Bautismo del Señor – Ciclo C (Lucas 3, 15-16.21-22) 9 de enero de 2022
#microhomilía
#microhomilía
Hernan Quezada SJ
No pocas veces me dan ganas de arrancar lo que parece ya
roto, de apagar lo que parece ya extinto, de dejar, abandonar lo que parece
perdido. Pero cuando amamos eso que parece ya perdido, extinto, roto; no lo
abandonamos, nos quedamos y nos comprometemos, pues uno es así con lo que ama.
Así
mismo sucede con Dios y con cada una y cada uno de nosotros, aún pareciendo ya
perdidos, apagados, rotos; Dios que nos ama, no nos abandona; cuida, apuesta,
restaura y busca devolvernos la vida y la paz. Dios nos susurra al oído:
«Yo,
el Señor, / te
he llamado en mi justicia, / te
cogí de la mano, te formé / e
hice de ti alianza de un pueblo y
luz de las naciones, / para
que abras los ojos de los ciegos, / saques
a los cautivos de la cárcel, / de
la prisión a los que habitan en tinieblas».
Demos
gracias a Dios por su amor y su apuesta por nosotros, dispongámonos a descubrir
su llamada, su envío. #FelizDomingo
No pocas veces me dan ganas de arrancar lo que parece ya
roto, de apagar lo que parece ya extinto, de dejar, abandonar lo que parece
perdido. Pero cuando amamos eso que parece ya perdido, extinto, roto; no lo
abandonamos, nos quedamos y nos comprometemos, pues uno es así con lo que ama.
Así
mismo sucede con Dios y con cada una y cada uno de nosotros, aún pareciendo ya
perdidos, apagados, rotos; Dios que nos ama, no nos abandona; cuida, apuesta,
restaura y busca devolvernos la vida y la paz. Dios nos susurra al oído:
«Yo, el Señor, / te he llamado en mi justicia, / te cogí de la mano, te formé / e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, / para que abras los ojos de los ciegos, / saques a los cautivos de la cárcel, / de la prisión a los que habitan en tinieblas».
Demos
gracias a Dios por su amor y su apuesta por nosotros, dispongámonos a descubrir
su llamada, su envío. #FelizDomingo
“(...)
también Jesús fue bautizado”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Cuentan la
historia de un hombre que reflejaba la derrota en su forma de vestir. Ocurrió en
París, en una calle céntrica aunque secundaria. Este hombre, sucio, maloliente,
tocaba un viejo violín. Frente a él y sobre el suelo estaba su boina, con la
esperanza de que los transeúntes se apiadaran de su condición y le arrojaran
algunas monedas para llevar a casa. El pobre hombre trataba de sacar una
melodía, pero era imposible identificarla por lo desafinado del instrumento, y
por la forma displicente y aburrida con que lo tocaba. Un famoso concertista,
que junto con su esposa y unos amigos salía de un teatro cercano, pasó frente
al mendigo. Todos arrugaron la cara al oír aquellos sonidos tan discordantes, y
no pudieron menos que reír de buena gana. La esposa le pidió al concertista que
tocara algo. El hombre echó una mirada a las pocas monedas en el interior de la
boina del mendigo, y decidió hacer algo. Le solicitó el violín y el mendigo musical
se lo prestó con cierto resquemor.
Lo primero que
hizo el concertista fue afinar las cuerdas del instrumento que tenía en sus
manos. Luego, vigorosamente y con gran maestría arrancó una melodía fascinante
del viejo violín. Los amigos comenzaron a aplaudir y los transeúntes comenzaron
a arremolinarse para ver el improvisado espectáculo. Al escuchar la música, la
gente de la cercana calle principal acudió también y pronto había una pequeña
multitud escuchando arrobada el extraño concierto. La boina se llenó no
solamente de monedas, sino de muchos billetes. Mientras el maestro sacaba una
melodía tras otra, con tanta alegría. El mendigo musical estaba aún más feliz
de ver lo que ocurría y no cesaba de dar saltos de contento y repetir orgulloso
a todos: "¡Ese es mi violín! ¡Ese es mi violín!". Lo cual, por
supuesto, era rigurosamente cierto.
Cuando Jesús
fue al Jordán para recibir el bautismo de Juan, nos estaba diciendo que él
también participaba de nuestra condición humana y que sentía en su interior el
llamado a vivir cumpliendo plenamente la voluntad de su Padre, por la acción
del Espíritu Santo: “mientras oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo bajó
sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz del cielo, que
decía: –Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido”. Dios eligió a Jesús para
hacer en él su voluntad con toda perfección, para la salvación del género
humano. Y Jesús tomó la decisión de colaborarle con toda generosidad, sabiendo
que esta disposición le podría traer situaciones difíciles y problemas, como de
hecho le trajo. Jesús siempre fue dócil a la voluntad de su Padre, pero su
bautismo es como la expresión consciente y plena de esta opción de vida que se
vio respaldada por sus palabras y acciones a partir de este momento.
Tenemos que
reconocer que también nosotros hemos sido elegidos por Dios en el bautismo.
Hemos sido ungidos por la acción del Espíritu Santo, para que nos dejemos conducir
con docilidad por la acción salvífica de Dios Padre, cumpliendo su voluntad de
manera consciente, sabiendo, como Jesús, que esta opción implicará sacrificios
y ofrendas muchas veces dolorosas. Dios Padre nos ha regalado a cada uno de
nosotros un violín que tal vez no está muy bien afinado y sobre todo, que no
sabemos interpretar con suficiente maestría. Por tanto, si no hemos alcanzado
la plenitud de Dios con nuestra propia vida, no es por falta de medios. Todos
tenemos un violín muy parecido al que tuvo Jesús entre sus manos y con el cual
nos dio el mejor concierto de toda la historia. Como el mendigo de la calle
parisina, podríamos decir también: ¡Ese es mi violín! ¡Ese es mi violín! Porque
estamos llamados a alcanzar la plenitud que Dios nos ha mostrado en Jesús de
Nazaret y a vivir el bautismo con la misma radicalidad con la que él lo vivió.
¿PARA
QUÉ CREER?
Son bastantes
los hombres y mujeres que un día fueron bautizados por sus padres y hoy no
sabrían definir exactamente cuál es su postura ante la fe. Quizá la primera
pregunta que surge en su interior es muy sencilla: ¿para qué creer? ¿Cambia
algo la vida por creer o no creer? ¿Sirve la fe realmente para algo?
Estas preguntas
nacen de su propia experiencia. Son personas que poco a poco han arrinconado a
Dios de su vida. Hoy Dios no cuenta en absoluto para ellas a la hora de
orientar y dar sentido a su existencia.
Casi sin darse
cuenta, un ateísmo práctico se ha ido instalando en el fondo de su ser. No les
preocupa que Dios exista o deje de existir. Todo eso les parece un problema
extraño que es mejor dejar de lado para asentar la vida sobre bases más
realistas.
Dios no les
dice nada. Se han acostumbrado a vivir sin él. No experimentan nostalgia o
vacío alguno por su ausencia. Han abandonado la fe y todo marcha en su vida tan
bien o mejor que antes. ¿Para qué creer?
Esta pregunta
solo es posible cuando uno «ha sido bautizado con agua», pero no ha descubierto
qué significa «ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo». Cuando uno sigue
pensando erróneamente que tener fe es creer una serie de cosas enormemente
extrañas que nada tienen que ver con la vida, y no conoce todavía la
experiencia viva de Dios.
Encontrarse con
Dios significa sabernos acogidos por él en medio de la soledad; sentirnos
consolados en el dolor y la depresión; reconocernos perdonados del pecado y la
mediocridad; sentirnos fortalecidos en la impotencia y caducidad; vernos
impulsados a amar y crear vida en medio de la fragilidad.
¿Para qué
creer? Para vivir la vida con más plenitud; para situarlo todo en su verdadera
perspectiva y dimensión; para vivir incluso los acontecimientos más triviales e
insignificantes con más profundidad.
¿Para qué
creer? Para atrevernos a ser humanos hasta el final; para no ahogar nuestro
deseo de vida hasta el infinito; para defender nuestra libertad sin rendir
nuestro ser a cualquier ídolo; para permanecer abiertos a todo el amor, la
verdad, la ternura que hay en nosotros. Para no perder nunca la esperanza en el
ser humano ni en la vida.
CELEBRAMOS HOY EL VERDADERO
NACIMIENTO DE JESÚS, DEL AGUA Y DEL ESPÍRITU
Comenzamos el
“tiempo ordinario”. El bautismo es el primer acontecimiento que los evangelios
nos narran de la vida de Jesús. Además, el más significativo desde su
nacimiento hasta su muerte. Lo importante no es el hecho en sí, sino la carga
simbólica que el relato encierra. El bautismo y las tentaciones hablan de la
profunda transformación que produjo en él una experiencia que se pudo prolongar
durante años. Jesús descubrió el sentido de su vida, lo que Dios era para él y
lo que tenía que ser él para los demás.
Los cuatro
evangelistas resaltan la importancia que tuvo para Jesús el encuentro con Juan
el Bautista y el descubrimiento de su misión. A pesar de que es un
reconocimiento de cierta dependencia de Jesús con relación a Juan. Ningún
relato nos ha llegado de los discípulos de Juan. Todo lo que sabemos de él lo
conocemos a través de los escritos cristianos. Si a pesar de que se podía
interpretar como una subordinación, lo han narrado todos los evangelistas,
quiere decir que grandes posibilidades muy de ser histórico tiene.
Celebramos hoy
el verdadero nacimiento de Jesús. Él mismo nos dijo que el nacimiento del agua
y del Espíritu era lo importante. Si seguimos celebrando con mayor énfasis en
el nacimiento carnal, es que no hemos entendido el mensaje evangélico. Nuestra
religión sigue empeñada en que busquemos a Dios donde no está. Dios no está en
lo que podemos percibir por los sentidos. Dios está en lo hondo del ser y allí
tenemos que descubrirlo. El bautismo de Jesús tiene un hondo calado porque nos
lanza más allá de lo sensible.
Lucas no da
ninguna importancia al hecho físico. Destaca los símbolos: Cielo abierto,
bajada del Espíritu y voz del Padre. Imágenes que en el AT están relacionadas
con el Mesías. Se trata de una teofanía. Según aquella mentalidad, Dios está en
los cielos y tiene que venir de allí. Abrirse los cielos es señal de que Dios
se acerca a los hombres. Esa venida tiene que ser descrita de una manera
sensible para poder ser percibida. Lo importante no es lo que sucedió fuera,
sino lo que vivió Jesús dentro de sí mismo.
El gran
protagonista de la liturgia de hoy es el Espíritu. En las tres lecturas se hace
referencia directa a él. En el NT el Espíritu es entendido a través de Jesús;
ya la vez, Jesús es entendido a través del Espíritu. Esto indica hasta qué punto
se considera mutuamente implicados. Comprenderemos esto mejor si damos un
repaso a la relación de Jesús con el Espíritu en los evangelios, aunque no en
todos los casos “espíritu” significa lo mismo.
Marcos: 1,10
Vio rasgarse los cielos y al Espíritu descender sobre él.
1,12 El Espíritu lo impulsó hacia
el desierto.
Mateo: 3,16 Se
abrieron los cielos y vio el Espíritu de Dios que bajaba como paloma.
Lucas: 3,22 El
Espíritu Santo bajó sobre él en forma corporal como una paloma.
4,1 Jesús salió del Jordán lleno
del Espíritu Santo.
4,14 Jesús, lleno de la fuerza del
Espíritu, regresó a galilea.
4,18 El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque él me ha ungido.
Juan: 1,32 Yo
he visto que el Espíritu que bajaba del cielo y permanecía sobre él.
1,33 Aquel sobre quien veas bajar el
Espíritu, es quien bautiza con ES y fuego.
3,5 Nadie puede entrar en el Reino, si
no nace del agua y del Espíritu.
6,63 El Espíritu es el que da vida, la
carne no sirve de nada.
Hay que
recordar que estamos hablando de la experiencia de Jesús como ser humano, no de
la segunda o de la tercera persona de la Trinidad. Lo que de verdad nos debe
importar a nosotros es el descubrimiento de la relación de Dios para con él,
como ser humano, y la respuesta que el hombre Jesús dio a esa toma de conciencia.
Lo singular de esa relación es la respuesta de Jesús a esa presencia de
Dios-Espíritu en él. El bautismo no es la prueba de la divinidad de Jesús, sino
la prueba de una verdadera humanidad.
En el discurso
de Juan en la última cena, Jesús hace referencia al Espíritu que les enviará,
pero también les dice que no les dejará huérfanos. Esas dos expresiones hacen
referencia a la misma realidad. También dice que el Padre y él vendrán harán y
morada en aquel que le ama. Jesús se siente identificado con Dios, que es
Espíritu. No tenemos datos para poder adentrarnos en la psicología de Jesús,
pero los evangelios no dejan ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios.
Fue una relación mucho más que personal. Se atreve a llamarle Abba, (papá) cosa
inusitada en aquella época y aún en la nuestra.
Todo el mensaje
de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios. El único objetivo de su
predicación fue que también nosotros lleguemos a esa misma experiencia. La
comunicación de Jesús con su "Abba", no fue a través de los sentidos
ni a través de un órgano portentoso. Se comunicaba con Dios como nos podemos
comunicar cualquiera de nosotros. Tenemos que descartar cualquier privilegio en
este sentido. A través de la oración, de la contemplación, el Hombre Jesús descubrió
quién era Dios para él. En este caso, Lucas dice que esa manifestación de Dios
en Jesús se produjo “mientras oraba”.
El
descubrimiento de esa presencia nace sencillamente de su conciencia de
criatura. Dios como creador está en la base de todo ser creado, constituyéndolo
en ser. Yo soy yo porque soy de Dios. Todo lo que tengo de positivo me lo está
comunicando Dios; es el mismo ser de Dios en mí. Solo una cosa me diferencia de
Dios: mis limitaciones. Esas sí son mías y hacen que yo no sea Dios, ni criatura
alguna pueda identificarse absolutamente con Dios. Lo importante para nosotros
es intentar descubrir lo que pasó en el interior de Jesús y ver hasta qué punto
podemos aproximarnos a esa misma experiencia.
La experiencia
de Dios que tuvo Jesús no fue un chispazo que sucedió en un instante. Más bien
tenemos que pensar en una toma de conciencia progresiva que le fue acercando a
lo que después intentó transmitir a los discípulos. Los evangelios no dejan
lugar a duda sobre la dificultad que tuvieron los primeros seguidores de Jesús
para entender esto. Eran todos judíos y la religiosidad judía estaba basada en
la Ley y el templo, es decir, en una relación puramente externa con Dios. Para
nosotros esto es muy importante. Una toma de conciencia de nuestro verdadero
ser no puede producirse de la noche a la mañana.
¿Cómo
interpretaron los primeros cristianos, todos judíos, este relato? Dios, desde
el cielo, manda su Espíritu sobre Jesús. Para ellos Hijo de Dios y ungido era
lo mismo. Hijo de Dios era el rey, una vez ungido; el sumo sacerdote, también
ungido; el pueblo elegido por Dios. Lo más contrario a la religión judía era la
idea de otro Dios o un Hijo de Dios. ¿Cómo debemos interpretar nosotros esa
interpretación? Hoy tenemos conocimientos suficientes para recuperar el sentido
de los textos y salir de una mitología que nos ha despistado durante siglos.
Jesús es hijo de Dios porque salió al Padre, imitó en todo al Padre, le hizo
presente en todo lo que hacía. Pero entonces también yo puedo ser hijo como lo
fue Jesús.
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