Evangelio según
san Lucas 12, 32-4
En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: “No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha
tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes y den limosnas. Consíganse unas
bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba,
allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está su
tesoro, ahí estará su corazón.
Estén listos, con la túnica puesta y las
lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su
señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos
aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que
se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si
llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos. Fíjense
en esto: Si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón,
estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa.
Pues también ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen
vendrá el Hijo del hombre”.
Entonces Pedro le preguntó a Jesús:
“¿Dices esta parábola sólo por nosotros o por todos?” El Señor le respondió:
“Supongan que un administrador, puesto por su amo al frente de la servidumbre,
con el encargo de repartirles a su tiempo los alimentos, se porta con fidelidad
y prudencia. Dichoso este siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra
cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que
tiene. Pero si este siervo piensa: ‘Mi amo tardará en llegar’ y empieza a
maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a embriagarse, el
día menos pensado y a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará
severamente y le hará correr la misma suerte que a los hombres desleales.
El servidor que, conociendo la voluntad de
su amo, no haya preparado ni hecho lo que debía, recibirá muchos azotes; pero
el que, sin conocerla, haya hecho algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le da, se le exigirá
mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más”.
Reflexión:
¿Cómo administro
lo que se me ha dado?
Con las lecturas de hoy, podemos reflexionar sobre dos puntos: (1)
nuestra fe en Dios y (2) mi quehacer con esa fe.
Fe, es “como confiar en alguien que sabes que nunca te va a
fallar”, así como lo hacemos con una persona que siempre se preocupa y
ocupa de nosotros, nos cuida y guía hacia lo que es para nuestro bien; nuestra fe
en Dios es creer y confiar en que Él está vivo y presente y que su Palabra se
hace realidad, en cuanto cada uno de nosotros la pone en práctica.
Así, mi respuesta a lo que Dios me va revelando, también es fe en Él,
es mi adhesión personal a la propuesta de Dios, como leemos en la segunda
lectura (Heb 11, 8-9), Abraham y Sara, nos dan ejemplo de fe en Dios, siendo “obedientes”,
“creyendo en sus promesas” … caminaron
confiadamente y con esperanza hacia la tierra prometida, aunque “no alcanzaron
los bienes prometidos, pero los vieron y los saludaron con gozo desde lejos”
…
Hoy, también nosotros somos invitados a confiar en la promesa de “tener
una vida plena, que valga la pena vivir” (cfr. PyF 23), en cuanto seamos humildes
y sencillos, apoyándonos unos a otros, como miembros del pueblo elegido por
Dios.
Cada uno ha sido llamado a ser parte de su pueblo, primero por el
bautismo (al que nos llevaron nuestros padres y padrinos), luego por nuestra
convicción y unión al estilo de vida que nos propone Dios, en Jesús.
Ejercemos nuestra fe en Dios, cada vez que “hacemos su voluntad”
(como pedimos en el Padrenuestro), cuando llenos de las enseñanzas de Jesús, el
gran tesoro al que aspiramos, y respondemos a las situaciones, con lo que sale
de nuestro corazón, a la manera de Jesús. Esto es lo que hago con mi fe,
ponerla en práctica, dejar que “venga su Reino”, que se haga presente,
en mis respuestas, de palabra y obra,
Lo anterior, no es tan fácil, por ello, me previene Jesús, “estén
preparados” para que no nos roben el tesoro”, o sea, los dones recibidos y enseñanzas
de vida de Jesús … así que tengo que saber administrar lo que he recibido,
para ponerlo al servicio del reinado del amor y contribuir así a la construcción
de una sociedad fraterna que cuida de los demás y toda la creación.
¿Cómo
cuidar y hacer crecer lo que se me ha dado?... ¿Qué tengo que ofrecer a
los demás?... ¿Cuál es mi manera especial de hacer presente el Reino?
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