jueves, 27 de marzo de 2025

IV DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C (Reflexión)

 IV DOMINGO DE CUARESMA Ciclo C (Lucas 15,1-3.11-32) – marzo 33, 2025 
Josué 5, 9a. 10-12; Salmo 33; Corintios 5, 17-21



La liturgia del Cuarto Domingo de Cuaresma, nos presenta en la Palabra, como es nuestro Padre Dios y Señor, lo único que desea para nosotros, es nuestro bien, lo cual tendríamos que reconocer y agradecer…

Evangelio según san Lucas 15,1-3.11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publícanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.

Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad.

Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’. Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre.

Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’. Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”.

Reflexión:

¿Con quién me identifico?

La alianza que Dios ha hecho con su pueblo, que hoy somos nosotros, es para nuestro bien: nos libra de lo que nos oprime, quita libertad y nos da todo lo necesario para poder vivir, a través de los frutos que da la tierra (la creación). Por lo cual, como dice el salmo (33) de hoy, “tendríamos que agradecerlo y sentirnos orgullosos de nuestro Padre”.

Sin embargo, parece que nos gusta ir por el camino difícil, el equivocado, por el que me aparta de del bien que Él desea para nosotros.  Así somos, nos equivocamos, pecamos. Afortunadamente, nuestro Padre Bueno, nos da la libertad de elección; y si me equivoco, nos da la gran oportunidad de volver a Él, para reconciliarnos; Él, en Jesús, se ha ofrecido precisamente, para que “recibamos la salvación y nos volvamos justos y santos” (Cor 5, 17-21)

Ejemplo de lo anterior es la parábola del Evangelio (Lucas 15,1-3.11-329), donde vemos las actitudes y caminos que eligen dos hijos (podrían ser, hombres o mujeres) y el de su padre…

§  El hijo menor, el que se va (pródigo): se le hace poco lo que tiene en casa, quiere “liberarse” y hacer lo que se le antoje y le de placer, quiere desvincularse de su familia; “mata” en vida a su padre, para tener la “herencia”; lo mueve y domina, tanto la ambición como el ego; ante la realidad adversa, “decide regresar”, hace su cuaresma, reconoce “que la regó” y vuelve a su casa, con justificación en mano …

§  El hijo mayor, el que se queda (envidioso): no disfruta lo que tiene con su padre; ha tenido miedo de hacer uso de lo que posee (dones); no extrañaba al hermano, la envidia lo domina; le reclama al padre que sea bueno con su hermano…

§  El padre bueno, los deja elegir libremente, no reclama que los hijos lo traten mal, es paciente y anhela el regreso de hijo menor; solo cuenta los días del regreso del menor; a quien decide regresar a él, le hace fiesta; al que se ha quedado (amargado), le insiste pase a festejar con el hermano… Así es Papá Dios, con nosotros, … ¡nos quiere con Él! ¡está de fiesta, cuando estamos y vivimos en él!

 

Así que, nuestro tiempo de cuaresma es reconocer dónde y cómo estamos, para volver a la Casa del Padre, que es su Reino, donde a pesar de fallar, él nos espera y abraza, cunado decidamos regresar con Él.

¿Con que hijo me identifico más, para evitar sus actitudes y/o corregirlas?... ¿Qué me impide elegir lo bueno, el bien?... ¿Cómo ser como el Padre, misericordioso?...

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

IV DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C (Profundizar)

 IV DOMINGO DE CUARESMA Ciclo C (Lucas 15,1-3.11-32) – marzo 30, 2025 
Josué 5, 9a. 10-12; Salmo 33; Corintios 5, 17-21

Evangelio según san Lucas 15,1-3.11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publícanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.

Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad.

Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’. Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre.

Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’. Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”. 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

Es el hambre la que nos hace regresar; es la misericordia la que nos hace nacer de nuevo.

El hijo menor, cree que con lo que ha exigido y recibido de su padre le basta; cree que puede irse de casa y valerse por si mismo. Mientras tiene los bolsillos llenos, no se arrepiente de nada y cree que no necesita nada; es hasta que se queda sin nada y le envuelve la humillación y el hambre, cuando por estrategia elige regresar a la casa del padre, con la conciencia que quizás ya no será hijo, sino sólo siervo. 

El hijo regresa, hambriento y descalzo, el padre no sólo lo recibe, sino que sale a su encuentro; sin castigos ni reclamos lo abraza y lleno de misericordia lo devuelve a su condición de Hijo.

Así nos suele pasar a nosotros: creemos que podemos vivir sin Dios. Mientras nuestros "bolsillos" están llenos, ni memoria de nuestro Padre tenemos. Es la necesidad, el vacío o el hambre lo que nos hace volver. Y cada vez que volvemos nos encontramos con Dios Padre, Misericordia, que nos recibe y restaura en nuestra dignidad de hijas e hijos de nuevo. 

En esta Cuaresma, repasemos las historias que nos confirman que sin Dios no podemos, y que cuando regresamos, Él no acoge y su misericordia nos hace hombres y mujeres nuevos. Es tiempo de reconocer y volver a la casa de nuestro Padre Bueno.

#FelizDomingo

Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre” 

Un hombre El P. Ignacio Rosero, quien murió hace algunos años en Bucaramanga, fue un jesuita pastuso que trabajó muchos años en una parroquia de Barrancabermeja; cambió el frío de San Juan de Pasto por el calor ardiente del Magdalena Medio. Un hombre con un carisma particular; sabía hablar a las multitudes y orientarlas para que pudieran tener todos un encuentro cercano con el Señor. Fui a colaborar con él varias veces durante mi formación y siempre me impactó la profundidad de sus palabras y la experiencia de Dios que transmitía en sus eucaristías. Recuerdo cómo dirigía la procesión del Via Crucis a través de una emisora de radio, sin necesidad de moverse del despacho parroquial. Conocía de tal manera el recorrido y los incidentes del camino doloroso de su pueblo barranqueño, que podía adivinar lo que iba pasando en la procesión, aunque lo que tuviera delante fuera solamente un micrófono y su escritorio revuelto de papeles.

Todos los sacerdotes, las religiosas, los religiosos, el mismo Papa y los obispos hacen cada año una semana de Ejercicios Espirituales. Muchos laicos y laicas también suelen hacer anualmente esta experiencia espiritual. Algunos los hacemos según la metodología creada por san Ignacio de Loyola; otros buscan otros métodos. Lo que se pretende, en último término, es renovar la experiencia de Dios que fundamenta la vida de fe del creyente.

Desde luego el P. Rosero también hacía sus Ejercicios Espirituales anualmente. Una vez le oí decir que había hecho la experiencia cambiando un poco el método. Se había venido para Bogotá y había ido a vivir al Colegio Mayor de san Bartolomé, en el centro de la ciudad. Dejó de celebrar la eucaristía durante ocho días, dejó la oración, el rezo del Oficio Divino y se dedicó ocho días a pasear por el centro, a caminar por los alrededores del colegio; fue a cine, visitó familias amigas... Él mismo contaba que al final de esos ocho días tenía un hambre de Dios muy grande y que pudo regresar a su parroquia en Barrancabermeja, completamente renovado y lleno de Dios. Es decir, hizo los Ejercicios Espirituales por nostalgia de Dios.

No quisiera comparar al P. Rosero con el hijo pródigo, pero sí me llama la atención que esta parábola, que cuenta Jesús a los fariseos y maestros de la ley que criticaban su cercanía a los pecadores, tiene como característica que el hijo descarriado vuelve a casa, precisamente, porque en la distancia, siente nostalgia de la vida junto a su padre: “Al fin se puso a pensar: ‘¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Regresaré a casa de mi padre, y le diré: Padre mío, he pecado contra el Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores’. Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre”.

Al llegar a la casa y escuchar la música, el hijo mayor sintió envidia y celos por la fiesta que había organizado su papá: “Pero tanto se enojó el hermano mayor, que no quería entrar, así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciera”. Volver a casa por la nostalgia de la vida junto al padre, es lo que motivó al hijo pródigo a regresar. Muchas veces también nosotros nos renovamos interiormente porque sentimos el hastío de una vida alejada de Dios. El camino que escogió el P. Rosero, ese año por lo menos, fue el mismo. No deberíamos sentir envidia de los que hacen así el camino de regreso a la casa de Dios, sino alegrarnos porque también este puede ser nuestro camino.

 

CÓMO EXPERIMENTA JESÚS A DIOS 

No quería Jesús que las gentes de Galilea sintieran a Dios como un rey, un señor o un juez. Él lo experimentaba como un padre increíblemente bueno. En la parábola del «padre bueno» les hizo ver cómo imaginaba él a Dios.

Dios es como un padre que no piensa en su propia herencia. Respeta las decisiones de sus hijos. No se ofende cuando uno de ellos le da por «muerto» y le pide su parte de la herencia.

Lo ve partir de casa con tristeza, pero nunca lo olvida. Aquel hijo siempre podrá volver a casa sin temor alguno. Cuando un día lo ve venir hambriento y humillado, el padre «se conmueve», pierde el control y corre al encuentro de su hijo.

Se olvida de su dignidad de «señor» de la familia, y lo abraza y besa efusivamente como una madre. Interrumpe su confesión para ahorrarle más humillaciones. Ya ha sufrido bastante. No necesita explicaciones para acogerlo como hijo. No le impone castigo alguno. No le exige un ritual de purificación. No parece sentir siquiera la necesidad de manifestarle su perdón. No hace falta. Nunca ha dejado de amarlo. Siempre ha buscado para él lo mejor.

Él mismo se preocupa de que su hijo se sienta de nuevo bien. Le regala el anillo de la casa y el mejor vestido. Ofrece una fiesta a todo el pueblo. Habrá banquete, música y baile. El hijo ha de conocer junto al padre la fiesta buena de la vida, no la diversión falsa que buscaba entre prostitutas paganas.

Así sentía Jesús a Dios y así lo repetiría también hoy a quienes viven lejos de él y comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida. Cualquier teología, predicación o catequesis que olvida esta parábola central de Jesús e impide experimentar a Dios como un Padre respetuoso y bueno, que acoge a sus hijos e hijas perdidos ofreciéndoles su perdón gratuito e incondicional, no proviene de Jesús ni transmite su Buena Noticia de Dios.

 

SOY HIJO MENOR, SOY, SOBRE TODO, HIJO MAYOR 

La parábola no va dirigida a los pecadores, sino a los fariseos. Se trata de un relato ancestral presente en muchas culturas. Son tres arquetipos del subconsciente colectivo. Es un prodigio de conocimiento psicológico. Los tres personajes nos represen­tan. Yo mismo tengo que ser el Padre que tiene que integrar y acoger todo lo que hay en él de imperfecto. Ser hijo no es vivir sometido al padre o renegando de él, sino identificarse con él.

El padre es nuestro verdadero ser, lo divino que somos y tenemos que descubrir en lo hondo de nuestro ser. No hace referencia a un Dios que nos ama desde fuera, sino a lo que hay de Dios en nosotros. Esa profunda realidad que somos está siempre esperando abrazar todo lo que hay en nosotros. Es el fuego del amor que espera fundir todo el hielo que hay en nosotros. Esa realidad fundante nunca lucha contra nada, sino que lo integra todo.

El hijo menor es nuestra naturaleza egocéntrica y narcisista que nos domina mientras no descubramos lo que somos. Es la ola que quiere independizarse del océano, porque lo considera una cárcel. Quiere ser "yo". Cree que lo que no es ella la puede aniquilar. De ahí, surge la inseguridad. Tiene que retornar a su verdadero ser, porque lo que alcanza por otro camino nunca podrá satisfacerle. Ser hijo menor es un mal trago que nunca asimilará.

El hijo mayor representa también nuestro “ego”, pero un yo que ya ha experimentado su verdadero ser; aunque no se ha identificado con él. Vive al lado de su naturaleza esencial (el Padre), pero sigue aún apegado a su naturaleza egocéntri­ca. De ahí que permanezca en la dualidad que le parte por medio. El “yo” y el “ser verdadero” aún siguen separados. El Padre que ya ha descubierto y acepta en el exterior, lo tendrá que descubrir en su interior.

El aparente buen comportamiento está motivado por el miedo a perder al Padre externo. No es ninguna virtud sino una manifestación más de su egoísmo y falta de seguridad en sí mismo. Le falta dar el último paso de desprendimiento del ego e identificarse con lo que hay de divino en él, el Padre. Todos tenemos que dejar de ser “hermano menor”, y “hermano mayor”, para convertirnos finalmente en “Padre”.

La insistencia maniquea de nuestra religión en el pecado ha hecho que nos sintamos hermano menor. Ninguno de los que vais a leer este escrito se debe sentir hermano menor.

Todos tenemos más rasgos del mayor. Nos irrita que otra persona que se ha portado mal, sea tan querida como nosotros. Rechazar al hermano es rechazar al Padre. No solo no nos identificamos con el Padre, sino que intentamos que el Padre se identifique con nosotros.

El padre espera a uno con paciencia durante mucho tiempo, sin dejar de amarle en ningún momento; pero también sale a convencer al otro de que debe entrar y debe alegrarse; demuestra así, en contra de lo que piensa y espera el hermano mayor, que su amor es idéntico para uno y para otro. El Padre espera y confía que los dos se den cuenta de su amor incondicional. Ese amor debía ser el motivo de alegría para uno y para otro.

El objetivo de la parábola es llevarnos al Padre. No se trata de imitarle. No hay por ahí fuera alguien a quien imitar. Yo tengo que convertirme en Padre. Dios necesita de mí para existir y hacerse presente entre los seres humanos. Vivir junto a Dios sin conocerlo es hacer de Él un ídolo. Lo malo de esta opción es que seguiremos creyendo que caminamos en la verdadera dirección, lo que hace mucho más difícil que podamos rectificar.

jueves, 20 de marzo de 2025

III DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C (Reflexión)

 III DOMINGO DE CUARESMA Ciclo C (Lucas 13,1-9) – marzo 23, 2025 
Éxodo 3, 1-8a. 13-15; Salmo 102; Corintios 10, 1-6. 10-12



En este Tercer Domingo de Cuaresma, podremos recordar la «inconmensurable» paciencia divina, que el Señor tiene con nosotros, y quien espera que tengamos una conversión y volvamos a Él.

Evangelio según san Lucas 13, 1-9

En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos?

Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante”.

Entonces les dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’ El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’ ”.

Reflexión:

¿Hasta cuándo?

Como hemos dicho, este tiempo de Cuaresma es una oportunidad para corregir el rumbo de nuestra vida; claro, primero hay que reconocer que “no andamos bien”, porque como dice la carta a los Romanos (3,23)todos hemos pecado, y por eso estamos lejos de Dios”, o bien en 1 Juan (1,8) "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros".

Afortunadamente, para eso ha venido Jesús, para salvarnos, de aquello que nos impide tener “una vida que valga la pena vivir”. Es nuestro ego, terquedad, soberbia, autosuficiencia, … lo que hace que elijamos mal (del griego hamartía, fallar, pecar).

La historia de salvación sigue vigente, cada vez que, como Moisés, escuchamos que Dios nos habla (lee el comentario del domingo pasado), en la vida ordinaria, o a veces en lo extraordinario, y nos dice también: “Yo soy el Dios de tus padres…” y nos invita a ver como está el mundo, bueno, al menos nuestro mundo (familia, colonia, ciudad, país), donde hay gente que sufre por injusticia, abuso, opresión, extorsión, …”he descendido para liberar a mi pueblo…” (cfr. Éx 3, 1-8a. 13-15) y nos invita a ser portavoces del anuncio de salvación.

Sin embargo, muchos elegimos, ya sea “no mirar”, “no hacer nada”, o tristemente alejarnos del bien, escogiendo el mal, que “provoca sufrimiento” a la gente, a la creación.

Cuaresma es darnos cuenta de que “El Señor es compasivo y misericordioso”“generosamente, perdona nuestros pecados” (Sal 102), y que su amor por nosotros es inagotable, como la zarza ardiente que no se apaga (esto es lo extraordinario).

Siempre, siempre, El Señor está con nosotros y para nosotros, para salvarnos, para darnos “una oportunidad más”, como a la higuera del evangelio, que no da frutos; nos da tiempo extra, para prepararos, para corregir el camino y el estilo de vida que nos conduce lejos de los demás y de él.

Hoy, todavía tenemos tiempo de salvarnos, aprovechemos, no perdamos la oportunidad.

 

¿Qué necesita cambiar en mí, para ser y hacer el bien?... ¿Cómo estar atento a las llamadas a colaborar en la salvación?... ¿Qué necesito cultivar en mí, para dar buenos frutos?...

PD. Sigamos pidiendo por la salud Papa Francisco; y por el consuelo y esperanza para las familias de las personas desaparecidas, por ocho jóvenes de Salamanca, Gto. cuya vida fue arrebata el paso domingo, DEP.

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP 

III DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C (Profundizar)

 III DOMINGO DE CUARESMA Ciclo C (Lucas 13,1-9) – marzo 23, 2025 
Éxodo 3, 1-8a. 13-15; Salmo 102; Corintios 10, 1-6. 10-12

 


Evangelio según san Lucas 13, 1-9

En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos?

Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante”.

Entonces les dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’ El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’ ”. 

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

Estamos dentro del tiempo de Cuaresma; las lecturas nos transmiten intensamente el llamado a la conversión. Pero no hay conversión sin arrepentimiento; pues sólo podemos arrepentirnos de aquello que reconocemos que ha causado el mal. La parábola de la higuera, presentada hoy en el evangelio, puede ayudarnos a dos cosas en este tiempo Cuaresmal:

1. Preguntarnos sobre los frutos que estamos dando, o darnos cuenta de nuestra esterilidad.

2. Reforzar la sana imagen que nos presenta de Dios: Dios es el Viñador, que ante la instrucción decidida de acabar con la Higuera, Él negocia otra oportunidad.

Dios nos conceda en este tiempo la sabiduría para darnos cuenta, la humildad para arrepentirnos y pedir perdón y "con la tierra removida y buen abono" la gracia de la conversión. #FelizDomingo


“Señor, déjala todavía este año...” 

Un hombre se fue a jugar cartas un viernes santo y perdió todo lo que tenía; volvió triste a su casa y le contó a su mujer lo que le había pasado. La mujer le dijo: «Eso te pasa por jugar en viernes santo; ¿no sabes que es pecado jugar en viernes santo? ¡Dios te castigó y bien merecido que lo tienes!» El hombre se volvió hacia su señora y con aire desafiante le dijo: «Y qué piensas tu, que el que me ganó jugó en lunes de pascua, ¿o qué?»

Generalmente no vemos las cosas como son, sino que vemos lo que suponemos que debemos ver. Estamos llenos de prejuicios y aplicamos nuestros esquemas para leer la realidad. Es imposible desprenderse totalmente de los prejuicios, pero por lo menos vale la pena estar atentos frente a ellos. La historia con la que comenzamos revela un prejuicio religioso, pero, así como éste, hay miles de prejuicios políticos, raciales, culturales... Un prejuicio muy extendido es el que supone que detrás de lo que nos pasa está Dios castigándonos o premiándonos por nuestro comportamiento moral. ¿Quién no ha pensado alguna vez que lo que le ha pasado, bueno o malo, tenía que ver con algún comportamiento suyo anterior? Dios no anda por ahí castigando y premiando a la gente. No podemos echarle la culpa a Dios de todos los males ni pensar que nos está premiando por portarnos bien.

Hace varios años en el atentado en el que fue asesinado el líder de izquierda José Antequera, Ernesto Samper también cayó gravemente herido. Samper comentaba, un tiempo después que, aunque pasó varias semanas al borde de la muerte, siempre supo que no podía morir así; que el que era un hombre creyente y pacífico, sabía que Dios no lo dejaría morir violentamente. A los pocos días salió un artículo de la esposa del periodista Guillermo Cano, director del periódico El Espectador, y que fue asesinado unos meses antes por sus críticas a las mafias del narcotráfico. La señora le preguntaba al futuro presidente Samper: «Si lo que usted dice es cierto, entonces mi esposo, que murió asesinado violentamente, ¿era un hombre violento que merecía esa muerte?» No se diga nada sobre lo que se podría interpretar con respecto a la muerte de José Antequera, líder de izquierda, en el mismo atentado...

Y así podríamos poner muchos otros ejemplos: los que se salvan de la muerte al caer un avión y atribuyen el milagro a la medallita que llevaban o a la oración que hicieron; y los otros que llevaban la medallita y rezaron también su oración, ¿qué? El caso más claro es el mismo Jesús; el hombre más bueno que ha producido la tierra; el hombre más santo, el hombre que vivió fielmente según la voluntad de Dios, ¿por qué murió como murió? Murió solo, abandonado de sus amigos, sintiéndose abandonado del mismo Dios...

Esto es lo que Jesús quiere explicarle a sus discípulos: “¿Piensan ustedes que esto les pasó a esos hombres de Galilea por ser más pecadores que los otros de su país? Les digo que no; y si ustedes no se vuelven a Dios, también morirán. ¿O creen que aquellos dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima eran más culpables que los otros que vivían en Jerusalén? Les digo que no; y si ustedes mismos no se vuelve a Dios también morirán”. Cuando nos va mal no es porque hayamos jugado cartas en viernes santo; y cuando nos va bien no es porque hayamos jugado en lunes de Pascua. Lo que nos pasa es siempre una llamada para volvernos a Dios... De eso se trata la Cuaresma…


VIVIR ANTE EL MISTERIO 

Jesús se esforzaba de muchas maneras en despertar en la gente la conversión a Dios. Era su verdadera pasión: ha llegado el momento de buscar el reino de Dios y su justicia, la hora de dedicarnos a construir una vida más justa y humana, tal como la quiere él.

Según el evangelio de Lucas, Jesús pronunció en cierta ocasión una pequeña parábola sobre una «higuera estéril». Quería desbloquear la actitud indiferente de quienes le escuchaban, sin responder prácticamente a su llamada. El relato es breve y claro.

Un propietario tiene plantada en medio de su viña una higuera. Durante mucho tiempo ha venido a buscar fruto en ella. Sin embargo, años tras año, la higuera viene defraudando sus expectativas. Allí sigue, estéril en medio de la viña.

El dueño toma la decisión más sensata. La higuera no produce fruto y está absorbiendo inútilmente las energías del terreno. Lo más razonable es cortarla. «¿Para qué va a ocupar un terreno en balde?».

Contra toda sensatez, el viñador propone hacer todo lo posible para salvarla. Cavará la tierra alrededor de la higuera, para que pueda contar con la humedad necesaria, y le echará estiércol, para que se alimente. Sostenida por el amor, la confianza y la solicitud de su cuidador, la higuera queda invitada a dar fruto. ¿Sabrá responder?

La parábola ha sido contada para provocar nuestra reacción. ¿Para qué una higuera sin higos? ¿Para qué una vida estéril y sin creatividad? ¿Para qué un cristianismo sin seguimiento práctico a Jesús? ¿Para qué una Iglesia sin dedicación al reino de Dios?

¿Para qué una religión que no cambia nuestros corazones? ¿Para qué un culto sin conversión y una práctica que nos tranquiliza y confirma en nuestro bienestar? ¿Para qué preocuparnos tanto de «ocupar» un lugar importante en la sociedad si no introducimos fuerza transformadora con nuestras vidas? ¿Para qué hablar de las «raíces cristianas» de Europa si no es posible ver los «frutos cristianos» de los seguidores de Jesús?


EN JESÚS (Y EN NOSOTROS) ESTÁ SIEMPRE LO DIVINO, AUNQUE NO SE PERCIBA  

El mensaje de hoy es muy sencillo de formular, pero muy difícil de asimilar. Con demasiada frecuencia seguimos oyendo la fatídica expresión: ¡Castigo de Dios! El domingo pasado decíamos que no teníamos que esperar ningún premio de Dios. Hoy se nos aclara que no tenemos que temer ningún castigo. “El Dios que premia a los buenos y castiga a los malos”.

Es un Dios que interviene en la historia a favor del pueblo oprimido. Así lo creían ellos, desde una visión mítica de la historia. No es Dios sino los seres humanos quienes podemos alcanzar la salvación. Esto es muy importante. Somos nosotros los responsables de que la humanidad camine hacia una liberación o que siga hundiendo en la miseria a los humanos.

“Yo soy el que soy”. Estamos ante la intuición más sublime de toda la Biblia. Dios no tiene nombre, simplemente, ES. Todos sabemos que el discurso sobre Dios es siempre analógico, es decir: sencillamente inadecuado, y solo “sequndum quid”, acertado. A la hora de la verdad, lo olvidamos y defendemos esos conceptos como si fuera la realidad de Dios.

El evangelio de hoy nos plantea el eterno problema. ¿Es el mal consecuencia de un pecado? Así lo creían los judíos del tiempo de Jesús y así lo siguen creyendo la mayoría de los cristianos de hoy. Desde una visión mágica de Dios, se creía que todo lo que sucedía era fruto de su voluntad. Los males se consideraban castigos y los bienes premios.

Incluso la lectura de Pablo que hemos leído se pude interpretar en esa dirección. Jesús se declara completamente en contra de esa manera de pensar. Está claro en el evangelio de hoy, pero lo encontramos en otros muchos pasajes; el más claro, el del ciego de nacimiento en el evangelio de Jn, donde preguntan a Jesús, ¿quién peco, éste o sus padres?

Debemos dejar de interpretar como actuación de Dios lo que no son más que fuerzas de la naturaleza o consecuencia de atropellos humanos. Ninguna desgracia que nos alcance debemos atribuirla a un castigo de Dios; de la misma manera que no podemos creer que somos buenos porque las cosas nos salen bien. El evangelio de hoy no puede ser más claro, pero como decíamos el domingo pasado, estamos incapacitados para oír lo que nos dice.

Si no os convertís, todos pereceréis. La expresión no traduce adecuadamente el griego metanohte, que significa cambiar de mentalidad. No dice Jesús que los que murieron no eran pecadores, sino que todos somos pecadores y tenemos que cambiar de rumbo. Sin una toma de conciencia de que el camino que llevamos termina en el abismo, nunca lo evitaremos. Si soy yo el que camino hacia el abismo, solo yo podré evitar el precipicio.

La parábola de la higuera es clara. El tiempo para dar fruto es limitado. Dios es don incondicional, pero no puede suplir lo que tengo que hacer yo. Tengo una tarea asignada; si no la llevo a cabo, la culpa será solo mía. No tiene que venir nadie a premiarme o castigarme. El cumplir la tarea y alcanzar mi plenitud es el premio; no alcanzarla es el castigo.

¿Qué significa dar fruto? ¿En qué consistiría la salvación para nosotros aquí y ahora? Esta es la pregunta que nos debemos plantear. No se trata de hacer o dejar de hacer esto o aquello. La salvación no es alcanzar nada ni conseguir nada. Es tu verdadero ser, ya está en ti, porque ya estás identificado con Dios. Nuestra tarea consiste en descubrir y vivir esa realidad, que es tu verdadera salvación. Lo que no sea esta toma de conciencia es mitología.

 

jueves, 13 de marzo de 2025

II DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C (Reflexión)

 II DOMINGO DE CUARESMA Ciclo C (Lucas 9,28-36) – marzo 16, 2025 
Génesis 15, 5-12. 17-18; Salmo 26; Filipenses 3, 17–4, 1



En este Segundo Domingo de Cuaresma, la liturgia de la Palabra nos recuerda, a cada uno de los seguidores de Jesús, como es que podemos mantener vigente la Alianza que Dios hizo con su pueblo, del cual somos parte.

Evangelio según san Lucas 9, 28-36

En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías”, sin saber lo que decía.

No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo.

De la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo”. Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo.

Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

Reflexión:

¿Cómo escuchar a Jesús?

Comencemos esta reflexión, recordando lo que implica una alianza, “unirte a una persona para lograr un objetivo en común”. En el caso de la “alianza” que Dios hizo con Abram, fue (cfr. Génesis):

·     "haré una alianza contigo, y te daré una descendencia muy numerosa",

·     "esta tierra se la daré a tus descendientes, desde el río de Egipto hasta el río grande, el Éufrates",

·     "la alianza que hago contigo, y que haré con todos tus descendientes en el futuro, es que yo seré siempre tu Dios y el Dios de ellos". 

Es Dios, quien tomó la iniciativa de la alianza, la cual sigue vigente con nosotros; pero, de nuestra parte parece que “no siempre la mantenernos”, ya que como dice Pablo a los filipenses, y hoy a nosotros, ”hay muchos que viven como enemigos … sólo piensan en cosas de la tierra” (cfr. Fil 3, 17–4, 1), es decir rompemos la alianza, a pesar de que es para nuestro bien.

Lo bueno es que, nuestro Dios es bueno y no nos deja, continuamente se nos “manifiesta”, en la creación, en las personas, en su palabra… como hoy, que nos recuerda: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo”.

Escuchar, es poner atención a las invitaciones de Jesús, es lo que necesitamos para regresar a la alianza y no quedarnos como Pedro, en la “comodidad” o “instalados”, o peor aún, en el camino que nos lleve a “perder nuestra vida”.

Este tiempo de Cuaresma es para caer en cuenta que tan lejos estamos de lo que Dios quiere para cada uno de nosotros, es para retomar el camino que nos lleve de regreso a esta alianza con el Dios de la vida, es para ser “ciudadanos del cielo”, o sea miembros de su pueblo, de quienes viven sus enseñanzas, su amor, su verdad … para tener una mirada más amplia de la realidad, es para transformarnos, es para “ser semejantes” a Él.

¿Cómo puedo reconocer la presencia de Dios en mi realidad?... ¿Cómo distinguir la voz Jesús, de aquellas que me aturden y distraen de vivir y hacer el bien?...¿Qué necesita ser transformo en mi, para unirme a la misión salvadora de Jesús?...

PD. Este tercer domingo, de la Jornada Nacional de Oración por la paz, pidamos por “Por la conversión de una narcocultura hacia una cultura de la vida”.

  Sigamos pidiendo por la salud Papa Francisco. amdg.

 

Alfredo Aguilar Pelayo 
#RecursosParaVivirMejor 

Columna publicada en: https://bit.ly/RBNenElHeraldoSLP

Para profundizar: https://tinyurl.com/BN-1DC-250309

V DOMINGO DE CUARESMA – C (Reflexión)

  V DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C ( Juan 8, 1-11 ) – abril 6, 2025  Isaías 43, 16-21; Salmo 125; Filipenses 3, 7-14 En esta quinta semana...