuestra vida.

Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más solida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y extraviadas. Hemos tratado de superar una falsa mariolatría en la que tal vez sustituíamos a Cristo por María y veíamos en ella la salvación, el perdón y la redención, que, en realidad, hemos de acoger de su Hijo.

Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura. Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?

El abandono de María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana, sino que la empobrecerá. Probablemente hayamos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecernos con su ausencia casi total en nuestras vidas.

María es la Madre de Jesús. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su Espíritu. Hoy María no es solo Madre de Jesús. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los creyentes.

Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.

MARÍA MADRE

Fray Marcos

Una fiesta más de María y una nueva oportunidad de tratar un tema que puede ser importantísimo para nuestra vida espiritual. La fiesta litúrgica se titula "María madre de Dios", pero hoy tenemos conocimientos suficientes para ir más allá de la pura mitología que se encierra en esa expresión.

Lo que se ha creído durante mil y pico años no tiene nada que ver con la verdadera declaración del concilio de Éfeso. No se trataba de un dogma sobre María sino de un dogma sobre Jesús. Una vez entendido esto, podemos descubrir que todo lo que se ha dicho sobre María basándose en una traducción literal de la expresión dogmática, no tiene sentido ninguno. Esto no quiere decir que no podemos sacar provecho de una fiesta de María como MADRE.

Seguramente el concepto de "madre" es el que se aplicó a Dios en los orígenes de la religiosidad humana. Sin duda ninguna es el que mejor puede expresar la originalidad de Dios, entendiendo originalidad en el sentido más etimológico del término...

Pero debemos ir a lo profundo del significado de ese término cuando lo aplicamos a Dios. Dios no es origen porque una vez haya sido causa de que la realidad material exista. Dios está en cada criatura como el fundamento, en cada instante de su existencia. Dios es el origen y el fin de toda la creación. En realidad, la creación no es más que lo visible de Dios.

Podemos decir que lo material es la misma divinidad reflejada en un espejo. Para poder ver algo en un espejo, es imprescindible que esa realidad material esté de la otra parte del espejo. En cuanto desaparece esa realidad, desaparece la imagen. Por aquí podemos vislumbrar lo que es Dios como origen de todo lo creado.

En María madre, hemos volcado todo lo que no nos atrevemos a proclamar de Dios como principio de nuestro propio ser. María es el dios Madre que en un contesto patriarcal, no nos atrevemos a imaginar. El bendito Juan Pablo I, en el primer encuentro con los cardenales a los pocos días de ser elegido papa, les espetó: "Dios es padre, pero sobre todo es madre". Con esa sola frase abrió más horizontes a los cristianos que muchas sesudas encíclicas de decenas de páginas.

Todo lo que se ha dicho de María a través de los siglos, tenemos que atrevernos a pensarlo y decirlo de Dios directamente. Este sería el mejor homenaje que le podríamos hacer hoy a María; atrevernos a ver a Dios como verdadera Madre que nos engendra y da a luz a todos en cada instante. Si descubriéramos esta realidad, no haría falta ningún argumento adicional para que todos nos consideráramos verdaderamente hermanos.

Esta vivencia es el fundamento de todo el mensaje de Jesús. Sin esa vivencia el evangelio llegará a ser a lo sumo una programación más, que en ningún caso calará más allá de la epidermis.

LA CIRCUNCISIÓN

Es muy difícil que hoy nos hagamos cargo de lo que significaba este rito para el pueblo judío. Era el signo de pertenencia, que para ellos significaba dar contenido a su vida entera. Hoy no necesitamos este arraigo para sentirnos seres humanos, pero no era así en aquella época. Una persona que no perteneciera a una familia y a un pueblo, no era absolutamente nada.

Nuestro bautismo tiene un significado estrictamente religioso y es el signo de identidad como cristianos, pero para los judíos, lo religioso, lo social e incluso lo económico no se diferenciaban; de tal manera que el fallo de uno de los aspectos llevaba consigo el derrumbe de toda la persona.

Era un signo solo para hombres porque la mujer no era más que lo que el hombre al que pertenecía le aportaba.

Tampoco estamos capacitados para entender lo que significaba en aquella época poner un nombre a una persona. En el nombre se significaban todas las expectativas que la familia ponía en el recién nacido. En este caso, se puede descubrir esa importancia en el hecho de que, según Lucas, el nombre de "Jesús" no es una ocurrencia humana, sino elección divina. Jesús significa "Dios salva" que era precisamente lo que los ángeles dijeron a los pastores: "Os ha nacido un salvador".

Para mí el centro del evangelio de hoy está en esta frase: "María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón". No se trata de memorizarlas y buscarles un sentido lógico, sino de rumiar todo lo que está pasando para asimilarlo y tratar de que pase a formar parte de la vida.

Recordemos una vez más que se trata de teología de las primeras comunidades retrotraída al nacimiento de Jesús. Que el relato no sea una crónica de sucesos, nos obliga a darle mayor importancia y a tratar de hacer nuestro el mensaje. Llevamos dos mil años intentando ir al Dios de Jesús a través de razonamientos. Es hora de abandonar ese intento fallido y entrar por el camino del corazón, es decir, de la vivencia interior que me lleve a descubrirlo desde lo hondo.

 

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