Evangelio
según san Marcos 7, 1-8.
14-15. 21-23
En aquel
tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de
Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre
sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. Él lo apartó a
un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con
saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “¡Effetá!”. (Que quiere
decir “¡Ábrete!”). Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de
la lengua y empezó a hablar sin dificultad.
Él les
mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más selo mandaba, ellos con más
insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: “¡Qué bien lo
hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
La Palabra con la clara intensión de dirigirse a los corazones cobardes, nos recuerda que Dios es muy activo: abre los ojos del ciego, los oídos del sordo, fortalece la fuerza del cojo y hace cantar la lengua del mudo. Dios transforma; el desierto lo vuelve estanque y la tierra reseca en manantial. Dios hace justicia, da pan, libera, abre, endereza, ama, sustenta y aparta a los malvados. Dios es pues, un Dios activo, no permanece impasible ante nuestra necesidad. Pero todo esto, podemos ignorarlo porque estamos "cerrados", sin escuchar. Podemos oír con bastante agudeza, pero no escuchar; entonces nuestra vida transcurre "balbuceante". Pero siempre hay otros que buscan llevarnos ante Jesús, como el sordo del Evangelio de hoy, es llevado, él no va. Jesús sabe que su sordera es producto de su cerrazón, y entonces lo llama a hacer lo que necesita hacer: "Ábrete", y el hombre lo escucha y se libera.
Escuchemos a este nuestro Dios actuante decirnos: Se fuerte, no temas. ¿Te han dicho últimamente que sería bueno que escuches? ¿Quiénes te van llevando o intentan llevarte a ese encuentro liberador? Coloquémonos ante Jesús, y dejemos que meta sus dedos en nuestros oídos, que toque nuestra lengua y escuchemos su invitación.
Si escuchamos, Jesús transformará nuestras debilidades en fuerza y nuestros desiertos en fuentes de agua viva. ¡Effetá! #FelizDomingo
Los jesuitas de Chile se empeñaron
hace algunos años en una campaña publicitaria de gran despliegue a través de
los medios masivos de comunicación social. La intención de la campaña era
invitar a los televidentes a desarrollar actitudes humanas fundamentadas en los
valores del Evangelio, pero utilizando un lenguaje cercano y cotidiano. Tuve la
oportunidad de conocer algunos de los cortos e impactantes avisos que pasaron
durante varios meses por la televisión chilena. Recuerdo uno que me impactó
particularmente cuando nos lo mostró el P. Gabriel Jaime Pérez, SJ, después de
un viaje suyo al país austral.
El spot publicitario,
como se le llama a este tipo de anuncios, presentaba a un mendigo sucio,
descuidado, harapiento y despeinado que estaba sentado en la acera de una calle
muy concurrida. Mientras pedía limosna, la gente pasaba sin prestarle mayor
atención. De pronto, aparece una hermosa joven rubia espectacularmente vestida
que viene hacia el mendigo. Se acerca a él y comienza a besarlo en la boca de
una manera apasionada. Desde luego, los transeúntes se detienen aterrados ante
semejante escena. Después de unos segundos, aparecía un aviso que decía: “No te
pedimos tanto. Sencillamente que lo trates como un ser humano...”.
Creo que este tipo de mensajes no nos
cae mal en ningún momento. A veces pensamos que lo que se nos pide es demasiado
o que no somos capaces de hacer nada por las personas derrengadas que nos
encontramos por el camino de la vida. Tal vez esta es la actitud que tuvo Jesús
con esas personas que eran despreciadas y marginadas en su medio social. Cuando
le presentaron a aquel sordomudo para que le impusiera las manos, “Jesús se lo
llevó a un lado, aparte de la gente, le metió los dedos en los oídos y con saliva
le tocó la lengua. Luego, mirando al cielo, suspiró y dijo al hombre: ‘¡Efatá!’
(es decir: ‘¡Ábrete!’)”.
Esta actitud de cercanía con un ser
humano sufriente, que había perdido, o tal vez nunca había tenido la
posibilidad de comunicarse o escuchar a los demás, debió resultar sorprendente
para los que acompañaban al Señor en su recorrido por territorios extranjeros.
No estaba bien acercarse a un enfermo y mucho menos tocarlo. Sin embargo, el
Señor no sólo se acerca, sino que le mete los dedos en los oídos y le toca la
lengua con saliva, de manera que “los oídos del sordo se abrieron, y se le
desató la lengua y pudo hablar bien”. Este hombre vivió, seguramente, el
momento más importante de su vida. Se sintió atendido, respetado y acogido en
su limitación.
Cualquiera
de nosotros podría decir ante este milagro del Señor: “¡Eso es imposible para
mí! Yo no sé cómo hacer ese tipo de milagros... No sé cómo devolverle a una
persona sorda su capacidad de oír, o a una persona muda su capacidad para
hablar”. Pero el Señor nos diría: “No te pedimos tanto. Sencillamente trátalo
como un ser humano...”. Tal vez ese es el mejor milagro que podamos hacer hoy.
La soledad se ha
convertido en una de las plagas más graves de nuestra sociedad. Los hombres
construyen puentes y autopistas para comunicarse con más rapidez. Lanzan
satélites para transmitir toda clase de ondas entre los continentes. Se
desarrolla la telefonía móvil y la comunicación por Internet. Pero muchas
personas están cada vez más solas.
El contacto humano
se ha enfriado en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente no se siente
apenas responsable de los demás. Cada uno vive encerrado en su mundo. No es
fácil el regalo de la verdadera amistad.
Hay quienes han
perdido la capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial, sincero. No son
ya capaces de acoger y amar sinceramente a nadie, y no se sienten comprendidos
ni amados por nadie. Se relacionan cada día con mucha gente, pero en realidad
no se encuentran con nadie. Vive con el corazón bloqueado. Cerrados a Dios y
cerrados a los demás.
Según el relato
evangélico, para liberar al sordomudo de su enfermedad, Jesús le pide su
colaboración: «Ábrete». ¿No es esta la invitación que hemos de escuchar también
hoy para rescatar nuestro corazón del aislamiento?
Sin duda, las causas
de esta falta de comunicación son muy diversas, pero, con frecuencia, tienen su
raíz en nuestro pecado. Cuando actuamos egoístamente nos alejamos de los demás,
nos separamos de la vida y nos encerramos en nosotros mismos. Queriendo defensor
nuestra propia libertad e independencia caemos en el riesgo de vivir cada vez
más solos.
Sin duda es bueno
aprender nuevas técnicas de comunicación, pero hemos de aprender, antes que
nada, a abrirnos a la amistad y al amor verdadero. El egoísmo, la desconfianza
y la insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a unos de
otros. Por ello, la conversión al amor es camino indispensable para escapar de
la soledad. El que se abre al amor al Padre ya los hermanos no está solo. Vive
de manera solidaria.
El episodio que nos narra hoy Marcos no tiene localización precisa como casi siempre. Solo dice que vuelve del Tiro al lago de Galilea, pasando por Sidón, atravesando la Decápolis. Podemos suponer que estamos en la Decápolis, tierra de paganos. Si alguno intentara marcar un recorrido geográfico lógico de los itinerarios de Jesús en el evangelio de Marcos, se encontraría con una galimatías indescifrable. Para Marcos la geografía no tiene ninguna importancia. Coloca a Jesús en cada momento donde más le interesa teológicamente.
En el AT, los
tiempos mesiánicos se anunciaron como salvación para los marginados, los
pobres, los que no tenían valedor en este mundo injusto. Seguramente hemos
entendido demasiado literalmente el anuncio hecho por los profetas de que los
sordos oirán, los mudos hablarán, los ciegos verán, los cojos saltarán... En
realidad, nunca se dice en toda la Biblia que el Mesías tenía esa misión.
También dicen los textos que nacerán fuentes en la estepa, que el león pacerá
con el buey, que el niño cogerá la serpiente en la mano etc. y nadie espera que
eso vaya a suceder en la realidad. Todo es signo del Reino, no el Reino.
Considerar el
milagro como una excepción de las leyes de la naturaleza resulta anacrónico si
se aplica a los milagros de los evangelios. En tiempos de Jesús no se
cuestionaba la posibilidad del milagro. Todo el mundo aceptaba no solo la
posibilidad sino la realidad de los milagros. Ni entonces ni ahora conocemos
las leyes de la naturaleza para poder determinar lo que las sobrepasa o las
violas. Lo que hasta tiempos muy cercanos sirvieron para apoyar la fe, es hoy
un obstáculo para aceptarla. Los milagros narrados en los evangelios tratan de
llevarnos a descubrir el mensaje de Jesús que está más allá de ellos.
Para aquella
cultura el hecho de que una persona fuera sorda o muda o ciega, no era un
problema de salud sino un problema religioso. Esa carencia era signo de que
Dios le había abandonado. Si Dios lo había abandonado la institución religiosa
estaba obligada a hacer lo mismo. Eran, por tanto, marginados por la religión,
que era la mayor desgracia que podía recaer sobre una persona. Jesús, con su
actitud, manifiesta que Dios está más cerca de los marginados, de los que
sufren. Al curar, Jesús les está sacando de su marginación religiosa,
demostrando que Dios no margina a nadie y que la religión no actúa en su
nombre.
El relato está
plagado de simbolismos que hacen imposible interpretarlo como crónica de unos
hechos. En el capítulo siguiente se narra la curación del ciego de Betsaida,
utilizando el mismo cliché: Es presentado por otros, le piden que lo toque (le
imponga las manos), lo separa de la multitud, hace un tocamiento con su saliva,
y les manda que guarden silencio. En los profetas, la ceguera y la sortera son
símbolos de resistencia a la palabra de Dios. En el evangelio son símbolos de
la incomprensión y resistencia al mensaje de Jesús. Los discípulos de Jesús no
comprenden el mensaje y por lo tanto, no pueden trasmitirlo.
Sordo y mudo,
en el AT, simbólicamente era el que no quería escuchar la palabra de Dios, y
por lo tanto, tampoco podía cumplirla o proclamarla. Si tenemos en cuenta que
la religión judía está fundamentada en el cumplimiento de la Ley, descubriremos
que, el que no puede oírla ni proclamarla queda totalmente excluido. La
imposición de manos era signo de la comunicación del Espíritu. La mirada al
cielo era signo de relación íntima con Dios. Apartarlo de la gente era
separarlo del mundo. El dedo hace referencia al dedo de Dios que actúa con
fuerza. La saliva se considera como vehículo del Espíritu. Aparentemente Jesús
actúa como cualquier sanador de la época. Pero los taumaturgos hacían sus
curaciones con la máxima ostentación posible. Jesús quiere hacer ver a todos
que su objetivo es muy distinto.
Jesús nunca
identifica el Reino de Dios con una supresión de las limitaciones. Las
bienaventuranzas dejan claro que el Reino de Dios está abierto a todos, a pesar
de las circunstancias adversas. Él dice expresamente que el Reino de Dios está
dentro de vosotros. El Reino de Dios es una actitud vital de cada persona. Es
un descubrimiento de Dios en lo hondo del ser. Claro que una vez que la persona
entra en esa dinámica, tiene que manifestarse después en la manera de actuar.
La atención a los marginados no es el Reino de Dios, sino la manifestación de
que está presente y visible a todo el que lo quiera ver.
Si queremos
llevar a los marginados el Reino de Dios, antes de haber entrado nosotros en
él, caeremos en la trampa de la programación. Mientras no cambiemos nosotros,
por mucha que atención reciban los que sufren, no ha llegado el Reino de Dios,
ni para nosotros ni para ellos. Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del
AT, la señal de que el Reino de Dios ha llegado, es que los sordos oyen, los
cojos andan, los ciegos ven, y los pobres son evangelizados. Aquí podemos
encontrar la clave de interpretación del relato.
El Reino
consiste en que los que excluimos dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de
sentirse marginados a causa de sus limitaciones. El objetivo de Jesús no es
erradicar la pobreza o la enfermedad, sino hacer ver que hay algo más
importante que la salud y que la satisfacción de las necesidades más
perentorias. Sacar al pobre de su pobreza no garantiza que lo hemos introducido
en el Reino. Pero salir de nuestro egoísmo y preocuparnos por los pobres sí
garantiza la presencia del Reino y puede hacer que el pobre lo descubra.
Tampoco
podemos pensar en un Reino de Dios puramente espiritual. Hemos dicho muchas
veces que una relación auténtica con Dios es imposible al margen de una
preocupación por los demás. Creer que podemos servir una relación con Dios al
margen de los demás es ilusión. No hemos aprendido la lección, ni como
individuos ni como iglesia. El ejemplo de Santiago, dentro de su simplicidad,
es esclarecedor. ¿Quién de los aquí presentes aprecia más a un andrajoso que a
un rico? ¿Qué sacerdote, incluyéndome a mí, trata mejor la los pobres que a los
ricos? La conclusión es clara: el Reino de Dios no ha llegado a nosotros.
El mensaje de
Jesús tendría que operar en nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva
y su dedo en el sordomudo. Escuchar el mensaje de Jesús es la clave para
descubrir cuál debe ser la trayectoria de mi vida. La postura de cerrarse a la
palabra es mucho más común de lo que solemos pensar. El miedo a equivocarnos
nos paraliza. Un proverbio oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a
todos los errores, dejarás inevitablemente fuera de la verdad. El episodio de
hoy nos debe hacer reflexionar. Tenemos que abrirnos a la verdad y tratar de
comunicarla a todos para llevarles un poco de esperanza e ilusión.
Jesús dijo en
(Jn 10, 9): “Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá
entrar y salir y encontrar pastos”. Pero, “puerta” se puede entender como el
hueco que permite el acceso a una estancia o el elemento material que, girando
sobre unos goznes, puede permitir o impedir el paso. El contexto de la cita
deja claro que se trata de la apertura para entrar y salir. Pero por desgracia
usamos a Jesús como el elemento giratorio que nosotros usamos para dejar entrar
o para impedir el paso a la intimidad de Dios. Con mucha frecuencia, hemos
cerrado la puerta y nos hemos guardado la llave.
No nos salva
escuchar la palabra de Dios, pero es el instrumento que nos permite descubrir
dentro de nosotros la salvación. Las frutas defienden la vida que está latente
en la semilla de dos maneras: rodeándola con gran cantidad de pulpa o con un
caparazón duro que la aísla del entorno. En los dos casos, lo aparente, que es
lo que parece importante, no es más que un medio para conservar la semilla
hasta la primavera siguiente. Entonces la cáscara desaparecerá para que germine
la semilla. En el caso de la manzana o el melón, pudriéndose. En el caso de la
almendra o la nuez, separando las dos partes para dejar paso al germen.
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