Ascensión del Señor – Ciclo A (Mateo 28,16-20) 21 de mayo de 2023
Evangelio según san Mateo 28, 16-20
Así pues, los once discípulos se fueron a Galilea, al cerro que Jesús les había indicado. Y cuando vieron a Jesús, lo adoraron, aunque algunos dudaban. Jesús se acercó a ellos y les dijo:
Reflexiones Buena Nueva
#Microhomilia
"Amar a Jesús", puede ser sólo una frase "correcta", pero trillada y vacía, sin resonancia interior. Amar a Jesús es cumplir sus mandamientos, vivir dispuestos a "dar razón de nuestra esperanza, con delicadeza y respeto, con buena conciencia", es experimentarnos amantes y amados. Quien cumple sus mandamientos es quien perdona, incluye, comparte y salva, es quien en este mundo complejo es expresión de amor.
Hagamos memoria de nuestras experiencias de amor; esas en que fuimos cuidados, consolados, defendidos, comprendidos, amados; sin ganarlo, por pura gratuidad, por puro amor. Pensemos en cuándo y con quienes hemos hecho lo mismo, cómo hemos sido este año, este mes, esta semana, expresión del amor de Dios. Pidamos a Dios que su Espíritu que habita en nuestro interior nos encienda, nos inflame y nos haga mejores testigos de de su amor, que sin decirlo, se note que vivimos enamoradas, enamorados del Señor. #felizdomingo
“Yo estaré con ustedes todos los días”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Hay personas a las que les cuestan, particularmente, las despedidas. Son momentos muy intensos, en los que se expresan muchos sentimientos que duermen en el fondo del corazón y tienen miedo de salir a la luz y expresarse de una manera directa. Pero, en estos momentos, saltan inesperadamente y sorprenden a unos y a otros... Despedirse es decirse todo y dejar que el otro se diga todo en un abrazo que contiene la promesa de seguir presente a pesar de la ausencia.
Salta a mi memoria, en esta solemnidad de la Ascensión del Señor, la poesía que Gloria Inés Arias de Sánchez escribió para sus hijos, y que lleva por título: «No les dejo mi libertad, sino mis alas». Como ella, el Señor se despide de sus discípulos, ofreciéndoles un abrazo en el que se dice todo y nos regala la promesa de su presencia misteriosa, en medio de la ausencia:
sino un rincón en la montaña, con tierra negra y fértil,
un puñado de semillas y unas manos fuertes
labradas en el barro y en el viento.
No les dejo el fuego ya prendido
sino señalado el camino que lleva al bosque
y el atajo a la mina de carbón.
No les dejo el agua servida en los cántaros,
sino un pozo de ladrillo, una laguna cercana,
y unas nubes que a veces llueven.
No les dejo el refugio del domingo en la Iglesia,
sino el vuelo de mil palomas, y el derecho a buscar en el cielo,
en los montes y en los ríos abiertos.
No les dejo la luz azulosa de una lámpara de metal,
sino un sol inmenso y una noche llena de mil luciérnagas.
No les dejo un mapa del mundo, ni siquiera un mapa del pueblo,
sino el firmamento habitado por estrellas,
y unas palmas verdes que miran a occidente.
No les dejo un fusil con doce balas,
sino un corazón, que además del beso sabe gritar.
No les dejo lo que pude encontrar,
sino la ilusión de lo que siempre quise alcanzar.
No les dejo escritas las protestas, sino inscritas las heridas.
No les dejo el amor entre las manos,
sino una luna amarilla, que presencia cómo se hunde
la piel sobre la piel, sobre un campo, sobre un alma clara.
No les dejo mi libertad sino mis alas.
No les dejo mis voces ni mis canciones,
sino una voz viva y fuerte, que nadie nunca puede callar.
Y que ellos escriban, ellos sus versos,
Como los escribe la madrugada cuando se acaba la noche.
Que escriban ellos sus versos; // por algo, no les dejo mi libertad sino mis alas...”
“Los once discípulos se fueron a Galilea, al cerro que Jesús les había indicado. Y cuando vieron a Jesús, lo adoraron, aunque algunos dudaban. Jesús se acercó y les dijo: – Dios me ha dado autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
JESÚS ESTÁ CON NOSOTROS
Mateo no ha querido terminar su narración
evangélica con el relato de la Ascensión. Su evangelio, redactado en
condiciones difíciles y críticas para las comunidades creyentes, pedía un final
diferente al de Lucas.
Una lectura ingenua y equivocada de la Ascensión
podía crear en aquellas comunidades la sensación de orfandad y abandono ante la
partida definitiva de Jesús. Por eso Mateo termina su evangelio con una frase
inolvidable de Jesús resucitado: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo».
Esta es la fe que ha animado siempre a las
comunidades cristianas. No estamos solos, perdidos en medio de la historia,
abandonados a nuestras propias fuerzas y a nuestro pecado. Cristo está con
nosotros. En momentos como los que estamos viviendo hoy los creyentes es fácil
caer en lamentaciones, desalientos y derrotismo. Se diría que hemos olvidado
algo que necesitamos urgentemente recordar: él está con nosotros.
Los obispos, reunidos con ocasión del Concilio
Vaticano II, constataban la falta de una verdadera teología de la presencia de
Cristo en su Iglesia. La preocupación por defender y precisar la presencia del
Cuerpo y la Sangre de Cristo en la eucaristía ha podido llevarnos
inconscientemente a olvidar la presencia viva del Señor resucitado en el
corazón de toda la comunidad cristiana.
Sin embargo, para los primeros creyentes,
Jesús no es un personaje del pasado, un difunto a quien se venera y se da
culto, sino alguien vivo, que anima, vivifica y llena con su espíritu a la
comunidad creyente.
Cuando dos o tres creyentes se reúnen en su
nombre, allí esta él en medio de ellos. Los encuentros de los creyentes no son
asambleas de hombres huérfanos que tratan de alentarse unos a otros. En medio
de ellos está el Resucitado, con su aliento y fuerza dinamizadora. Olvidarlo es
arriesgarnos a debilitar de raíz nuestra esperanza.
Todavía hay algo más. Cuando nos encontramos
con un hombre necesitado, despreciado o abandonado, nos estamos encontrando con
aquel que quiso solidarizarse con ellos de manera radical. Por eso nuestra
adhesión actual a Cristo en ningún lugar se verifica mejor que en la ayuda y
solidaridad con el necesitado. «Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños, a mí
me lo hicisteis».
El Señor resucitado está en la eucaristía alimentando nuestra fe. Está en la comunidad cristiana infundiendo su Espíritu e impulsando la misión. Está en los pobres moviendo nuestros corazones a la compasión. Está todos los días, hasta el fin del mundo.
LA ASCENSIÓN DE JESÚS SE INICIÓ EN SU NACIMIENTO Y TERMINÓ EN
LA MUERTE
Si hemos vislumbrado en alguna medida lo que nos decía Juan los dos domingos pasados, se nos hará muy cuesta arriba entender la fiesta de hoy y la de los tres domingos siguientes. La subida de Jesús al cielo, la venida del Espíritu, la Trinidad, la Eucaristía están presentadas por los textos litúrgicos como realidades externas que se dieron en un determinado tiempo y lugar. Entendiendo literalmente los textos, desenfocamos su verdadero sentido. Estamos hablando de realidades que están fuera del tiempo y del espacio, de las que no podemos hablar en sentido estricto.
El lenguaje que utilizan los textos es simbólico y no
podemos entenderlo como si fuera lógico. No podemos seguir falseando el
lenguaje mítico. Cuando se creía que Dios estaba en el cielo, que el demonio
estaba en el infierno y que el hombre estaba debatiéndose entre los dos, ese
modo hablar era normal y se entendía perfectamente en aquella época. De Jesús
se dice expresamente: Bajó del cielo, se hizo hombre, descendió a los infiernos
y volvió al cielo. Nuestra manera de entender la realidad ha cambiado. Hoy no
nos dice nada un cielo o un infierno como lugares de referencia.
Debemos entender la ascensión como parte del misterio
pascual que es una única realidad. Ni la resurrección, ni la ascensión, ni el
sentarse a la derecha del Padre, ni la glorificación, ni la venida del
Espíritu, son hechos separados. Se trata de una realidad única que está
sucediendo en este mismo instante, porque está fuera del tiempo y del espacio.
Decir de Jesús después de muerto: a los tres días, a los ocho días, a los
cuarenta días, a los cincuenta días, no tiene sentido ninguno. Hablar de
Galilea o de Jerusalén, o decir que está sentado a la derecha de Dios, es
literalmente absurdo.
Esto no quiere decir que sea una realidad inventada. Todo
lo contrario, esa es la ÚNICA REALIDAD. Es lo que está sujeto al tiempo y al
espacio lo que no tiene consistencia. Esa realidad intangible ha tenido una
repercusión real en la vida de los seguidores de Jesús, y eso sí se puede
descubrir a través de los sentidos. Esa realidad no temporal, es la que hay que
descubrir para que tenga también en nosotros la misma eficacia. Si seguimos
creyendo que es un acontecimiento que sucedió hace veinte siglos en un lugar y
un momento determinado, ¿qué puede significar para nosotros hoy?
Las realidades espirituales, por ser atemporales,
pertenecen al hoy como al ayer, son tan nuestras como de Pedro o Juan. No han
sucedido en el pasado, sino que están sucediendo en este instante. Son
realidades que están afectando a nuestra vida aquí y ahora. Puedo vivirlas yo
como las vivieron los apóstoles. Es más, el único objetivo del mensaje
evangélico, es que todos lleguemos a vivirlas como las vivieron ellos.
La ascensión empezó en el pesebre y terminó en la cruz:
¡Todo está cumplido! Ahí terminó la trayectoria humana de Jesús y sus
posibilidades de crecer como criatura. Después de eso no existe el tiempo para
él, por lo tanto, no puede suceder nada en él. Es como un chispazo que dura
toda la eternidad. Él había llegado a la plenitud total en Dios. Por haberse
despegado de todo lo que en él era transitorio y terreno, solo permaneció de él
lo que había de Dios, y con Él se identificó absolutamente, totalmente,
definitivamente. Este es el sentido profundo de la Ascensión.
¿De verdad queremos ser cristianos? ¿Tenemos la intención
de recorrer la misma senda, de alcanzar la misma plenitud, la misma meta?
¿Estamos dispuestos a dejarnos aniquilar en esa empresa, a aceptar que no
quedará nada de lo que creo ser? Es duro, pero no puede haber otro camino. Si
renuncio al don total de mí mismo, renuncio a alcanzar la meta. Como en Jesús,
ese don total solo será posible cuando descubra que Dios Espíritu se me ha dado
totalmente y está en mí para llevar a cabo esa obra.
No podemos conformarnos con quedarnos pasmados mirando al
cielo esperando que él vuelva. Esa es la mejor manera de hacer polvo todo el
quehacer de Jesús en la tierra. La idea de que Dios o Jesús o el Espíritu
pueden hacer en un momento determinado algo por mí, ha desvirtuado la
religiosidad cristiana. Dios, Jesús y el Espíritu lo han hecho todo por mí y lo
siguen haciendo en todo instante. Yo soy el que tengo que hacer algo en un
momento determinado para descubrir esa realidad y vivirla.
El relato de Mateo, que acabamos de leer, es un prodigio
de síntesis teológica. No hay en él ninguna alusión a la subida al cielo, ni a
dejar de verlo. Consta simplemente de una localización dada, una proclamación
de poder y tres ideas básicas. Situar la escena en un monte, es una indicación
suficiente de que lo que le interesa no es el lugar, sino el simbolismo (ámbito
de lo divino donde está Dios). Que lo sitúe en Galilea, tiene para el
evangelista un significado muy concreto. Judea había rechazado a Jesús y no era
ya el lugar donde encontrarse con Dios.
Jesús no pudo decir que se le ha dado todo poder, porque
después del bautismo rechazó el poder como una tentación. Este doble lenguaje
nos ha despistado. No hay un poder bueno y otro malo. Todos son perversos. Se
trata de expresar que ha alcanzado la plenitud absoluta por haberse
identificado con Dios en el don total de sí mismo. Debemos tener en cuenta que
la primera interpretación del misterio pascual, está formulada en términos de
glorificación; antes incluso de hablar de resurrección.
El envío a predicar también tiene un carácter absoluto:
“todos los pueblos”. El tema de la misión es crucial en todos los relatos
pascuales. La primera comunidad intenta justificar lo que era práctica
generalizada de los cristianos. Predicar el Reino de Dios no es un capricho de
unos iluminados sino mandato expreso de Jesús. Todo cristiano tiene como
primera obligación llevar a los demás el mensaje de su Maestro.
No se trata de enseñar doctrinas ni ritos ni normas
morales sino de instar a una manera de proceder. Esto está muy de acuerdo con
la insistencia de los evangelios en las obras como presencia de Dios en Jesús y
en los que le siguen. Si tenemos en cuenta que el núcleo del evangelio es el
amor, comprenderemos que, en la práctica, el amor es lo primero que tiene que
manifestarse en un cristiano.
Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo. Fue el tema del evangelio de los dos domingos pasados. Ya habían dejado
claro que todo lo que hizo Jesús era obra del Padre y del Espíritu. Ahora sigue
siendo Dios en sus tres dimensiones el que va a continuar la obra de salvación
a través de sus seguidores. Jesús habla de enviar al Espíritu, de quedarse él
con nosotros, de que el Padre vendrá a cada uno. Los tres “vendrán” a mí cuando
me dé cuenta de que ya están.
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