Domingo XXIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 14, 25-33) – 4 de septiembre de 2022
Lucas 14, 1. 25-33
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una
torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué
terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda
acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: 'Este
hombre comenzó a construir y no pudo terminar'.
¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone
primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro
del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún
lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a
todos sus bienes, no puede ser mi discípulo''.
Reflexiones
Buena Nueva
#Microhomilia
El Evangelio podría incomodarnos si no nos detenemos en el verbo "preferir" al que somos convocados por Jesús. Preferir no es abandonar o despreciar, no es una invitación a no amar a quienes ya amamos, sino de colocar al centro a Cristo y desde Él ordenar la vida, los afectos, el amor y también la crisis o el sufrimiento, es decir la propia cruz.
Preferirlo, es reconocer la
finitud de todo, incluso de nosotros mismos; es tener la certeza que Él es
nuestro refugio, es darnos cuenta de lo inseguro de nuestros planes,
razonamientos y seguridades. Preferir a Cristo es anteponer, como Pablo, el
bien del otro al propio; es acomodarnos "la cruz" y seguirlo.
Si lo "preferimos"
nuestra fugaz vida será fermento; amaremos más, liberaremos y seremos libres.
Pidamos este domingo al
Señor la valentía de preferirlo, para recibir su Espíritu, ser sabios y
seguirlo. #FelizDomingo
“Este hombre empezó a
construir, pero no pudo terminar”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Una amiga religiosa, escribe
de vez en cuando sus experiencias espirituales en forma de poemas. Hace algunos
meses me envió estos versos que me parece que nos pueden ayudar a entender lo
que hoy nos presenta el evangelio:
Quiero
bajar de nuevo a tu bodega,
para
darte mi amor, ser toda entrega
y
embriagarme de ti, pues son mejores
y
más suave que el vino tus amores.
No
acercaré mis labios a otra fuente
para
calmar mi sed, mi sed ardiente
ni
volveré a beber otros licores
que
el vino embriagador de tus amores.
Mira
que vengo como cierva herida
ve
que me entrego a Ti, que estoy rendida
y
sacia tu mi sed, pues son mejores
que
el más sabroso vino tus amores.
“Mucha gente seguía a Jesús;
y él se volvió y dijo: ‘Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a
su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aún más
que a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y me
sigue, no puede ser mi discípulo”. Jesús dirige estas palabras a la gente que
lo seguía. No se trata de una disyuntiva excluyente. No nos pide que dejemos de
querer a las personas que están más cerca de nuestro corazón. Esas personas
pueden y deben permanecer en el centro de nuestras vidas. Lo que sí nos pide el
Señor es que nuestro amor hacia ellos no esté por encima del amor que sentimos
por Él y por su reino. No puede haber nada ni nadie que distraiga el camino de
seguimiento.
Las dos comparaciones que
ofrece enseguida el evangelio de hoy recogen situaciones humanas muy concretas.
No podemos comenzar a construir una torre si no vislumbramos claramente la
posibilidad de terminarla. De lo contrario la gente se burlará de nosotros por
pretender algo que no podemos terminar. Por otra parte, ningún líder militar se
involucra en una guerra si no piensa que puede llegar a vencer a su enemigo con
las fuerzas que tiene. Si no puede hacerle frente a su contrario, tratará de
establecer condiciones de paz cuando el otro grupo está todavía lejos y no se
ha entablado la batalla. “Así pues, cualquiera de ustedes que no deje todo lo
que tiene, no puede ser mi discípulo”, es lo que concluye el Señor después de
presentar estos dos ejemplos.
Podríamos añadir que la persona que ha
probado un buen vino ya no podrá contentarse con otra bebida. Así es el
seguimiento del Señor. Si nos hemos encontrado auténticamente con él, tendremos
que reconocer que ya no podemos saciar nuestra sed en otras fuentes, ni habrá
otros licores que sustituyan el vino embriagador de sus amores.
SEGUIDORES
LÚCIDOS
Es un error pretender ser «discípulos» de
Jesús sin detenernos a reflexionar sobre las exigencias concretas que encierra
seguir sus pasos y sobre las fuerzas con que hemos de contar para ello. Nunca
pensó Jesús en seguidores inconscientes, sino en personas lúcidas y
responsables.
Las dos imágenes que emplea Jesús son muy
concretas. Nadie se pone a «construir una torre» sin reflexionar sobre cómo
debe actuar para lograr acabarla. Sería un fracaso empezar a «construir» y no
poder llevar a término la obra iniciada.
El Evangelio que propone Jesús es una manera
de «construir» la vida. Un proyecto ambicioso, capaz de transformar nuestra
existencia. Por eso no es posible vivir de manera evangélica sin detenernos a
reflexionar sobre las decisiones que hay que tomar en cada momento.
También es claro el segundo ejemplo. Nadie se
enfrenta de manera inconsciente a un adversario que le viene a atacar con un
ejército mucho más poderoso sin reflexionar previamente si aquel combate
terminará en victoria o será una derrota. Seguir a Jesús es enfrentarse con los
adversarios del reino de Dios y su justicia. No es posible luchar a favor del
reino de Dios de cualquier manera. Se necesita lucidez, responsabilidad y
decisión.
En los dos ejemplos se repite lo mismo: los
dos personajes «se sientan» a reflexionar sobre las exigencias, los riesgos y
las fuerzas con que cuentan para llevar a cabo su cometido. Según Jesús, entre
sus seguidores siempre será necesaria la meditación, el debate, la reflexión.
De lo contrario, el proyecto cristiano puede quedar inacabado.
Es un error ahogar el diálogo e impedir el
debate en la Iglesia de Jesús. Necesitamos más que nunca deliberar juntos sobre
la conversión que hemos de vivir hoy sus seguidores. «Sentarnos» para pensar
con qué fuerzas hemos de construir el reino de Dios en la sociedad moderna. De
lo contrario, nuestra evangelización será una «torre inacabada».
NO PODEMOS CAMINAR EN DOS
DIRECCIONES
Sigue en camino hacia Jerusalén y Jesús
advierte a la multitud, que le seguía alegremente, de las dificultades que
entraña un auténtico seguimiento. Les hace reflexionar sobre la sinceridad de
su postura. Solo en el contexto del seguimiento de Jesús, podemos entender las
exigencias que nos propone. Hace unos domingos, Jesús decía al joven rico: Si
quieres llegar hasta el final... Hoy nos dice: si no piensas llegar hasta el
final, es mejor que no emprendas el camino. Si no eres capaz de concluir la
obra has fracasado. Si decides caminar con él, deja de caminar en otra
dirección.
Una de las interpretaciones equivocadas de
este radicalismo, es entender el mensaje como dirigido a unos cuantos
privilegiados, que serían cristianos de primera. Jesús no se dirige a unos
pocos, sino a la multitud que le seguía. Pero lo hace personalmente. “Si uno
quiere...” La respuesta tiene que ser también personal. No hay cristianismo a
dos velocidades; una la de los clérigos, y otra la de los laicos. Esta visión
no puede ser más contraria al mensaje. Todos los seres humanos estamos llamados
a la misma meta.
No se trata de machacar o anular el instinto
(es lo que hemos predicado con frecuencia). Sería una tarea inútil porque el
instinto es anterior a mi voluntad y escapa a su control. Se trata de que el
instinto no sea manipulado por la voluntad, torciéndolo hacia una chata
obtención de placer o seguridades. El fin que el instinto quiere garantizar es
bueno en sí. El placer que ha desplegado la evolución es un medio para
garantizar el objetivo. Si nuestra voluntad convierte el placer en fin, estamos
tergiversando el instinto.
Tres son las exigencias que propone Jesús:
1ª.- Posponer a toda su familia. 2ª.- Cargar con su cruz. 3ª.- Renunciar a
todos sus bienes. Las tres se resumen en una sola: total disponibilidad. Sin
ella no puede haber seguimiento. No es fácil entender bien lo que Jesús
propone. La manera de hablar nos puede despistar. En una lengua que carece de
comparativos y superlativos, tiene que valerse de exageraciones para expresar
la idea. Lo notable es que se haya mantenido la literalidad en el texto griego,
que dice “misei” = odia, aborrece, ten horror. No podemos entenderlo al pie de
la letra.
Tampoco podemos ignorarlas. Son como los
famosos “koan” del zen. Tienen que hacernos trascender la formulación y
meternos por el camino de la intuición. Fallamos estrepitosamente cuando
queremos comprenderlas racionalmente. La verdad que quieren trasmitir no es una
verdad lógica, sino ontológica. No podemos entenderla con la razón, pero
podemos intuir por dónde van los tiros. Para la primera exigencia la clave está
en: “incluso a sí mismo”. El amor a sí mismo puede ser nefasto si se refiere al
falso yo que lleva al egoísmo. El ego tiene también su padre y su madre, sus
hijos y hermanos.
El amor a la familia puede ser la
manifestación de un egoísmo amplificado, que busca afianzar el individualismo
en los “yoes” de los demás. Lo que se busca en ese amor es mi egoísmo, sumado
al egoísmo de los demás. Ese yo ampliado es mucho más fuerte y asegura mejor el
pequeño yo de cada uno. El seguir a Jesús está basado en el amor. Pero el amor
que nos pide no está reñido con el verdadero amor al padre o a la madre. Si el
seguimiento es incompatible con el amor a la familia es que ese amor está mal
planteado. Seguir a Jesús nos enseñará a amar más también a nuestros
familiares.
Otro problema muy distinto es que ese
seguimiento provoque en los familiares la oposición y el rechazo, como le pasó
al mismo Jesús. Entonces no se puede ceder a las exigencias del instinto,
porque está maleado. Si los familiares, muy queridos, te quieren apartar de tu
verdadera meta, está claro que no puedes ceder. El hombre alcanza su plenitud
cuando despliega su capacidad de amor, que es lo específicamente humano. Este
amor no puede estar limitado, tiene que llegar a todos. Por eso, el profesar un
verdadero amor a una persona no puede impedir ni condicionar la entrega a
otros.
Cargar con la cruz hace referencia al trance
más difícil y degradante del proceso de ajusticiamiento de una condenado a
muerte de cruz. El reo tenía que transportar él mismo el travesaño de la cruz.
Jesús va a Jerusalén precisamente a ser crucificado. No olvidemos que los
evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y la tienen
siempre presente. Está haciendo referencia a lo que hizo Jesús, pero a la vez,
es un símbolo de las dificultades que encontrará el que se decide a seguirle.
Una vez emprendido el camino de Jesús, todo lo que pueda impedirlo, hay que
superarlo.
Renunciar a todos sus bienes. Recordemos que
a los que entraban a formar parte de la primera comunidad cristiana se les
exigía que pusieran a disposición de todos lo que tenían. No se tiraban por la
borda los bienes. Solo se renunciaba a disponer de ellos al margen de la
comunidad. El objetivo era que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos. Hoy
sería imposible llevar a la práctica este desprendimiento. Pero podemos
entender que la acumulación de riquezas se hace siempre a costa de otros seres
humanos. Hoy tendríamos que descubrir que lo que yo poseo puede ser causa de
miseria para otros.
Debemos aclarar otro concepto. El seguimiento
de Jesús no puede consistir en una renuncia, es decir, en algo negativo. Se
trata de una oferta de plenitud. Mientras sigamos hablando de renuncia, es que
no hemos entendido el mensaje. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir
lo mejor. No es una exigencia de Dios, sino una exigencia de nuestro ser. Jesús
vivió esa exigencia. La profunda experiencia interior le hizo comprender a
dónde podía llegar el ser humano si despliega todas sus posibilidades de ser.
Esa plenitud fue también el objetivo de su predicación. Jesús nos indica el
camino mejor.
En cuanto a las dos parábolas, lo que propone
Jesús es que no se puede nadar y guardar la ropa. Queremos ser cristianos, pero
a la vez, queremos disfrutar de todo lo que nos proporciona la sociedad de
consumo. No tenemos más remedio que elegir. Preferir el hedonismo es un error
de cálculo. Las parábolas quieren decirnos que se trata de la cuestión más
importante que nos podemos plantear, y no debemos tratarla a la ligera. Para
que un avión despegue debe alcanzar una velocidad crítica. Si no la consigue,
seguirá rodando por la pista indefinidamente. Es lo que hacemos nosotros.
Antes de poner los cimientos de un edificio
debemos calcular si podré terminarlo con los medios que tengo. Si no me
alcanza, es mejor que no empiece a construir porque será perder lo que tengo.
Si declaro la guerra a otro y no calculo bien mis fuerzas, está claro que el
que va a salir perdiendo soy yo. Los cristianos nos conformamos con rodar y
rodar por la pista sin darnos cuenta de que estamos haciendo el ridículo.
Estamos diseñados para despegar. Si nos conformamos con rodar, nuestro diseño
no ha servido para rada. Bien entendido que lo logrado no va ser el resultado
de nuestro esfuerzo.
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