sábado, 13 de agosto de 2022

Domingo XX del Tiempo Ordinario – Ciclo C

 Domingo XX del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 12, 49-53) –14 de agosto de 2022

 

Lucas 12, 40-53

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y cómo me angustio mientras llega!

¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra''.

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Somos lámparas, hogueras llamadas a iluminar, calentar y transformar el mundo, poseemos el fuego transformador del Espíritu de Cristo; pero la rutina, el miedo, la desconfianza, o ciertos discursos y condicionamientos pueden convertirnos en flamas lánguidas, mechas humeantes o inofensivas ”luces decorativas led”; podemos incluso, sentir que somos ya un puñado de cenizas, muertas, frías, apagadas, sin luz.

Hoy Jesús tiene voz fuerte, intensa, desafiante, convocante: “He venido a traer fuego a la tierra y ¡Cuánto quisiera que ya estuviera ardiendo!”. La Palabra hoy nos llama a dejarnos “encender” por Él de nuevo, a dejar que se nos avive su fuego. No aceptemos la vida sin pasión que nos promete “la paz” sin riesgo, sin conflicto y sin miedo, que nos hunde en las tinieblas que envuelven al mundo. Miremos nuestra lámpara, nuestra hoguera, recibamos y avivemos su fuego. ¡Cuánto necesitamos ahora el fuego transformador de Cristo, su fuego nuevo! Brillemos, iluminemos, colaboremos a que el mundo arda de amor, verdad, justicia, pasión y paz de nuevo. #FelizDomingo

Yo he venido a prender fuego en el mundo

Hermann Rodríguez Osorio, SJ

Un viejo cacique de una tribu estaba teniendo una charla con sus nietos acerca de la vida. Los niños querían saber sobre muchas cosas: cómo ser buenas personas, por qué había personas malas, por qué algunas personas hacen daño, pelean son agresivos y violentos… Él les dijo: "Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí; es entre dos lobos. Uno de los lobos es maldad, temor, ira, envidia, dolor, rencor, avaricia, arrogancia, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, orgullo, competencia, superioridad, egolatría. El otro es bondad, alegría, paz, amor, esperanza, serenidad, humildad, dulzura, generosidad, amistad, benevolencia, empatía, verdad, compasión, y fe. Esta misma pelea está ocurriendo dentro de cada uno de ustedes, y dentro de casi todos los seres de la tierra". Lo niños se quedaron pensando un rato esa realidad de la que el abuelo les estaba hablando. De pronto, uno de los niños preguntó a su abuelo: "¿Y cuál de los lobos ganará la pelea dentro de cada uno de nosotros?" El viejo cacique respondió: “simplemente... el que alimentes".

Esta historia del viejo cacique revela la lucha que existe en nuestro propio interior y en el mundo entero. Hay dos fuerzas enfrentadas entre sí, que se disputan nuestras decisiones. Una de ellas tiene origen en Dios y la otra en el pecado. Jesús nos dice que no ha venido a traer paz a la tierra entre estas dos fuerzas, él ha venido a traer fuego. “Porque de hoy en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

Jesús no está hablando aquí de castigos o maldiciones a la humanidad. Está hablando de esta lucha que nos atraviesa interiormente y que atraviesa nuestras vidas y nuestras relaciones. Jesús no quiere una paz mal entendida entre estas fuerzas que se disputan nuestras decisiones y que lo hacían tambalear a él mismo: “Tengo que pasar por una terrible prueba, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo!” Una paz a cualquier precio es un error descomunal. Ya sea entre grupos sociales, entre nuestras propias tendencias interiores, o en la relación de una pareja. Esa paz a cualquier precio ha hecho que muchas veces nos hayamos hecho cómplices del mal en el mundo. No podemos ser neutrales ante cualquier conflicto. Seguir a Jesús, supone tomar partido por la justicia, el amor, la comunión, la reconciliación …

Tenemos en Colombia una coyuntura muy particular. Estamos iniciando un nuevo gobierno que viene de la oposición. En tantos años de democracia, los partidos tradicionales siempre habían ostentado el poder. Las posibilidades de construir un país más justo y fraterno son el sueño de muchos. Pero también existe un gran número de colombianos que no están de acuerdo con estas nuevas propuestas o con los caminos que se proponen ahora. Las diferencias entre unos y otros deben seguir tramitándose de modo civilizado y constructivo. Hemos alimentado durante muchos años al lobo de la guerra, y tenemos la oportunidad de alimentar ahora al lobo de la paz, de una paz con justicia… Por esto, la pregunta de los nietos del cacique también la podríamos hacer nosotros hoy al Señor: “¿Cuál de los dos lobos ganará? Y la sabia respuesta del abuelo, será la que recibiremos: “Ganará el lobo que tú mismo alimentes en tu interior”. ¿Cuál es el lobo que tu estás alimentando? ¿Podemos alimentar ahora al lobo de la paz para seguir avanzando como sociedad hacia un país civilizado?

EL FUEGO TRAÍDO POR JESÚS

José Antonio Pagola

Por los caminos de Galilea Jesús se esforzaba por contagiar el «fuego» que ardía en su corazón. En la tradición cristiana han quedado huellas diversas de su deseo. Lucas lo recoge así: «He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!». Un evangelio apócrifo más tardío recuerda otro dicho que puede provenir de Jesús: «El que está cerca de mí está cerca del fuego. El que está lejos de mí está lejos del reino».

Jesús desea que el fuego que lleva dentro prenda de verdad, que no lo apague nadie, que se extienda por toda la Tierra y que el mundo entero se abrase. Quien se aproxima a Jesús con los ojos abiertos y el corazón despierto va descubriendo que el «fuego» que arde en su interior es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Esto es lo que le mueve y le hace vivir buscando el reino de Dios y su justicia hasta la muerte.

La pasión por Dios y por los pobres viene de Jesús, y solo se enciende en sus seguidores al contacto de su Evangelio y de su espíritu renovador. Va más allá de lo convencional. Poco tiene que ver con la rutina del buen orden y la frialdad de lo normativo. Sin este fuego, la vida cristiana termina extinguiéndose.

El gran pecado de los cristianos será siempre dejar que este fuego de Jesús se vaya apagando. ¿Para qué sirve una Iglesia de cristianos instalados cómodamente en la vida, sin pasión alguna por Dios y sin compasión por los que sufren? ¿Para qué se necesitan en el mundo cristianos incapaces de atraer, dar luz u ofrecer calor?

Las palabras de Jesús nos invitan a dejarnos encender por su Espíritu sin perdernos en cuestiones secundarias o marginales. Quien no se ha dejado quemar por Jesús no conoce todavía el poder transformador que quiso introducir él en la Tierra. Puede practicar correctamente la religión cristiana, pero no ha descubierto todavía lo más apasionante del Evangelio.

 

SIN LUCHA LA VIDA ES IMPOSIBLE

Fray Marcos

Como colofón a la larga instrucción sobre la confianza y la vigilancia, Jesús habla brevemente de sí mismo de una manera enigmática. ¿Qué clase de fuego trae al mundo? ¿Qué significa ese bautismo? ¿De qué paz está hablando? Son frases que no es fácil colocar en un contexto que las hagan significativas para nosotros. Debemos estar muy atentos para no llegar a conclusiones descabelladas.

No se trata de un fuego destructor, como el que provocó Elías o como el que anunciaba el Bautista. Se trata del fuego que purifica y da Vida. Jesús viene a traer fuego, pero nosotros nos defendemos con uñas y dientes contra todo lo que pueda consumir nuestro yo. El bautismo era signo de pruebas terribles, las aguas caudalosas del AT que destruyen todo lo que encuentran a su paso. Está haciendo clara alusión a su muerte, la gran prueba que demostrará la autenticidad de su ser.

¿Cómo podremos armonizar estas palabras: “no he venido ha traer paz, sino división”, con aquellas otras: "La paz os doy, mi paz os dejo?" La primera lectura nos habla de la guerra que le hicieron a Jeremías por ser auténtico. Pablo nos habla de la guerra que debemos hacernos a nosotros mismos. Todo lo que hay de terreno y caduco en nosotros debe ser demolido para que surja lo eterno. Solo de esa manera podemos alcanzar la verdadera consumación a la que estamos llamados.

1.- Tenemos en primer lugar la paz romana, que se consigue con violencia. Los romanos, cuando conquistaban un país, ponían allí sus tropas, y nadie se movía. Es una paz que nace de la injusticia, nunca puede ser auténtica ni duradera. Es una paz injusta. Es una paz que se sigue dando también hoy, a escala internacional y a escala doméstica. Por ejemplo la paz que existe en muchos matrimonios, porque uno de los miembros está anulado y ya no tiene posibilidad de rechistar.

2.- Existe otra clase de paz que podíamos llamar la paz justa: Es la que se da entre personas o países que dialogan, que defienden posturas distintas, pero que saben atender y respetar los derechos de los demás. Sería un equilibrio de intereses que puede impedir la guerra. Solo por eso sería una paz positiva, aunque no se trata de la verdadera paz, porque no es suficiente evitar los conflictos para alcanzar la paz.

3.- La paz que equivaldría a la ausencia de problemas. ¡Que me dejen en paz! ¡Mucho cuidado! Es una trampa. Es la paz de los cementerios. Es una paz que anula la vida, porque la vida es, por naturaleza, lucha, superación de obstáculos. Si llegáramos a conseguir esa paz y en la medida que la consigamos, dejamos de vivir, estamos ya muertos. Incluso la vida biológica es constante lucha. Mucho más la Vida trascendente exige de nosotros una actitud de constante superación.

4.- La paz que Jesús propone es el equilibrio que un ser humano alcanza cuando es lo que tiene que ser sin dejarse arrastrar por las fuerzas que tienden a deteriorar su humanidad. Esta es la autentica paz. Esta es la paz (Shalom) que los judíos se deseaban al saludarse y al despedirse. Esta es la base de la paz verdadera. Esa armonía con uno mismo lleva a estar en armonía con los demás y con Dios. Esta paz es la consecuencia de un descubrimiento de lo trascendente en nuestro ser.

Tenemos paralelamente cuatro clases de guerra que debemos analizar:

1.- La guerra que se hace para someter al otro, para subyugarlos y utilizarlo, para ponerlo a nuestro servicio y anularlo como persona libre. Es la ley de la selva. Es el fruto del egoísmo más feroz. Surge siempre que utilizamos la superioridad biológica, mental o psicológica para machacar al otro. Es la guerra más frecuente y dañina.

2.- La guerra que hace el que está sometido, para salir de su situación. A primera vista, parece lo más natural del mundo, pero hay que tener mucho cuidado de no caer en la misma violencia contra la que se lucha. La Iglesia ha bendecido a través de la historia cañones y bombardas. Y sin embargo todo el evangelio es un canto a la no-violencia, que supera la opresión sin entrar en su misma dinámica. Esta actitud es la clave del mensaje de Jesús: ni oprimir a nadie ni dejarse oprimir.

3.- La guerra que hace el egoísta a otro solo por ser auténtico. Esta guerra no debemos provocarla, pero tampoco debemos temerla. Esto no es fácil, porque, la mayoría de las veces, actuamos pensando más en nuestro falso yo que en nuestro verdadero ser. Con frecuencia, lo que determina que obremos de una o de otra manera, es la respuesta que vamos a obtener de los demás. Si tratamos de no molestar a los demás, antes o después dejaremos de ser auténticos.

4.- La guerra de la que habla Pablo, la que debemos hacernos a nosotros mismos. Dentro del ser humanos existen fuerzas que le mantienen en tensión. Tenemos que pelear contra aquellas partes de nosotros mismos que nos impiden alcanzar mayor humanidad. Con frecuencia caemos en la trampa de creer que los instintos son malos. Para nada. Solo el ser humano es capaz de tergiversar los instintos y hacerlos malos poniéndolos al servicio del falso yo y deteriorándose como humano.

Con todos estos datos, cada uno podrá descubrir, qué paz hay que buscar y qué paz hay que evitar, qué guerra debemos evitar a toda costa, y qué “guerra” debemos aceptar como la cosa más natural del mundo. Pero debemos estar muy atentos, porque la diferencia es a veces muy sutil. El falso yo que creemos ser puede hacernos creer que estamos luchando por nuestro bien y solo estamos potenciando ese falso ser. Si no tomamos conciencia de la diferencia, la guerra está perdida.

Jesús se presenta como la misma causa del conflicto. La actitud de Jesús no es la causa de la división. Jesús no viene a garantizar una paz exterior como esperaban lo judíos de su Mesías. La paz o la guerra exterior no afectarán para nada a la interioridad de los que le sigan. Mi paz os doy, pero yo no la doy como la da el mundo, dijo Jesús con toda claridad. La paz de Jesús consistiría en alcanzar una armonía interna, más allá de las luchas que toda vida proporciona.

En resumen, podíamos decir que en estos versículos se presenta la figura de Jesús como el modelo de ser humano. Debemos afrontar toda nuestra vida como un bautismo, como una inmersión en aguas abismales que en la tradición judía son el signo de lucha y sufrimiento. Pero ese fuego y ese bautismo son positivos porque de ellos surgirá la verdadera paz. Las tensiones e incluso rupturas violentas no las origina Jesús, sino los que deciden rechazarle.

 

 

 

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