Hoy,
en la solemnidad de La Santísima Trinidad, estamos invitados a
profundizar en el misterio de amor…
Evangelio
según san Juan 20, 19-23
Al llegar la
noche de aquel mismo día, el primero de la semana, los discípulos se habían
reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías. Jesús
entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo:
—¡Paz a ustedes!
Dicho esto, les
mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego
Jesús les dijo otra vez:
—¡Paz a ustedes!
Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes.
Y sopló sobre
ellos, y les dijo:
—Reciban el
Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán
perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.
Reflexión:
¿Dónde encuentro a la Santísima Trinidad?
Para contemplar el misterio de la Santísima Trinidad, hay
que centrarse en la experiencia personal y directa con Dios, que nos invita a
entrar en una relación íntima y dinámica con cada una de las Personas divinas:
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Contemplar la Trinidad, comienza con la consideración de Dios
Padre, el creador amoroso que nos llama a la existencia. San Ignacio de Loyol
nos enseña a reconocer la grandeza y la bondad de Dios Padre en la
creación, invitándonos a una respuesta de alabanza y gratitud. En esta
contemplación, nos damos cuenta de que todo lo que somos y tenemos es un don
del Padre, quien nos sostiene continuamente con su amor providente.
El Hijo, Jesucristo, es el rostro visible del amor
de Dios. En la espiritualidad ignaciana, se nos anima a meditar profundamente
sobre la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, identificándonos con Él
y siguiendo sus pasos. La Encarnación es un acto supremo de amor y
cercanía de Dios con la humanidad. Al contemplar a Jesús, comprendemos el
llamado a vivir con humildad, servicio y entrega, transformando nuestro corazón
y acciones según su ejemplo.
El Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad,
es quien nos guía y santifica. En los Ejercicios Espirituales, Ignacio nos
invita a discernir la acción del Espíritu en nuestras vidas, buscando su
consuelo, iluminación y dirección. El Espíritu Santo nos capacita para
vivir como auténticos hijos de Dios, fortaleciendo nuestra fe y ayudándonos a
realizar la voluntad del Padre en nuestra vida cotidiana.
La Trinidad, desde la perspectiva ignaciana, no es solo un
misterio teológico abstracto, sino una realidad vivida y experimentada. Es una
invitación a entrar en la danza divina de amor y comunión. A través de la
oración, la contemplación y la acción, nos abrimos a una relación personal y
transformadora con cada una de las Personas divinas, permitiendo que su amor
nos impulse a amar y servir en nuestro mundo.
En resumen, para tener una profunda vivencia del misterio
trinitario, reconocemos al Padre como creador y proveedor, al Hijo
como redentor y modelo de vida, y al Espíritu Santo como guía
y santificador. Esta relación íntima con la Trinidad nos transforma,
llamándonos a ser reflejos vivos de su amor en el mundo, viviendo con gratitud,
compromiso y alegría. Que nuestra vida sea una respuesta a este amor
trinitario, encontrando a Dios en todas las cosas y sirviendo con un corazón
generoso y dispuesto.
PD. Enciende
una luz por la Paz. Iluminemos México este 31 de mayo a las 7 p.m., para pedir
por unas elecciones libres y pacíficas. #UnaLuzXLaPaz
#DiálogoNacionalPorLapaz (https://bit.ly/UnaLuzporlaPazMX)
¿Cómo experimentar a Dios Padre en mi vida?... ¿Cómo conocer
internamente al Hijo, a Jesús?... ¿Cómo dejarme guiar e impulsar el Espíritu
Santo?
Para profundizar, leer
aquí.
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