sábado, 23 de marzo de 2024

Domingo de Ramos – “de la pasión del Señor”– Ciclo B (Profundizar)

Domingo de Ramos – “de la pasión del Señor”– Ciclo B 
Isaías 50, 4-7; Salmo 22; Filipenses 2,6-11 



Evangelio según san Marcos 14, 1-15,47

Faltaban dos días para la fiesta de Pascua y de los panes Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando una manera de apresar a Jesús a traición y darle muerte, pero decían: “No durante las fiestas, porque el pueblo podría amotinarse”.

… (continuar la lectura del evangelio en https://bit.ly/pasionCicloB)

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 
Hernán Quezada, SJ 

#DomingoDeRamos La fiesta, se transforma en crisis, la esperanza, en confusión. Hoy iniciamos la celebración con los ramos en la mano, alabamos y bendecimos al Señor; hacemos memorial de la alegría de su llegada y la esperanza que despertó. Luego, somos colocados por el profeta Isaías ante el escandalo de la pasión. Se nos narra en la Palabra la mayor expresión del poder de Dios: volverse vulnerable, despojarse de su rango para asumir nuestra condición. Este es el itinerario de nuestra propia vida: alegría y esperanza, crisis y confusión. Hagamos conciencia del ramo que empuñamos, que no es amuleto, sino disposición; disposición para recorrer los días santos haciendo memorial de nuestros propios momentos de muerte y también de resurrección. Llenemos de simbolismo estos ramos, que expresen el momento de nuestra vida y el reconocer que Cristo llegó. #felizdomingo


Salvó a otros, pero a sí mismo no puede salvarse” 

Un joven piadoso renunció a todos sus bienes y se consagró al servicio de Dios. Se fue al desierto a buscar a un anciano sabio que llevaba allí muchos años y tenía fama de santo. Cuando el joven encontró al sabio le dijo: “He entregado todas mis posesiones a los pobres y me he consagrado completamente a Dios. Pero tengo una duda: ¿Me voy a salvar?” El sabio se le quedó mirando y le respondió tajantemente: “¡No! No te vas a salvar”. El joven quedó desconcertado y confuso, porque no se esperaba una respuesta tan dura; de modo que volvió a insistir: “Pero he sido generoso y quiero seguir siéndolo. No entiendo por qué no me voy a salvar”. Entonces, el anciano le dijo: “No te vas a salvar. A ti te van a salvar...

Esta constatación se hace presente en la vida del creyente más tarde o más temprano. En los comienzos de la vida cristiana, especialmente cuando se ha vivido un proceso rápido de conversión, la persona siente que sus méritos le dan el derecho de sentirse salvado. Sin embargo, una de las mejores señales de que se va avanzando en el camino de la fe, es la conciencia de que no son nuestras obras las que nos convierten en justos, sino la gracia y la bondad de Dios la que nos regala la salvación.

Esta conciencia la tenía Jesús. A lo largo de este amplio texto de la Pasión, según san Marcos, queda claro que Jesús no se sentía dueño de la salvación, sino que la recibía como regalo de su Padre Dios. Incluso, los que pasaban delante de la cruz lo insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “¡Eh, tú, que derribas el templo y en tres días lo vuelves a levantar, sálvate a ti mismo y bájate de la cruz! De la misma manera se burlaban de él los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley. Decían: –Salvó a otros, pero a sí mismo no puede salvarse. ¡Qué baje de la cruz ese Mesías, Rey de Israel, ¡para que veamos y creamos! Y hasta los que estaban crucificados con él lo insultaban”.

Pero Jesús se sabía en las manos de Dios y confió en él hasta el final. Incluso el grito desesperado que le oyeron los testigos de este suplicio, tenía detrás una experiencia de confianza, como bien lo anota el papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica que escribió al comienzo del nuevo milenio: “Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio. Es toda la aspereza de esta paradoja la que emerge en el grito de dolor, aparentemente desesperado que Jesús da en la cruz: «“Eloí, Eloí, ¿lemá sabactani?” –que quiere decir– “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”» ¿Es posible imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa? En realidad, el angustioso «por qué» dirigido al Padre con las palabras iniciales del Salmo 22, aun conservando todo el realismo de un dolor indecible, se ilumina con el sentido de toda la oración en la que el Salmista presenta unidos, en un conjunto conmovedor se sentimientos, el sufrimiento y la confianza. En efecto, continúa el Salmo: «En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste… ¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay para mí socorro!» (Salmo 22 (21), 5.12)” (Novo Millenio Ineunte – 2001).

¿Nos sentimos dueños de la salvación? ¿Confiamos en la acción de Dios aún en medio de las contradicciones? Esto es compartir hoy la Pasión del Señor para la salvación del mundo.

 

EL GESTO SUPREMO 

Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabe a qué se exponen si sigue insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Es imposible con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores» sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesa cambio alguno.
Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero tampoco se echa atrás.

Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos, aunque su actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.
Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un esclavo despreciable, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas


Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Esta actitud salvadora, que inspira su vida entera, inspirará también su muerte.

Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras… porque en su crucifixión vemos el último servicio de Jesús al proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad entera.
Para los seguidores de Jesús, celebrar la pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y llamado a vivir como Jesús, solidarizándonos con los crucificados.


DIOS NI CONSINTIÓ NI QUISO Y MENOS AÚN EXIGIÓ LA MUERTE DE JESÚS PARA PERDONARNOS 

Aunque la liturgia comienza con el recuerdo de la entrada de Jesús en Jerusalén, no podemos pensar que fue una entrada triunfal. Hubiera sido la ocasión ideal, que los dirigentes judíos estaban esperando, para rendir a Jesús. La subida a Jerusalén por la fiesta de Pascua se hacía siempre en grupo (un pueblo, una familia o una facción). Era siempre una romería, y esto implicaba fiesta y alegría (cantar, bailar, agitar ramos u otros objetos vistosos). Lo narran los cuatro evangelios, pero en Mt y Jn encontramos la verdadera razón del relato: para que se cumpla la Escrituras, “mira a tu Rey que viene…”.

Lo verdaderamente importante, en el relato de la pasión, está más allá de lo que se puede narrar. Lo esencial de lo que ocurrió no se puede meter en palabras. Lo que los textos que nos quieren trasmitir hay que buscarlo en la actitud de Jesús, que refleja plenitud de humanidad. Lo importante no es la muerte física de Jesús sino descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuáles fueron las consecuencias de su muerte para los discípulos. La Semana Santa es la ocasión privilegiada para plantearnos la revisión de nuestros esquemas teológicos sobre el valor de la muerte en la cruz.

Estamos en el mejor momento del año para tomar conciencia de la coherencia de toda la vida de Jesús. Dándose cuenta de las consecuencias de sus actos, no da un paso atrás y las acepta plenamente. Es una advertencia para nosotros, que siempre estamos acomodando nuestra conducta para evitar consecuencias desagradables. Sabemos que nuestra plenitud está en darnos a los demás, pero seguimos calculando nuestras acciones para no ir demasiado lejos, poniendo límites “razonables” a nuestra entrega; sin darnos cuenta de que un amor calculado no es más que egoísmo camuflado.

Los textos que han llegado a nosotros no son de fiar porque están escritos desde una visión pascual de la pasión y muerte y no pretenden informarnos de lo que pasó sino darnos una teología sobre los hechos. Hoy sabemos que le mataron a los romanos por miedo a un levantamiento contra Roma. Pero lo que sabemos sobre Jesús no da pie para pensar que fuese un sedicioso. Lo más probable es que los jefes religiosos dieran a Pilato argumentos para que pensara que Jesús podía ser un peligro real para el imperio.

La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo frontal y absoluto por parte de los jefes religiosos de su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas ya su persona, por intentar purificar su religión. No pensemos en un rechazo gratuito y malévolo. Fariseos, escribas y sacerdotes no eran gente depravada que se opusieron a Jesús porque era bueno. Eran gente religiosa que pretendía ser fiel a la voluntad de Dios, que ellos se encontraban en la Ley. También para Jesús era prioritaria la voluntad del Padre, pero no la buscaba en la Ley sino en el hombre. Su muerte manifiesta lo radical de la oposición.

Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo. La respuesta no era tan sencilla. Por una parte, Jesús iba claramente contra la interpretación de la Ley y el culto del templo, signos inequívocos del antiprofeta. Pero por otra, los signos de amor eran una muestra de que Dios estaba con él, como apuntó Nicodemo. Lo mataron porque denunciaron a las autoridades que, con su manera de entender la religión, oprimían al pueblo. Le mataron por afirmar, con hechos y palabras, que el valor del hombre concreto está por encima de la Ley y del templo.

Nunca podremos saber lo que Jesús experimentó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco ni era masoquista. Tuvo que darte cuenta de que los jefes querían eliminarlo. Lo que nos importa a nosotros es descubrir las poderosas razones que Jesús tenía para seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de que estaba seguro que eso le costaría la vida. Tomó conscientemente la decisión de ir a Jerusalén donde estaba el peligro. Que le importara más ser fiel a sí mismo que salvar la vida, es el dato que debemos valorar. Demostró que la única manera de ser fiel a Dios es ponerse del lado del oprimido y defenderlo, aun a costa de su vida.

No se puede pensar en la muerte de Jesús, desconectándola de su vida. Su muerte fue consecuencia de su vida. No fue una programación por parte de Dios para que su Hijo muriera en la cruz y de este modo nos librara de nuestros pecados. Jesús fue plenamente un ser humano que tomó sus propias decisiones. Gracias a que esas decisiones fueron las adecuadas, de acuerdo con las exigencias de su verdadero ser, nos han marcado a nosotros el camino de la verdadera salvación. Si nos quedamos en el mito del Hijo, que murió por obediencia al Padre, hemos malogrado su muerte y su vida.

Hay explicaciones teológicas de la muerte de Jesús que se siguen presentando a los fieles, aunque la inmensa mayoría de los exégetas y de los teólogos las han abandonado hace tiempo. No debemos seguir interpretando la muerte de Jesús como un rescate exigido por Dios para pagar la deuda por el pecado. Además de ser un mito ancestral, está en contra de la idea de Dios que el mismo Jesús desplegó en su vida. Un Dios que es amor, que es Padre, no casa muy bien con el Señor que exige el pago de una deuda hasta el último centavo. Ni podemos ofender a Dios ni Él se puede sentir ofendido.

Para los discípulos la muerte fue el revulsivo que los llevó al descubrimiento de lo que era verdaderamente Jesús. Durante su vida lo siguió como el amigo, el maestro, incluso el profeta; pero no pude conocer el verdadero significado de su persona. A ese descubrimiento llegaron por un proceso de maduración interior, al que solo se puede llegar por experiencia. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona ya descubrir en aquel Jesús de Nazaret, al Señor, al Mesías al Cristo y al Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Ese mismo recorrido debemos hacernos.

A nosotros hoy, la muerte de Jesús nos obliga a plantear la verdadera hondura de toda la vida humana. Jesús supo encontrar, como ningún otro ser humano, el camino que debemos recorrer todos para alcanzar la plenitud humana. Amando hasta el extremo, nos dio la verdadera medida de lo humano. Desde entonces, nadie tiene que romperse la cabeza para buscar el camino de mayor humanidad. El que quiera dar sentido a su vida no tiene otro camino que el amor total, hasta desaparecer.

La interpretación de la muerte de Jesús determina la manera de ser cristiano. Ser cristiano no es subir a la cruz con Jesús, sino ayudar a bajar de la cruz a tanto crucificado que hoy podemos encontrar en nuestro camino. Jesús, muriendo de esa manera, hace presente a un Dios sin pizca de poder, pero repleto de amor, que es la fuerza suprema. En ese amor reside la verdadera salvación. El “poder” de Dios se manifiesta en la vida de quien es capaz de amar entregando todo lo que es.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Reflexión)

  Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 10, 11-18) – Abril 28, 2024 Hechos 9, 26-31; Salmo 21; 1 Juan 3, 18-24 Quinto Domingo de Pascua: ...