Octavo domingo del Tiempo ordinario – Ciclo C (Lucas 6, 39-45) – 27 de febrero de 2022
Lucas 6, 39-45
Y les dijo una parábola:
“¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un pozo? Ningún
discípulo es superior al maestro; pero cuando esté completamente entrenado,
cada discípulo será como su maestro.
¿Por qué notas la astilla en el ojo de tu hermano, pero no percibes la viga de
madera en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Hermano, déjame quitarte
esa astilla que tienes en el ojo', cuando ni siquiera te das cuenta de la viga
de madera que tienes en tu propio ojo? ¡Hipócrita! Quita primero la viga de
madera de tu ojo; entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de
tu hermano.
“Un buen árbol no da frutos podridos, ni un árbol podrido da frutos buenos.
Porque cada árbol se conoce por su propio fruto. Porque la gente no recoge
higos de los espinos, ni recoge uvas de las zarzas. Una persona buena, del
depósito de bondad en su corazón produce el bien, pero una persona mala, del
depósito de maldad produce el mal; porque de la plenitud del corazón habla la
boca.
Palabra del Señor
El fruto son las acciones, pero también las palabras. La calidad del
árbol también se conoce de las palabras. Efectivamente, quien es bueno saca de
su corazón y de su boca el bien y quien es malo saca el mal, practicando el
ejercicio más dañino entre nosotros, que es la murmuración, el chismorreo,
hablar mal de los demás. Esto destruye; destruye la familia, destruye la
escuela, destruye el lugar de trabajo, destruye el vecindario. Por la lengua
empiezan las guerras. Pensemos un poco en esta enseñanza de Jesús y
preguntémonos: ¿Hablo mal de los demás? ¿Trato siempre de ensuciar a los demás?
¿Es más fácil para mí ver los defectos de otras personas que los míos? Y
tratemos de corregirnos al menos un poco: nos hará bien a todos. (Ángelus, 3
marzo 2019)
La invitación de la Palabra
hoy, es a detenernos y a "darnos cuenta". Mirar y escuchar con
detenimiento es la práctica de quienes buscan de la verdad. Quien no se detiene
a mirar y escuchar, puede vivir estrambóticamente señalando a los demás,
reclamando e imponiendo con violencia ideas que junta de aquí y allá. Pude ir
guiado por otros ciegos directo al vacío existencial.
Los jesuitas hacemos algo
que se llama "examen", y es una practica de "detenerse", de
agitar el cernidor, de dialogar con Dios, de probar en el horno nuestros
sentimientos, como vasijas del alfarero; se trata de examinar los frutos para
darle nombre al árbol, de dejarnos mirar por Dios sin disfraces y con la
valentía de poder descubrir que nos impide verlo "una viga" en
nuestro ojo.
Vamos a detenernos, a
encontrar silencio. Agradezcamos a Dios que estamos aquí al final de la semana.
Comencemos a recordar lo que vimos y escuchamos, los sentimientos que tuvimos,
qué nos provocaron, qué pensamos, qué dijimos, qué señalamos. Dejemos que
Jesús, el buen guía, nos ayude a darnos cuenta de lo que hemos sido y de los
que somos llamados a ser.
#FelizDomingo #OremosPorLaPaz
“¿Por qué te pones a mirar la astilla que tiene tu hermano en el ojo (…)”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Es muy bien sabido que
somos muy buenos jueces de las causas ajenas y muy malos jueces de las propias.
Estrictamente hablando, no se trata sólo de una tendencia pecaminosa del ser
humano. Si es una tendencia negativa, pero no sólo se trata de la maldad
humana, sino de una característica de nuestro modo de conocer. Vemos mejor la
fachada del vecino que la nuestra. Estamos tan acostumbrados a mirarnos a
nosotros mismos, que no notamos los cambios que vamos sufriendo. No vemos
nuestros defectos, con la misma claridad con la que vemos los defectos de los
demás. Como decía Jesús, vemos con mucha claridad la pelusa que tiene nuestro
prójimo en su ojo, pero no vemos la viga que tenemos en el nuestro.
De esta condición de
nuestra forma de conocer la realidad, se vale el pecado para engañarnos y hacernos
jueces de la vida de los demás. Cuando San Ignacio de Loyola pensó en los
Ejercicios Espirituales, como instrumento para quitar de las personas todos los
impedimentos que ponemos a la voluntad de Dios, tuvo en cuenta esta condición
de nuestro acceso a la realidad. Por esto, le dio mucha importancia al
acompañamiento que el ejercitante necesita en su proceso. No podemos adentrarnos
en una experiencia espiritual, sin tener alguien con quien confrontar lo que
vamos viviendo. Si caminamos solos, es muy posible que nos engañemos a nosotros
mismos y terminemos en un lugar al que no queríamos ir.
Juan de Polanco (1517-1576),
uno de los jesuitas de la segunda generación, escribió una serie de
instrucciones para el que acompaña y el que hace los Ejercicios Espirituales,
conocido como “Directorio”. En este documento, Polanco recomienda que no se
comience la experiencia de los Ejercicios Espirituales, sin el acompañamiento
de un experto que nos guíe y aconseje: “(...)
es prudencia espiritual en cada uno, el buscar como juez en el propio negocio a
otro distinto de sí mismo, como se dice en el primer capítulo; pero la ayuda de
otro es principalmente necesaria a aquellos que, no estando versados en las
cosas espirituales, empiezan a entrar en la vía espiritual; por esto aconsejan
los doctores, antes no entrar
en este camino, que hacerlo sin maestro. Manifieste, pues, el que se ejercita a su instructor cómo se haya
comportado en los Ejercicios, y dele cuenta de los mismos; ya, si algo no acabó
de entender, para aprenderlo; ya las ideas e ilustraciones del ánimo, para
examinarlas; ya las consolaciones y desolaciones, para discernirlas; ya las
penitencias que hace y las tentaciones que experimenta, para que le ayude con
su consejo” (Directorio de Polanco, 34).
Aconsejan los doctores, que
es mejor no hacer este tipo de experiencias, que hacerlas sin un maestro que
nos acompañe. Esta es la mejor manera de sacar la viga que tenemos en nuestro
ojo, de manera que podamos ayudar a los demás a quitar la pelusa que ellos
tienen en el suyo. Por eso, antes de juzgar a los demás, miremos hacia nuestro
propio interior y reconozcamos lo que necesitamos cambiar nosotros mismos,
antes de decirle a los demás lo que deben corregir.
Pienso que un pequeño texto
que se ofrece como introducción a un libro de psicología que se llama, “Por favor, entiéndeme”, puede ayudarnos
en esta tarea:
Ø Si no me gusta
lo que a ti te gusta, por favor, trata de no decirme que estoy equivocado en
mis gustos.
Ø Si creo otra cosa distinta a la que tú crees, por lo menos detente un momento antes de corregir mi punto de vista.
Ø O, incluso, si
actúo o dejo de actuar de la manera que tú consideras mejor, déjame ser.
Ø
No te estoy pidiendo, por lo menos hasta el
momento, que me entiendas. Esto vendrá solamente cuando dejes de pretender
hacer de mi una copia tuya.
Ø Yo puedo ser tu
esposa o esposo, tu amigo, tu pariente, o tu colega; puedo ser tu compañero o
compañera de comunidad. Si estás dispuesto a permitir mis propios gustos, o
emociones, o creencias, o acciones, entonces te abrirás de tal manera ante mi
que tal vez un día mi forma de ser no te parecerá tan equivocada ni mala;
incluso puede llegar a parecerte correcta, por lo menos para mi.
Ponerte en mi situación es el primer paso para llegar entenderme algún día. No quiero que asumas mi forma de ser como la correcta para ti, pero sí quiero que no te de rabia ni te pongas bravo conmigo por ser como soy. Al llegar a entenderme, tal vez termines apreciando mis diferencias con respecto a ti y, lejos de querer cambiarme, me ayudarás a preservar y aún nutrir estas diferencias que nos enriquecen a los dos.
ÁRBOLES
SANOS
La advertencia de Jesús es
fácil de entender. «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que
dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto. No se cosechan higos en las
zarzas ni se vendimian racimos en los espinos».
En una sociedad dañada por
tantas injusticias y abusos, donde crecen las «zarzas» de los intereses y las
mutuas rivalidades, y donde brotan tantos «espinos» de odios, discordia y
agresividad, son necesarias personas sanas que den otra clase de frutos. ¿Qué
podemos hacer cada cual para sanar un poco la convivencia social tan dañada
entre nosotros?
Tal vez hemos de empezar
por no hacer a nadie la vida más difícil de lo que es. Esforzarnos para que, al
menos junto a nosotros, la vida sea más humana y llevadera. No envenenar el
ambiente con nuestra amargura. Crear en nuestro entorno unas relaciones
diferentes hechas de confianza, bondad y cordialidad.
Necesitamos entre nosotros
personas que sepan acoger. Cuando acogemos a alguien, lo estamos liberando de
la soledad y le estamos infundiendo nuevas fuerzas para vivir. Por muy difícil
que sea la situación en que se encuentra, si descubre que no está solo y tiene
a alguien a quien acudir, se despertará de nuevo su esperanza. Qué importante es
ofrecer refugio, acogida y escucha a tantas personas maltratadas por la vida.
Hemos de desarrollar
también mucho más la comprensión. Que las personas sepan que, por muy graves
que sean sus errores, en mí encontraran siempre a alguien que las comprenderá.
Hemos de empezar por no despreciar a nadie, ni siquiera interiormente: no
condenar ni juzgar precipitadamente. La mayoría de nuestros juicios y condenas
solo muestran nuestra poca calidad humana.
También es importante
contagiar aliento a quien sufre. Nuestro problema no es tener problemas, sino
no tener fuerza para enfrentarnos a ellos. Junto a nosotros hay personas que
sufren inseguridad, soledad, fracaso, enfermedad, incomprensión... No necesitan
recetas para resolver su crisis. Necesitan a alguien que comparta su
sufrimiento y ponga en sus vidas la fuerza interior que las sostenga.
El perdón puede ser otra
fuente de esperanza en nuestra sociedad. Las personas que no guardan rencor ni
alimentan el resentimiento, y saben perdonar de verdad, siembran esperanza a su
alrededor. Junto a ellas siempre crece la vida.
No se trata de cerrar los
ojos al mal y a la injusticia. Se trata sencillamente de escuchar la consigna
de Pablo de Tarso: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con
el bien». La manera más sana de luchar contra el mal en una sociedad tan dañada
como la nuestra es hacer el bien «sin devolver a nadie mal por mal...; en lo
posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres»
(Romanos 12,17-18).
EXIGIR A LOS
OTROS LO QUE YO NO CUMPLO ES HIPOCRESÍA
El sermón del llano en
Lucas termina con una retahíla de frases hechas, que tratan de explicar el
contenido del mensaje. Recordemos que Mateo lo coloca en lo alto del monte
mientras que Lucas nos dice que lo pronunció en un rellano (Jesús bajó del
monte y se paró en un rellano). En la mitología de la época el monte era el
lugar de la divinidad (de ahí que todas las teofanías se dieran en los montes.
El valle era el lugar del hombre. Para Mateo Jesús habla desde el ámbito de lo
divino, para Lucas habla desde una situación intermedia. Quiere hacer ver que
Jesús hace de puente entre lo divino y lo humano.
Las frases que acabamos de
leer y las que leíamos el domingo pasado son proverbios que eran patrimonio de
todas las culturas del entorno, no son inventadas por Jesús sino un destilado
de la sabiduría popular que durante miles de años se había ido condensando en
frases rotundas fáciles de recordar. Tengamos en cuenta que durante la mayor
parte de la prehistoria humana no hubo escritura y durante la mayor parte del
tiempo en que ya se había inventado, la inmensa mayoría de la gente no sabía ni
leer ni escribir. Era muy importante facilitar la retención de ideas centrales,
que eran claves en la vida de cada día.
Aun en nuestros días
estamos acostumbrados a aplicar frases famosas a personajes concretos sabiendo
que no las pronunciaron ellos, pero son muy útiles para hacer ver la sabiduría
de aquellos a los que se les atribuye o resaltar la importancia de la frase,
atribuyéndolo a una persona de gran prestigio. En el AT hay un libro que se
llama “Proverbios” y que el mismo texto atribuye a Salomón, cuando hoy sabemos
que está escrito cuatro siglos después. En el caso de Jesús, está claro que
esos proverbios pueden servir para destacar la sabiduría que estaba manifestando
en todo momento. Por eso se utilizan como resúmenes de su mensaje.
Como el evangelio aborda
temas tan diversos, hoy nos vamos a fijar en la mota y la viga en el ojo. Lo
primero que tenemos que advertir es la importancia que en la vida espiritual ha
tenido la luz y la visión como metáfora de las posibilidades de acceder a un
ámbito especial de existencia que me abre a otro mundo. En ningún caso se trata
del ojo físico. Es un símbolo de las posibilidades que todo ser humano tiene de
ver otra realidad y que le coloca en situación privilegiada para afrontar la
vida entera desde otra perspectiva.
Con esta metáfora nos está
advirtiendo de lo complicado de la psicología humana. Los dichos que se
atribuyen a Jesús muestran un conocimiento de las profundidades del ser humano.
En los evangelios nos muestran un Jesús con un increíble conocimiento de la
psicología humana. Más que con valores espirituales, la imagen de la mota en el
ojo nos habla de la necesidad de conocer nuestro inconsciente y saber
orientarnos en esa relación con los demás que nos puede hacer más humanos. Dar
importancia en los demás a los fallos que nosotros mismos tenemos es la mejor
manera de hacer patente nuestra falsedad. Nos desahogamos criticando en los
demás lo que no aguantamos en nosotros mismos.
La naturaleza del ojo es
ver. Si no hay impedimento alguno y el ojo está sano, la visión es la cosa más
natural del mundo. Por eso el ejemplo no habla del ojo en sí sino de lo que
puede impedir desarrollar la función que le es propia. En los evangelios se
utiliza con profusión la imagen de la luz y la visión. El mismo Jesús dijo: yo
soy la luz del mundo, el que viene a mí no camina en tinieblas. Y a sus
discípulos les dijo: vosotros sois la luz del mundo. Está claro que el que
llega a “ver” con claridad, se convierte en luz para los demás
Esta metáfora del ojo y de
la luz es universal y la podemos encontrar en cualquier religión a lo largo del
tiempo y el espacio. En las religiones orientales ha tenido incluso mucho más
impacto que en occidente. La imagen del tercer ojo es un claro ejemplo de ello.
Se habla con toda naturalidad de un ojo especial que permite a la persona
descubrir lo que para la inmensa mayoría está oculto. No se trata de una
realidad física, aunque a veces se han empeñado en identificarla con un órgano
específico del cuerpo. El tercer ojo hace referencia a una sensibilidad
especial para descubrir la realidad trascendente y dejarse guiar por ella.
En la religión egipcia el
ojo de Horus es una de las claves de interpretación de la espiritualidad. Fue
durante milenios el amuleto más potente de los usados. Se encuentra por todas
partes en las inscripciones de templos y tumbas. Se creía en su poder de
protección para los vivos y para los muertos. Tal es la fuerza de atracción que
posee que aún hoy es utilizado como amuleto o tatuaje por personas de todo el
mundo.
El afán de corregir a los
demás es una constante, sobre todo entre los que nos creemos religiosos. A
pesar de que el evangelio nos aconseja la corrección fraterna, no hay nada más
peligroso en la vida espiritual. No solo porque nunca podemos estar seguros de
lo que es mejor para el otro, incluso cuando hayamos constatado que es bueno
para nosotros mismos; sino porque tendemos a corregir al otro desde la
superioridad moral que creemos tener. Si te sientes superior, sea moral o
intelectualmente, estás incapacitado para ayudar.
La actitud de superioridad
nace siempre de la superficialidad, está en estrecha relación con nuestro falso
ser. El caparazón que nos envuelve es lo único que nos interesa. En materia del
espíritu, creemos que es suficiente con lo aprendido de otros, creyendo que el
simple conocimiento nos hace sabios. Jesús nos invita a la autenticidad, es
decir, a bajar a lo hondo de nuestro ser y descubrir allí lo que está de acuerdo
con lo que somos. Por eso está siempre criticando una acomodación externa a las
normas. La única Ley definitiva es la que está escrita en nuestro propio ser y
es ahí donde hay que descubrirla para que sea eficaz.
El creernos en posesión de
la verdad, y por tanto con el derecho de imponerla a otros, es la actitud más
contraria al mensaje evangélico. Según el evangelio, debíamos estar siempre con
los oídos muy abiertos para escuchar lo que nos pueden decir los demás y con la
boca cerrada para no engañar a los demás con nuestros discursos interesados y
simplistas. No hay nada más desagradable que un sabelotodo que está siempre
queriendo decir la última palabra sobre lo que hay que hacer o evitar. El mundo
no está necesitado de maestros sino de discípulos. Dice un proverbio: cuando el
discípulo está preparado, el maestro surge.
La imagen del ciego guiando
a otro ciego es muy esclarecedora. Parece absurda, pero es la postura que con
más frecuencia adoptamos los humanos. Siempre nos creemos con derecho a enseñar
porque confundimos nuestra verdad con la verdad. Decía Machado: “¿tu verdad?
no, la verdad, y ven conmigo a buscarla, la tuya quédatela”. Esto es verdad en
todos los aspectos del conocimiento, pero en el aspecto religioso, se ha
llevado al paroxismo. Cuando esta postura se institucionaliza se convierte en
un verdadero sarcasmo. Solo nos queda un paso para afirmar con toda rotundidad:
fuera de la Iglesia no hay salvación.
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