Evangelio según
Marcos 6, 30-34
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le
contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Entonces Él les dijo:
"Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco".
Porque eran tantos los que iban y venían, que no les dejaban tiempo ni para
comer. Jesús y sus apóstoles se dirigieron en una barca hacia un lugar apartado
y tranquilo. La gente los vio irse y los reconoció; entonces de todos los
poblados fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Cuando
Jesús desembarcó, vio una numerosa multitud que lo estaba esperando y se
compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a
enseñarles muchas cosas.
El Evangelio nos presenta una imagen que puede ilustrar cómo nos sentimos en algún momento de la vida: "Como ovejas sin pastor", es decir, perdidas, expuestas, hambrientas, vulnerables, asustadas y otros adjetivos que se nos pueden ocurrir. Y para esos momentos ayuda recordar, que podemos sentirnos así, pero nunca seremos solitarios. Jeremías nos recuerda que Dios tiene la iniciativa para buscarnos, para llevarnos de nuevo con él. Eso sí, en tanto libres o demasiado asustadas, podemos actuar de manera "encabritada" (otra imagen a la que podríamos poner adjetivos); pero Él, el Buen Pastor no claudicará para recuperarnos y ofrecernos todo lo que nos falta y que nosotros, desesperada y erráticamente, buscamos en "pastores" y "campos" equivocados.
Recibamos estas buenas noticias en el corazón: "los que estuvieron lejos, ahora están cerca", "ninguno se perderá ni tendrá miedo", "sintió compasión de ellos". Y exclamemos con el salmista, con fe fortalecida: "EL Señor es mi pastor, nada me falta", me conduce, me repara; me vuelve valiente, me dignifica y siempre me acompaña.
#FelizDomingo
Hace un tiempo, Miguel Silva
escribió en El Espectador un artículo que me gustó mucho: “El ajetreo y el
trabajo”. Decía el autor que los colombianos tenemos una forma muy extraña
de trabajar; y contaba que una italiana que trabaja en el Banco Mundial le
decía alguna vez: “Yo siempre veo a los colombianos trabajar hasta que cae la
noche. Son los últimos que salen de aquí. Pero lo más divertido es que, en
verano, también salen únicamente cuando cae la noche, y como en verano eso
sucede a las nueve, salen tardísimo. Como si fueran unos animales extraños que
por razones de supervivencia no fueran capaces de encontrarse en casa con luz
diurna”.
Más adelante, dice Miguel
Silva: “Alguna vez a un colombiano –creo que fue a Juan Luis Londoño– lo
obligaron a salir temprano de la oficina en el mismo Banco Mundial. Lo llamó un
vicepresidente y le expresó preocupación por sus larguísimas jornadas. –Eso
sólo puede ser consecuencia de una de dos cosas, dijo el funcionario: –o le
ponemos una carga laboral excesiva o usted es muy ineficiente. Y lo mandaron
para su casa temprano”. La conclusión a la que llega el artículo es que “Si el
tiempo en la oficina fuera medida del éxito, Colombia sería una superpotencia,
porque aquí nadie sale temprano y todo el mundo suda y se demora y se queja.
Todos tomamos vacaciones con un gran sentido de culpa. El lío no es que no
tengamos tiempo para la familia. Eso sin duda es muy grave. Pero tanto o más
dramático es que del ajetreo apenas queda el ruido que genera. Es el trabajo el
que produce resultados. Y los resultados son los que cuentan”.
Toda esta historia me ha hecho
pensar muy en serio en nuestros ritmos de trabajo o de ajetreo y
en lo poco que dedicamos a la ‘recreación’... que literalmente significa
tiempo para compartir fraternalmente, para dialogar amigablemente, para
reconstruirnos como personas. El P. Augusto Hortal, que fue mi superior en
España durante varios años, solía decir: “El que no descansa, cansa”. Y
no permitía que los jóvenes jesuitas con los que vivíamos se dedicaran los
domingos a estudiar o a adelantar trabajos para la Universidad.
Jesús y sus discípulos tenían un ritmo de trabajo impresionante. El texto evangélico que nos propone hoy la liturgia dice que “iba y venía tanta gente, que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer”. De modo que Jesús les dice: “Vengan, vamos nosotros solos a un lugar tranquilo. (...) Así que Jesús y sus apóstoles se fueron en una barca a un lugar apartado”. Claro que la dicha no les duró mucho, pues “muchos los vieron ir, y los reconocieron; entonces de todos los pueblos corrieron allá, y llegaron antes que ellos. Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud, y sintió compasión de ellos, porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas”.
Aunque estas vacaciones
apostólicas no fueron un éxito, que digamos, me parece que este texto
nos invita a reflexionar sobre nuestros ritmos laborales y el tiempo que,
efectivamente, dedicamos a descansar en compañía de nuestros seres queridos; un
ritmo de trabajo exagerado, un trajín o un ajetreo desaforados, lo único que
dejan es cansancio y no eficiencia en nuestra misión. Tenemos que tratar de
buscar un ritmo de trabajo que nos permita encontrarnos, por lo menos de vez en
cuando, en casa con luz diurna.
La escena está cargada de ternura. Llegan los
discípulos cansados del trabajo realizado. La actividad es tan intensa que ya
«no encontraban tiempo para comer». Y entonces Jesús les hace esta invitación:
«Venid a un sitio tranquilo a descansar».
Los cristianos olvidamos hoy con demasiada
frecuencia que un grupo de seguidores de Jesús no es solo una comunidad de
oración, reflexión y trabajo, sino también una comunidad de descanso y
disfrute.
No siempre ha sido así. El texto que sigue no
es de ningún teólogo progresista. Está redactado allá por el siglo IV por aquel
gran obispo poco sospechoso de frivolidades que fue Agustín de Hipona.
«Un grupo de cristianos es un grupo de
personas que rezan juntas, pero también conversan juntas. Ríen en común y se
intercambian favores. Están bromeando juntas, y juntas están en serio. A veces
están en desacuerdo, pero sin animosidad, como se está a veces con uno mismo,
utilizando ese desacuerdo para reforzar siempre el acuerdo habitual.
Aprenden algo unos de otros o lo enseñan unos
a otros. Echan de menos, con pena, a los ausentes. Acogen con alegría a los que
llegan. Hacen manifestaciones de este u otro tipo: chispas del corazón de los
que se aman, expresadas en el rostro, en la lengua, en los ojos, en mil gestos
de ternura».
Tal vez lo que más nos sorprende hoy en este
texto es esa faceta de unos cristianos que saben rezar, pero también saben
reír. Saben estar serios y saben bromear. La Iglesia actual aparece casi
siempre grave y solemne. Parece como si los cristianos le tuviéramos miedo a la
risa, como si la risa fuera signo de frivolidad o de irresponsabilidad.
Hay, sin embargo, un humor y un saber reír que
es signo más bien de madurez y sabiduría. Es la risa del creyente que sabe
relativizar lo que es relativo, sin dramatizar sin necesidad los problemas.
Es una risa que nace de la confianza última en ese Dios que nos mira a todos con piedad y ternura. Una risa que distiende, libera y da fuerzas para seguir caminando. Esta risa es una. Los que ríen juntos no se atacan ni se hacen daño, porque la risa verdaderamente humana nace de un corazón que sabe comprender y amar.
Tenemos que tener presente el contexto. Los apóstoles acaban de volver de la misión a la que Jesús les ha enviado. Entre el envío y el regreso, nos ha contado la muerte de Juan Bautista. Terminada la misión de los doce, se vuelven a reunir y se cuentan las peripecias de la tarea que acaban de concluir. Parece ser que les ha ido bien y vienen encantados (Lc lo dice expresamente). La euforia de la gente que les busca ratifica esa visión. El éxito se les está subiendo a la cabeza y no les deja tomar la postura adecuada.
Para entender este pasaje, debemos recordar que después de
los primeros éxitos en Cafarnaún, Jesús se retira al desierto para poner en
orden sus ideas. En este pasaje, los enviados son los que tienen éxito y deben
ser también ellos los que se retiran a examinar su actitud vital. Marcos nos
está diciendo que los discípulos necesitan una seria reflexión sobre el éxito
de su misión, como Jesús necesitó meditar sobre su mesianismo.
Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un
poco. El mismo Jesús que les empujó a una actividad febril entre la gente, les
lleva ahora a un alejamiento de esa misma gente para dedicarse a ellos mismos.
No se trata solamente de la preocupación por su cansancio. Se trata, sobre
todo, de que entiendan bien el sentido de lo que está sucediendo y no se dejen
llevar por falsos espejismos. Por dos veces se dice que van al desierto, para
dejar claro que necesitan una reconversión.
El texto griego no dice 'lugar tranquilo' o 'despoblado'
sino 'lugar desértico'. La diferencia es importante si tenemos en cuenta el
significado de Marcos da al desierto, como lugar de lucha contra el mal.
Inmediatamente después de ser bautizado coloca a Jesús en el desierto, para que
allí aclare cuál va a ser su verdadera misión, superando la tentación de un
mesianismo triunfalista. Después del éxito en la sinagoga de Cafarnaún y la
curación de la suegra de Pedro, cuando todo el mundo le buscaba, se marchaba él
solo al desierto.
Se les adelantaron. Los planes van a ser frustrados por
una urgencia mayor, la de la gente. En la profunda humanidad manifestada hoy,
tenemos que descubrir su verdadera divinidad. El relato habla del grupo. “Los
reconocieron”, “se les adelantaron”. Al incorporar a los doce a su propia
misión, queda establecido el grupo como comunidad. La búsqueda de la gente
refleja una carencia de apoyo y estímulo que posibilita la tarea de Jesús.
Como ovejas sin pastor. Es una imagen clásica en el AT. En
una cultura en que la ganadería era el principal medio de sustento, todos
sabían perfectamente lo que se estaba insinuando con la imagen del pastor. Tras
la primera lectura, Jesús hace una crítica a los dirigentes que, en vez de
cuidar de las ovejas, las utilizan en beneficio propio. Siempre ha pasado lo
mismo. Nunca han faltado pastores, pero han sido tantas las falsas ofertas,
hechas con tanta persuasión, que el pueblo se ha sentido indefenso ante tales
ofertas.
El dios lástima. Hoy no le conmueve un ciego o leproso,
sino la gente descarriada. La 'compasión' sería una manera más adecuada de
expresar el amor, superando los malentendidos que la palabra 'lástima'
comporta. Podemos sentirnos lástima de una persona, pero no mover un dedo para
sacarla de su situación. En todos los tiempos podemos constatar políticos y
eclesiásticos que no tienen en cuenta al pueblo a la hora de tomar sus
decisiones. La actitud de Jesús es el mejor antídoto contra la búsqueda del
aplauso.
Y se puso a enseñarles con calma. Por encima de los planos
de Jesús está la necesidad de la gente. El texto griego no dice “con calma”
sino “muchas cosas”. Del contexto se deduce que dedicó todo el día a esa tarea,
pues a continuación Marcos narra la primera multiplicación de los panes, que
empieza advirtiendo de que 'se hizo tarde'. El tiempo es lo más preciado que
tenemos; Dedicarlo a los demás es la mejor manera de responder a las exigencias
del evangelio. La vocación del cristiano es ser para los demás.
Se cumple la promesa de Jeremías. Jesús es el único
pastor. Como dice Juan, él es el modelo de pastor, el único que no nos va a
engañar ni se va a aprovechar de nosotros. Con todos los demás hay que tener
cuidado, porque nos pueden desviar poniendo sus intereses por delante de los
nuestros. Es una tentación en la que los seres humanos caemos casi siempre;
incluso cuando hablamos de Dios es para ponerlo a nuestro servicio.
Hoy, más que nunca, las ovejas andan desorientadas. Si hay
una característica de nuestro tiempo, es precisamente la desorientación. Es
urgente distinguir el verdadero mensaje del evangelio de tanta ideología y
partidismo en que hoy está envuelto. Cuando Pablo dice que derribó el muro que
los separaba, no se refiere a una situación externa, sino a una actitud de
fidelidad a sí mismo, que permite superar la barrera del odio. Lo que nos
separa es siempre nuestro falso yo. Nuestro verdadero ser es idéntico en todos.
Cuando en el evangelio Jesús invita a los apóstoles a
retirarse al “desierto”, está tratando de decirnos que solo en el silencio y en
el reconocimiento interior, podemos encontrar el verdadero ser y solo después
de encontrarlo, podemos indicar a los demás el camino. Sin vida interior, sin
meditación profunda, no puede haber espiritualidad. Sin esa vivencia no podemos
ayudar a los demás a descubrir la viva imagen que llevan dentro. Si encontramos
a Dios en nosotros, llevarlo a los demás será la tarea más urgente y más fácil
de nuestra vida.
El evangelio de hoy es un reconocimiento de la necesidad
del silencio para recuperar la armonía interna, amenazada por el exceso de
actividad en cualquier orden. El estrés que hoy padecemos se debe a que no
tenemos tiempo para nosotros mismos. Esta falta de tiempos tranquilos nos
impide asimilar y ordenar los acontecimientos que, de esa manera, nos pueden
destrozar, como la comida no digerida y por lo tanto indigesta.
Busca en tu interior y descubre allí la verdadera guía. No
mendigues más agua que te da cuentagotas. Busca la fuente que está siempre
manando ya tu entera disposición. El dedicarse a los demás y la dedicación a
uno mismo no son dos aspectos que se puedan separar. La contemplación y la
acción no pueden disociarse. Todo acercamiento a Dios lleva directamente a los
demás. Si en nuestra vida somos capaces de olvidar uno de los dos aspectos,
será la señal de que nos estamos alejando del evangelio.
Meditación
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