sábado, 14 de octubre de 2023

XXVIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A

 XXVIII Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mt 22, 1-14) – octubre 15, 2023



Evangelio según san Mateo 22, 1-14

En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: "El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir. Envió de nuevo a otros criados que les dijeran: 'Tengo preparado el banquete; he hecho matar mis terneras y los otros animales gordos; todo está listo. Vengan a la boda'. Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron. Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.

Luego les dijo a sus criados: 'La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren'. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del banquete se llenó de convidados.

Cuando el rey entró a saludar a los convidados vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: 'Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?' Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: 'Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos".

Reflexiones Buena Nueva

Dios prepara para todos los pueblos y naciones, para cada una y cada uno de nosotros un banquete, hay vinos y manjares suculentos, los platos favoritos de todos. No hay muerte, ni lágrimas, ni violencia, ni guerra. Dios nos espera en la puerta para recibirnos con un abrazo eterno y ungir nuestra cabeza con perfume fino, para poner en nuestra mano la copa rebosante, ya nada nos faltará en el banquete del Reino. 

Para guiarnos a su banquete ha enviado a su Hijo, el Buen Pastor, nos busca en las cañadas oscuras, nos libra de adversarios, nos acompaña y lleva al Encuentro.

Pero algunos, decidimos no ir porque no nos gusta la lista de invitados, porque nos parece que hay que seguir acumulando y no hay que desperdiciar el tiempo; no vamos porque simplemente no se nos da la gana, porque no queremos. Otros llegan a regañadientes sin vestido de fiesta que exprese la alegría, la gratitud y el respeto. 

Elegir ir al Padre se expresará en una actitud cotidiana de vivir con alegria y esperanza, propia de quien se sabe invitado y elige asistir al Banquete Eterno.

No dejemos de orar por la paz, por las víctimas en Palestina e Israel, víctimas de esos violentos que rechazan ir hacia el Banquete del Eterno.

#FelizDomingo

 

INVITEN A LA BODA A TODOS LOS QUE ENCUENTREN
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Diana, la condesa de Belflor y Teodoro, son los protagonistas de El perro del hortelano, comedia de Lope de Vega que Pilar Miró, directora de cine española, llevó a la pantalla pocos años antes de morir. Lope de Vega recoge en esta comedia una de las realidades humanas más paradójicas.

Diana se enamora perdidamente de Teodoro, su secretario, pero sabe que es un amor imposible, porque los separa una distancia insalvable de cuna: la una, perteneciente a la alta nobleza, y el otro, un simple plebeyo. La condesa de Belflor no se atreve a expresar, sino de modo muy sutil, su afecto. Pero cuando ve que Teodoro busca a una mujer de su estirpe para establecer un hogar, Diana manifiesta, sin manifestar, sus sentimientos por Teodoro y lo seduce.

Sin embargo, cuando ha logrado que Teodoro abandone a su prometida, y abrigue la esperanza de un amor que parecía imposible, Diana vuelve a tomar la distancia que le signó su nobleza. No alargo el cuento, porque la comedia se desarrolla en el ir y venir de los afectos, que nunca se encuentran. Seducciones y rechazos, atracciones y distancias.

La parábola que Jesús cuenta a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos, en el templo de Jerusalén, refleja esta misma realidad humana. Los invitados a la fiesta de bodas no aceptan la convocatoria y desprecian la invitación a unirse a la alegría del rey el día del matrimonio de su hijo. Esto es lo que motiva al rey a ordenar a sus criados que vayan “a las calles principales, e inviten a la boda a todos los que encuentren”. Dice Jesús que “los criados salieron a las calles y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y así la sala se llenó de gente”.

Pero, desde luego, es importante estar dispuestos para la fiesta; esto es lo que explica la reacción del rey con el que no iba vestido con traje de boda.

Los dueños de la religión y de la fe, en la época de Jesús, ni aceptaban ellos mismos la oferta de la salvación, ni dejaban que otros la aceptaran; en lugar de ser mediadores entre Dios y los hombres, se convertían en obstáculos para este encuentro. Por eso Dios se ve obligado a extender su invitación a todos los pueblos, a todas las gentes que quieran acoger este llamado, malos y buenos.

Tal vez hoy también nos pase un poco de lo mismo. Somos invitados por Dios al banquete del reino, pero muchas veces tenemos excelentes disculpas para no participar de la fiesta de Dios; y fácilmente nos podemos convertir en obstáculos para que otros se encuentren con Dios. No nos contentamos con despreciar la invitación, sino que, además, impedimos que otros vayan a la fiesta. Mejor dicho, nos pasa como al perro del hortelano, que ni come, ni deja comer...

TAMBIÉN HOY ES POSIBLE ESCUCHAR A DIOS
José Antonio Pagola

Lo dicen todos los estudios. La religión está en crisis en las sociedades desarrolladas de Occidente. Son cada vez menos los que se interesan por las creencias religiosas. Las elaboraciones de los teólogos no tienen apenas eco. Los jóvenes abandonan las prácticas religiosas. La sociedad se desliza hacia una indiferencia creciente.

Hay, sin embargo, algo que nunca hemos de olvidar a los creyentes. Dios no está en crisis. Esa Realidad suprema hacia la que apuntan las religiones con nombres diferentes sigue viva y operante. Dios también está hoy en contacto inmediato con cada ser humano. La crisis de lo religioso no puede impedir que Dios se siga ofreciendo a cada persona en el fondo misterioso de su conciencia.

Desde esta perspectiva, es un error «demonizar» en exceso la actual crisis religiosa, como si fuera una situación imposible para la acción salvadora de Dios. No es así. Cada contexto sociocultural tiene sus condiciones más o menos favorables para el desarrollo de una determinada religión, pero el ser humano mantiene intactas sus posibilidades de abrirse al Misterio último de la vida, que le interpela desde lo íntimo de su conciencia.

La parábola de «los invitados a la boda» lo recuerda de manera expresiva. Dios no excluye a nadie. Su único anhelo es que la historia humana termina en una fiesta gozosa. Su único deseo, que la sala espaciosa del banquete se llene de invitados. Todo ya está preparado. Nadie puede impedir a Dios que haga llegar a todos su invitación.

Es cierto que la llamada religiosa encuentra rechazo en no pocos, pero la invitación de Dios no se detiene. La pueden escuchar todos, «buenos y malos», los que viven en «la ciudad» y los que andan perdidos «por los cruces de los caminos». Toda persona que escucha la llamada del bien, del amor y de la justicia está acogiendo a Dios.

Pienso en tantas personas que lo ignoran casi todo de Dios. Solo conocen una caricatura de lo religioso. Nunca podrán sospechar «la alegría de creer». Estoy seguro de que Dios está vivo y operando en lo más íntimo de su ser. Estoy convencido de que muchos de ellos acogen su invitación por caminos que a mí se me escapan.

PREFERIMOS LOS PLACERES Y LAS SEGURIDADES AL REINO
Fray Marcos

El domingo pasado el simbolismo se tomaba de la viña, hoy la imagen es el banquete. También es un relato polémico que acusa a los dirigentes judíos de haber rechazado la oferta de salvación que Dios les hace por medio de Jesús. El relato intenta superar el trauma de la separación de la religión judía y advertir del peligro de repetir los mismos errores en la comunidad. Insiste en el tema de la universalidad, que tantos quebraderos de cabeza produjeron a los primeros cristianos. No es fácil renunciar a los privilegios.
El texto de Is es una joya. El profeta tiene que hablar a un pueblo que atraviesa la peor crisis de su historia. Lo hace con una visión de futuro muy lúcida. Creo que hoy el texto del AT supera al evangelio, en belleza formal y en mensaje teológico. Naturalmente es un lenguaje simbólico. Habla de manjares enjundiosos y vinos generosos, de quitar el luto de todos los pueblos, de alejar el oprobio y jugar las lágrimas de todos los rostros, de aniquilar la muerte para siempre. Bella oferta para un pueblo hundido en la miseria.
Se trata de una salvación total por parte de un Dios en quien confía en el profeta a pesar de las circunstancias adversas. El intento de Is es que todo el pueblo soporte la dura prueba, confiando en su Dios, en cuyas manos está su futuro. Lo verdaderamente importante del relato de Is es el chispazo apuntado que tenemos que descubrir; es éste: Dios salve a todos. Y digo apuntado, porque también allí se ponen condiciones: los que no son judíos se ven obligados a venir a “este” monte (Jerusalén) para encontrar la salvación.
Como la viña, el banquete es una imagen repetida en el AT. Para Jesús significa el Reino de Dios. Para los que pasan hambre diariamente, es una ocasión única para quitar las penas. En concreto, el banquete de boda era la única ocasión que tenía el pueblo sencillo de celebrar una fiesta y olvidarse de la dura realidad de una vida cuyo primer objetivo era llenar el estómago. Naturalmente no se trata más que de una metáfora para indicar que Dios está dispuesto a sacar los anhelos del ser humano.
También hoy, Mt alegoriza el relato y lo completo con la segunda parte (ausencia del vestido de boda) que no está en Lc. Es el Padre el que invita a la boda de su Hijo. Los primeros invitados son los jefes religiosos judíos que se negaron a aceptar el mensaje de Jesús. El prender fuego a la ciudad hace una alusión clara a la destrucción de Jerusalén. Los nuevos invitados son todos los seres humanos, sin importar ni raza ni condición social y, lo que es más escandaloso, sin importar si son buenos o malos.
Podemos pensar que en el relato, leído literalmente, existe una distorsión del mensaje de Jesús. El Dios de Jesús no es un señor que monta en cólera y manda acabar con aquellos asesinos. Esto no tiene nada que ver con la idea que Jesús tiene de Dios, pero responde muy bien al Dios del AT que a su vez refleja la manera de ser del hombre, proyectada sobre Dios. Es una pena que sigamos insistiendo hoy en esa idea de Dios. Nos sentimos más a gusto con el Dios que premia y castiga que con el de Jesús.
Tampoco el añadido del individuo que no llevaba traje de fiesta, tiene mucho que ver con el evangelio. Si salen a los cruces de los caminos para obligar a toda la gente que encuentren, ¿qué sentido tiene que se le exija un vestido de boda? ¿Es que la gente va por los caminos vestidos de boda? Puede hacer referencia a la túnica blanca que se entregó a los recién bautizados. Claro que la intención del evangelista es buena, pero se ha entendido literalmente y nos ha metido por callejones sin salida.
El texto quiere evitar malas interpretaciones de la pertenencia a la comunidad. Era muy fácil entrar a formar parte de la comunidad y aprovechar todas las ventajas sin vivir de acuerdo con el evangelio. No basta pertenecer a una comunidad. Solo el que de verdad se revista de Cristo (Pablo), puede estar seguro de entrar en el Reino. Dios no toma represalias contra nadie. Solo se queda fuera el que no acepta el don.
El mensaje de las lecturas de hoy tiene una acuciante actualidad. Dios llama a todos, hoy como ayer. La respuesta vital de cada uno puede ser sí o no. Esa respuesta es la que marca la diferencia entre unos y otros. Si preferimos las tierras o los negocios, quiere decir que es eso lo que de verdad nos interesa. El banquete es el mismo para todos, pero a los que valoran más los bienes materiales, no les interesa. Todo el evangelio es una invitación; si no respondemos que sí con nuestra vida, estamos diciendo que no.
Cuando el texto dice que los primeros invitados no se lo merecían, tiene razón, pero existe el peligro grave de creer que los llamados en segunda convocatoria lo merecían. El centro del mensaje del evangelio está en que invitan a todos: malos y buenos. Esto es lo que no terminamos de comprender y aceptar. Seguimos creyéndonos los elegidos, los privilegiados, los buenos con derecho a excluir: “fuera de la Iglesia no hay salvación”.
Como parábola, el punto de inflexión está en rechazar la oferta. Nadie rechaza un banquete. Ojo a los motivos de los primeros invitados para rechazar la oferta. La llamada a una vida en profundidad queda ofuscada, entonces y ahora, por el hedonismo superficial. El peligro está en tener oídos para los cantos de sirenas, y no para la invitación que viene de lo hondo de nuestro ser que nos invita a una plenitud humana. La clave está en descubrir lo que es bueno y separarlo de lo que es aparentemente bueno.
No puede haber banquete, no puede haber alegría, si alguno de los invitados tiene motivos para llorar. Solamente cuando hayan desaparecido las lágrimas de todos los rostros, podremos sentarnos a celebrar la gran fiesta. La realidad de nuestro mundo nos muestra muchas lágrimas y sufrimiento causados ​​por nuestro egoísmo. Seguimos empeñados en el pequeño negocio de nuestra salvación individual, sin darnos cuenta de que una salvación que no incorpora la salvación del otro, no es cristiana ni humana.
Dios no nos puede prometer nada, porque ya nos lo ha dado todo. Nuestra existencia es el primer don. Ese regalo está demasiado envuelto, podemos pasar toda la vida sin descubrirlo. Esta es la cuestión que tenemos que dilucidar como cristianos. El problema de los creyentes es que presentamos un regalo excelente en un envoltorio que da asco. No presentamos un cristianismo que lleve a la felicidad humana más allá del hedonismo.
Efectivamente, es la mejor noticia: Dios me invita a su mesa. Pero el no invitar a mi propia mesa a los que pasan hambre, es la prueba de que no he aceptado su invitación. La invitación no aceptada se volverá contra mí. Sigue siendo una trampa el proyectar la fiesta, la alegría, la felicidad para el más allá. Nuestra obligación es hacer de la vida, aquí y ahora, una fiesta para todos. Si no es para todos, ¿quién puede alegrarse de verdad?
 

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