sábado, 28 de octubre de 2023

XXX Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A

 XXX Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mt 22, 34-40) – octubre 22, 2029

Evangelio según san Mateo 22, 34-40

Los fariseos se reunieron al saber que Jesús había hecho callar a los saduceos, y uno, que era maestro de la ley, para tenderle una trampa, le preguntó: 
—Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? 
Jesús le dijo: —“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.” 
Éste es el más importante y el primero de los mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a éste; dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” 
En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas.

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia 

El mandamiento más importante es amar y el segundo, también. En amar se resume la voluntad de Dios. Cada una y cada uno de nosotros, en las circunstancias concretas ha de descubrir cómo actuar el amor. 

Al final del día, la pregunta que nos hemos de hacer es la misma que el Señor nos hará el día de nuestro encuentro cara a cara con él: ¿amaste? ¿Dónde faltó el amor?

El amor es criterio de discernimiento para cada una de nuestras elecciones y acciones. Cómo puedo amar, incluso a quien pareciera no merecer amor. El amor se ha de expresar en la cotidianidad de nuestras vidas, en gestos, palabras, acciones, que anteponen al otro. Solemos jugar “chueco” o manipular la voluntad de Dios, subrayando aquello de “cómo a ti mismo”, posponiendo así, con egoísmo amar a los demás. Ingenuos, no seremos capaces de amarnos si no es amando, no seremos capaces ni de amar y amarnos, sin memoria de los momentos y personas que nos han amado con la gratuidad propia del amor. 

Examinémonos: ¿En dónde, con quiénes me ha faltado amor? ¿quiénes y cuando nos han amado? ¿A qué me invita Dios hoy?

#FelizDomingo

“¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley?” 

En la manija interior de la puerta de mi cuarto, hay una tirita de papel, colgada de un trozo de lana roja, que tiene escritas dos frases. Por un lado, dice: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Y por el otro, dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Ya está un poco deteriorada, pero me ha acompañado por los lugares donde he vivido en los últimos años.

Recordando la sugerencia del libro del Deuteronomio que decía: “Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos también en los postes y en las puertas de tu casa” (Dt. 6, 8-9), le propuse, hace algunos años, a los niños y niñas de Mejorada del Campo, una pequeña población a las afueras de Madrid, España, que ataran estos lazos de lana con la tirita de papel en sus muñecas y que luego la colocaran en las puertas de sus cuartos. Los niños salieron felices de la misa con sus pulseras de lana y, estoy seguro de que compartieron con sus familias lo que habían descubierto en la Eucaristía ese día.

El sentido del compartir dominical con estos niños y niñas, que asisten todavía hoy a la Eucaristía dominical, era que se trataba de dos leyes inseparables. Como la cara y el sello de una moneda. Es imposible separarlas. Si llevas una, tienes que llevar la otra; pues, “si alguno dice: «Yo amo a Dios», y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn. 4, 20).

Cuando los fariseos le preguntan a Jesús, “para tenderle una trampa”, “¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?”, no se imaginaban que Jesús les iba a dar un compendio de “toda la ley y de las enseñanzas de los profetas”. Para Jesús estos dos mandamientos son muy “parecidos” ... No son dos, sino uno mismo.

Siempre que cierro la puerta de mi cuarto, por las noches, antes de descansar, reviso el día que ha pasado y me detengo en estos dos mandamientos, inseparables, que nos recuerda Jesús en el Evangelio de este domingo. Revisarnos sobre el amor a Dios y al prójimo supone dos dinámicas simultáneas que no podemos nunca separar, tal como lo expresa Benjamín González Buelta, SJ, en uno de sus poemas:

 “Soy la misma relación en todo en­cuentro. 
Si en verdad soy contigo fue­go, 
con sólo abrir los ojos y dar un paso, 
no seré con el hermano, hielo”.

PASIÓN POR DIOS Y COMPASIÓN POR EL SER HUMANO  

Cuando olvidan lo esencial, fácilmente se adentrarán en las religiones por caminos de mediocridad piadosa o de casuística moral, que no solo incapacitan para una relación sana con Dios, sino que pueden dañar gravemente a las personas. Ninguna religión escapa a este riesgo.

La escena que se narra en los evangelios tiene como trasfondo una atmósfera religiosa en que sacerdotes y maestros de la ley clasifican cientos de mandatos de la Ley divina en «fáciles» y «difíciles», «graves» y «leves», «pequeños» y «grandes». Casi imposible moverse con un corazón sano en esta red.

La pregunta que se plantean a Jesús busca recuperar lo esencial, descubrir el «espíritu perdido»: ¿cuál es el mandato principal?, ¿qué es lo esencial?, ¿dónde está el núcleo de todo? La respuesta de Jesús, como la de Hillel y otros maestros judíos, recoge la fe básica de Israel: «Amaras al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». «Amaras a tu prójimo como a ti mismo».

Que nadie piense que, al hablar del amor a Dios, se está hablando de emociones o sentimientos hacia un Ser imaginario, ni de invitaciones a rezos y devociones. «Amar a Dios con todo el corazón» es reconocer humildemente el Misterio último de la vida; comprender confiadamente la existencia de acuerdo con su voluntad: amar a Dios como Padre, que es bueno y nos quiere bien.

Todo esto marca decisivamente la vida, pues significa alabar la existencia desde su raíz; tomar parte en la vida con gratitud; optar siempre por lo bueno y lo bello; vivir con corazón de carne y no de piedra; resistirnos a todo lo que traiciona la voluntad de Dios negando la vida y la dignidad de sus hijos e hijas.

Por eso el amor a Dios es inseparable del amor a los hermanos. Así lo recuerda Jesús: «Amaras a tu prójimo como a ti mismo». No es posible el amor real a Dios sin escuchar el sufrimiento de sus hijos e hijas. ¿Qué religión sería aquella en la que el hambre de los desnutridos o el exceso de los satisfechos no planteara pregunta ni inquietud alguna a los creyentes? No están descaminados quienes resumen la religión de Jesús como «pasión por Dios y compasión por la humanidad».

EL AMOR DE DIOS NO ES RELACIÓN SINO IDENTIFICACIÓN CON ÉL 

La pregunta sobre el tributo al César se la hicieron los fariseos y herodianos. A continuación, los saduceos le hicieron otra pregunta sobre la resurrección de los muertos, en la que ellos no creían. Quieren ridiculizar la creencia en otra vida con el supuesto de siete hermanos que estuvieron casados ​​con la misma mujer. Jesús desbarata sus argumentos. Por eso, a continuación, el texto de hoy dice: “Al oír que había hecho callar a los saduceos”, los fariseos vuelven a la carga: ¿Cuál es el primer mandamiento?

La pregunta no era tan sencilla. La mayoría consideraba que todos los mandamientos tenían la misma importancia. Otros defendían que guardar el sábado era el primero. Había quien defendía el amor a Dios como el principal. A nadie se le había ocurrido que el mandamiento principal eran dos. Jesús responde recitando la “shemá” (escucha), que toda israelita recitaba dos veces cada día (Dt 6, 4-9). Jesús hace referencia al Lev 19,18 pero elimina la primera parte que dice: “no guardarás rencor ni tomarás venganza de los hijos de tu pueblo”, con lo que deja claro quién es el prójimo al que hay que amar.

La originalidad de Jesús está en unir los dos mandamientos. De hecho, lo único que hace es citar dos textos del AT. No se trata solo de una yuxtaposición o de una equiparación. Se trata de una identificación en toda regla, que, además, prepara el terreno a Juan para poder decir con rotundidad: un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado (Jn 13,34). Es el mandamiento nuevo, que convierte la Ley en vieja. Después de 20 siglos, seguimos sin aceptar la diferencia entre AT y NT.

El valor absoluto de cada persona es una propuesta exclusiva de Jesús. Hasta entonces el individuo no contaba más que como perteneciente e integrado en el grupo. Desde esa perspectiva, lo único que interesaba eran las manifestaciones del amor, no el amor mismo. De ese modo, el precepto recaía sobre las manifestaciones. El amor que exige Jesús, no se puede alcanzar con el cumplimiento de un precepto. Ya no se trata de una ley, sino de una actitud. “Un amor que responde a su amor”. El amor que pide Jesús no se impone.

El concepto de “prójimo” es modificado por Jesús de manera sustancial. Para un judío, prójimo era el que pertenecía al pueblo y, a lo sumo, el prosélito. Jesús desbarata esa barrera y postula que todos somos exactamente iguales para Dios. El cristianismo no siempre ha sabido trasmitir esta idea de igualdad y hemos seguido creyendo, como los judíos de todos los tiempos, que nosotros somos los elegidos y que Dios es nuestro Dios.

Jesús no propone amor a Dios ni un amor a él mismo. Dios ni ama ni puede ser amado; es amor. La exigencia de Jesús no es con relación a Dios sino con relación al hombre. Cuando seguimos proponiendo los mandamientos de la “Ley de Dios” como marco para la vida de la comunidad, es que no hemos entendido el mensaje de Jesús. S. Agustín dijo: Ama y haz lo que quieras. Y Pablo: Quien ama ha cumplido el resto de la Ley. No se trata de una nueva Ley, sino de hacer inútil toda ley, toda norma, todo precepto.

El “como a ti mismo” es también superado por Jesús: “como yo os he amado”. Necesitaría un comentario más extenso. Únicamente diré, que el amor solo se puede dar entre iguales. Si considero superior o inferior al otro, mi relación con él nunca será de amor. Desde esta perspectiva, ¿a dónde se van todas nuestras “caridades”? Lo que nos pide Jesús es que quiera para los demás todo lo que estoy deseando para mí. ¡¿De verdad creo hacer caridad cuando doy al mendigo la ropa usada que ya no voy a utilizar?!

Una vez más tenemos que resaltar la imposibilidad de aceptar el mensaje de Jesús sin abandonar la idea de Dios del AT. Esta es la trampa en la que cayeron los primeros cristianos que eran todos judíos. Aquí está la clave para entender tantas aparentes contradicciones en los evangelios. Lo que pide Jesús es más de lo que puede enseñar una religión. La excesiva fidelidad a la institución nos impide alcanzar el mandamiento nuevo. Por eso Jesús criticó tan duramente las instituciones religiosas de su tiempo (Templo, Ley, culto); se habían convertido en un obstáculo para llegar al hombre.

A Dios no se le puede amar directamente ni mucho ni poco. Dios no es un sujeto con el que me pueda relacionar. No es nada distinto de mí. Amar a Dios y amar al prójimo es un único acto. Dios y el prójimo no se pueden separar. Tampoco Dios puede amar a sus criaturas porque no son nada fuera de Él. Demuestro que estoy abierto al Amor si amo a todos. Si dejo de amar a una persona, puedo estar seguro de que lo que me mueve no es amor, sino egoísmo, instinto, pasión, interés o la simple programación.

El amor no responde a una necesidad alguna de mi ego. Acontece en la profundidad del ser, incluyendo todos sus aspectos. Es el único camino para un crecimiento armónico del ser, impidiendo que la parte material y biológica del mismo, se imponga y arrastre a la parte espiritual, malogrando sus posibilidades de ser humano. El superar el egoísmo no significa una renuncia a nada sino plenitud de humanidad. No suprime ninguno de los aspectos de nuestra humanidad, sino que los colma y les da su verdadero sentido.

El amor es consecuencia del conocimiento. Los escolásticos decían: “no se puede amar nada, si antes no se conoce”. Pero no basta con conocer, debo conocerlo como bueno para mí. El conocimiento racional será siempre egoísta, solo puede apreciar lo que es bueno para mi falso ser. Solo de un conocimiento vivencial puedes nacer el verdadero amor. Si necesito motivos interesados ​​para amar, no es amor. Si queremos hacer un favor, tampoco funciona. Tengo que descubrir que soy yo el que me enriquezco al amar. Ese enriquecimiento se produce en mi verdadero ser, y eso no nos interesa demasiado.

El mayor peligro a la hora de comprender el amor evangélico es que lo confundimos con el deseo de que el otro me quiera. El deseo de que otro me ame es instintivo y no va más allá del egoísmo. La mayoría de las veces, cuando decimos te amo, en realidad queremos decir: “quiero que me quieras”. Esto no tiene nada que ver con el mensaje de Jesús. Cuando oímos decir a una persona: no puedo vivir sin ti; en realidad, lo que está diciendo es: no te voy a dejar vivir, porque te voy a exigir que vivas solo para mí.

Es erróneo creer que podemos amar a Dios, aunque no amemos al prójimo; o peor aún, que podemos amar a uno mucho ya otro poco o nada. El amor es uno solo porque es una actitud personal. El amor queda especificado en la persona que ama, no por la persona amada. Tiene que existir antes de manifestarse. Lo que llega a los demás, lo que se percibe al exterior, son solo las manifestaciones de ese amor. La actitud vital es única en cada persona, pero el amor evangélico tiene que ser práctico, tiene que manifestarse en obras. Solo puede manifestarse cuando me encuentro con otro, con el próximo.

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