sábado, 3 de agosto de 2024

XVII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Profundizar)

 XVII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B (Juan 6, 24-35) – agosto 4, 2024



Continuamos este domingo con la liturgia que nos habla del alimento que nos da vida: del pan que alimenta el espíritu, a través de la Palabra …

Evangelio según san Juan 6, 24-35

En aquel tiempo, cuando la gente vio que en aquella parte del lago no estaban Jesús ni sus discípulos, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús.

Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste acá?" Jesús les contestó: "Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto signos, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello".
Ellos le dijeron: "¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?" Respondió Jesús: "La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien Él ha enviado". Entonces la gente le preguntó a Jesús: "¿Qué signo vas a realizar tú, para que lo veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo".

Jesús les respondió: "Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo".
Entonces le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan". Jesús les contestó: "Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed".

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 
Hernán Quezada, SJ 

Hoy aparecen dos imágenes: hambre y alimento. El hambre no sólo es corporal, esa que hace "crujir las tripas", también hay hambre espiritual, es en la que nos sentimos "vacíos", débiles, desfallecidos. Quien se siente hambriento sólo piensa en comer y hambrientos podemos ser incluso ser violentos, reclamamos o arrebatamos aquello que creemos saciará nuestro vacío. 

Agua y pan, sacian el vacío estomacal, pero el vacío espiritual ese sí que es más complicado de saciar. Tratamos de llenarnos de cosas, personas y proyectos, con cosas finitas, esas que tienen tiempo. Hoy Jesús nos recuerda que hay que trabajar por el alimento que permanece, ese que es eterno. Ese pan ya lo tenemos, nos lo da Dios y baja del cielo. Ese pan, nos lo recuerda Jesús, es él: "El que VIENE a mí no pasará hambre, y el que CREE en mi nunca pasará sed". IR y CREER, llamadas de este domingo. Así, cuando nos sentimos "hambrientos" hay que ir a ÉL, hay que creer en Él; hay que ir a Él en el silencio de una oración, hay que creer en Él, haciendo memoria que Él es y ha sido siempre con nosotros.

¿Cómo andas de "hambre"?¿A qué te sientes invitada, invitado?

#FelizDomingo

“Ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse” 

En alguna parte leí la historia de un joven que se quejaba siempre porque su mamá le daba más comida a sus hermanos y nunca estaba satisfecho con lo que le servían a él en el plato. La mamá trataba de ser muy justa en la repartición de las porciones, pero, por alguna razón desconocida, el joven siempre encontraba alguna forma para lamentarse de que le sirvieran menos. Ya desesperada por esta queja constante, la señora decidió un día dejarle una doble ración de todo lo que les iba a ofrecer en la cena de ese día, de manera que el joven no tuviera forma de quejarse. Pero sucedió que el joven ese día llegó tarde a cenar y todos comieron antes de que él llegara. Al momento de recibir su ración doble, que le habían guardado en el horno, la expresión del muchacho por poco hace desmayar a la mamá: Si esto me dieron a mí, ¡cómo le habrán dado a los demás!, fue lo único que acertó a decir el joven insatisfecho...

Los seres humanos sufrimos de una especie de insatisfacción crónica. Vivimos aquejados por lo que algunos llaman el síndrome de las más verdes praderas; es decir, cuando salimos de paseo al campo, miramos a nuestro alrededor y nos parece que el sitio en el que estamos no cumple nuestras expectativas como para sentarnos a comer; en cambio, la ladera del frente se ve más despejada de palos y piedras, y el pasto parece de un verdor especial... de modo que caminamos hasta allá en busca del sueño prometido; pero cuando llegamos, volvemos la mirada atrás y nos parece que donde estábamos no había tanta boñiga ni tanto chamizo como en el nuevo sitio y, entonces, volvemos sobre nuestros pasos o seguimos buscando otra pradera más alejada que se ve como mejor para nuestro propósito de sentarnos a almorzar... Lo cierto es que, cansados de tanto caminar, nos terminamos sentando en cualquier parte, convencidos, eso sí, de que estamos en el peor de los sitios que visitamos y que cualquiera de los anteriores estaría mejor que el que terminamos escogiendo por pura y llana necesidad de dejar, por fin, de dar vueltas alrededor de un sueño que no existe.

La felicidad no parece ser algo alcanzable en esta vida mortal; la realización plena como que no existe en este mundo de sinsabores permanentes; nos queda el consuelo de que vamos probando pequeñas muestras de esa felicidad tan esquiva y de esa realización tan inalcanzable a las que aspiramos desde lo más profundo de nuestro ser insaciable.

Jesús percibe que la comida que recibieron muchos de sus oyentes los había llenado, pero no los había saciado, estrictamente hablando. Una cosa es tener lleno el estómago y otra muy distinta sentir saciado el corazón... “Les aseguro que ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse, y no porque hayan entendido las señales milagrosas. No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les de vida eterna. Esta es la comida que les dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él”. Sólo entonces, sus oyentes piden ese pan que El les promete: “Señor, danos siempre ese pan”. En la medida en que creamos en las palabras de Jesús, sabremos de la auténtica satisfacción que nos ofrece: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed”, ni andaremos, como el joven del principio, lamentándonos porque nos tocó menos que a los demás.

NOSTALGIA DE ETERNIDAD 

Cuando observamos que los años van deteriorando nuestra salud y que también nosotros nos vamos acercando al final de nuestros días, algo se rebela en nuestro interior. ¿Por qué hay que morir, si desde lo hondo de nuestro ser algo nos dice que estamos hechos para vivir?

El recuerdo de que nuestra vida se va gastando día a día sin detenerse hace nacer en nosotros un sentimiento de impotencia y pena. La vida debería ser más hermosa para todos, más gozosa, más larga. En el fondo, todos anhelamos una vida feliz y eterna.

Siempre ha sentido el ser humano nostalgia de eternidad. Ahí están los poetas de todos los pueblos cantando la fugacidad de la vida, o los grandes artistas tratando de dejar una obra inmortal para la posteridad, o sencillamente los padres queriendo perpetuarse en sus hijos más queridos.

Aparentemente, hoy las cosas han cambiado. Los artistas afirman no pretender trabajar para la inmortalidad, sino solo para la época. La vida va cambiando de manera tan vertiginosa que a los padres les cuesta reconocerse en sus hijos. Sin embargo, la nostalgia de eternidad sigue viva, aunque tal vez se manifieste de manera más ingenua.

Hoy se intenta por todos los medios detener el tiempo dando culto a lo joven. El hombre moderno no cree en la eternidad, y por eso mismo se esfuerza por eternizar un tiempo privilegiado de su vida actual. No es difícil ver cómo el horror al envejecimiento y el deseo de agarrarse a la juventud llevan a veces a comportamientos cercanos al ridículo.

Se hace a veces burla de los creyentes diciendo que, ante el temor a la muerte, se inventan un cielo donde proyectan inconscientemente sus deseos de eternidad. Y apenas critica nadie ese neorromanticismo moderno de quienes buscan inconscientemente instalarse en una «eterna juventud».

Cuando el ser humano busca eternidad, no está pensando establecerse en la tierra de una manera un poco más confortable para prolongar su vida lo más posible. Lo que anhela no es perpetuar para siempre esa mezcla de gozos y sufrimientos, éxitos y decepciones que ya conoce, sino encontrar una vida de calidad definitiva que responda plenamente a su sed de felicidad.

El evangelio nos invita a «trabajar por un alimento que no perece, sino que perdura dando vida eterna». El creyente se preocupa de alimentar lo que en él hay de eterno, arraigando su vida en un Dios que vive para siempre y en un amor que es «más fuerte que la muerte».

 

EL ÚNICO ALIMENTO PARA LA VIDA ES JESÚS

Seguimos en el c. 6 del evangelio de Juan. Hoy afrontamos ya directamente la discusión con los judíos. En todo caso, este capítulo plantea una discusión larga y dura, en la que Jesús va concretando y profundizando las exigencias del seguimiento. Se va acentuando la distancia a medida que Jesús va concretando el significado de su discurso. El proceso será: Entusiasmo, duda, desencanto, desilusión, oposición, rechazo, abandono. De lo que Jesús predicó hemos pasado a predicarle a él, olvidándonos de sus exigencias.

El diálogo es un montaje (seguramente tomado de una catequesis de iniciación que duraba varios años) que permite a Juan dejar muy clara la diferencia entre el verdadero seguimiento y la búsqueda de beneficios materiales. El relato pone en boca de Jesús lo que aquella comunidad consideraba las claves del seguimiento. No contesta a la pregunta, ¿cómo y cuándo has llegado aquí?, sino a las verdaderas intenciones de la gente, llevando el diálogo a su terreno. Lo que tiene importancia es el compromiso de entrega, al que quiere llevarlos.

Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. La “señal” era una invitación a compartir, pero ellos vieron solo en ella la satisfacción de sus necesidades. Esa búsqueda de Jesús no es correcta, solo pretenden seguridades para su falso yo. Jesús va directamente a lo esencial y desenmascara su intención de buscar el bien material. No le buscan a él sino el pan que les ha dado. No le buscan por conseguir un futuro más humano. Esas palabras, critican el seguimiento de todos los tiempos. Todas las religiones manipulan a Dios para ponerlo a nuestro servicio.

Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que dura dando Vida definitiva. Esta propuesta de trabajar por la Vida es el resumen de todo su mensaje. Vale lo mismo para aquel tiempo que para hoy. Trata de advertir de la facilidad que tiene el hombre de malograr su vida enredándose en lo puramente material o dejándose llevar por lo material, por lo que satisface los sentidos, los apetitos, las pasiones, el placer sensible. La búsqueda del verdadero pan exige esfuerzo y renuncia. Es un camino de lucha, de superación, de purificación, de regeneración, de muerte y nuevo nacimiento (bautismo).

El alimento que perdura lo da Dios gratuitamente. Jesús descubrió ese don y desplegó su verdadera Vida. Sin alimento no puede haber vida. Por eso hay que escucharle cuando habla de otro tipo de comida que es la que nos salva. También hay que trabajar por el alimento que perece, pero no debe ser el objetivo único de nuestra vida. Los judíos muestran un cierto interés por ese nuevo alimento, pero es puramente superficial, porque lo interpretan como otro modo de conseguir seguridades. Acostumbrados a moverse a golpe de preceptos, preguntan a Jesús por las normas, incapaces de imaginar a Dios que da todo gratis.

Éste es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado. Conocer lo que Dios espera de nosotros, parecería el verdadero camino, pero ese interés es solo aparente. En realidad, no nos interesa demasiado lo que Dios quiere. Lo que de verdad nos interesa es lo que nosotros queremos. Para garantizar seguridades, hemos fabricado un Dios a medida. De todas formas, Jesús les dice lo que Dios espera de ellos: que le presten su adhesión. La discusión entre fe y obras queda superada drásticamente: confiar en Jesús.

Pero inmediatamente viene la institución y nos dice: lo que Dios quiere es esto y aquello; que no es más que lo que les interesa a los dirigentes de turno. Jesús no vino a dar nuevas normas morales sino a enseñarnos el camino de la verdadera Vida. Lo que tengo que “hacer”, lo tengo que descubrir yo, no me tiene que llegar de fuera como programación, no tengo que ser un robot al que le han introducido un programa. Lo que Dios quiere es que lleguemos a nuestra plenitud, y el “mapa de ruta” está en nuestro interior, no fuera.

A Dios le importa más lo que somos que lo que hacemos. Mostramos nuestra ceguera cuando estamos preocupados por lo que Dios quiere que hagamos o dejemos de hacer. Solo una cosa es fundamen­tal: confiar. Esto es lo que pide Jesús a sus oyentes. Creer no es aceptar una serie de verdades teóricas y quedar tan tranquilos. Tergiversamos esa confianza cuando la convertimos en esperanza de que Dios cumpla nuestros deseos. Confiar es aceptar la voluntad de Dios, no venida de fuera, sino como inserta en la raíz de nuestro ser.

¿Qué señal realizas tú para que viéndola te creamos? La exigencia de una señal es la demostración de que no creen. Estarían dispuestos a aceptar un Mesías, semejante a Moisés, que demostrara su valía a base de prodigios. El maná estaba considerado como el mayor de los milagros. Exigen de Jesús que legitime sus pretensiones con otro prodigio igual o mayor. Pero la Vida que Jesús promete no viene de fuera y espectacularmente; está ya en cada uno y se manifiesta en lo cotidiano como amor desinteresado, como preocupación por el otro.

No os dio Moisés el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Aquello no era más que un símbolo. La realidad está en Jesús, verdadero pan del cielo, que alimenta la verdadera Vida. Recordemos que los rabinos consideraban la Torah como el pan que Dios les había otorgado. Ahora es Jesús la única Ley que salva. Danos siempre pan de ese. Reacción aparentemente sincera, pero equivocada. Le llaman Señor; creen en sus palabras; esperan que satisfaga sus anhelos; pero no le dan su adhesión sincera.

Yo soy el pan de Vida. En todos los discursos que encontramos en este evangelio, se hace referencia a la Vida. Se trata de una realidad que no podemos explicar con palabras, ni meter en conceptos humanos. Solo a través de símbolos y metáforas podemos indicar el camino de una vivencia, que es lo único que nos llevará a descubrir de qué se está hablando. “Yo soy” en Juan es la suprema manifestación de la conciencia de lo que era Jesús. Cada uno de nosotros debemos descubrir lo que verdaderamente somos, como lo descubrió Jesús.

El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed. ¿Qué significa, “ir a él, creer en él?” Aquí radica todo el meollo del discurso. No se trata de recibir nada de Jesús, sino de descubrir que todo lo que él tenía lo tengo yo. Lo que Jesús quiere proponer es que los seres humanos descubrieran que se podía vivir desde una perspectiva diferente, que alcanzar la plenitud humana significaba el descubrir lo que Dios es en cada uno y una vez descubierto ese don total (Vida), respondiéramos como respondió Jesús.

Lo que propone Jesús está en contra de toda lógica. Nos está diciendo que el pan que da Vida no es el pan que se come, sino dejarte comer como pan. Si te conviertes en pan como él, entonces, ese darte, se convertirá en Vida. Jesús no invita a buscar la propia perfección, sino a desarrollar la capacidad de darse a sí mismo. Solo dándote, superarás el egoísmo y alcanzará plenitud. “Yo soy” es la clave de la comprensión de Jesús en el evangelio de Juan. Lo que pongamos después del ‘yo soy’ no tiene importancia. Aquí añade pan, VIDA.

 


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