Domingo de Ramos - Semana Santa – Ciclo A (Mateo 27, 11-54) 2 de abril de 2023
Evangelio según san Mateo
26,14-27,66
Uno de los doce discípulos, el que se llamaba Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes y les dijo: —¿Cuánto me quieren dar, y yo les entrego a Jesús? Ellos le pagaron treinta monedas de plata. Y desde entonces Judas anduvo buscando el momento más oportuno para entregarles a Jesús. El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: —¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? Él les contestó: —Vayan a la ciudad, a casa de Fulano, y díganle: “El Maestro dice: Mi hora está cerca, y voy a tu casa a celebrar la Pascua con mis discípulos.” …
(continuar la lectura completa en: https://bit.ly/PasionCicloA)
Reflexiones
Buena Nueva
#Microhomilia
Como el salmista, en algunas ocasiones de
nuestra vida hemos tenido la experiencia de sentir que Dios no está, que Dios
nos ha abandonado. Son momentos de oscuridad en que somos víctimas del mal, de
la enfermedad, la incomprensión, la injusticia, etc. ¿Qué hice mal? ¿Por qué a
mi? El mal es un misterio presente en nuestra realidad y nos embate de vez en
cuando. Pero ante estas experiencias no estamos solos, Dios no irrumpe el orden
de su creación como un mítico dios griego, sino que se ha encarnado, se ha
hecho el Dios con nosotros al grado de ser también víctima del mal del mundo.
Tomó sin trampas nuestra condición y así nos muestra una ruta, que esta Semana
Santa vamos a recorrer, haciendo memorial de nuestra historia de salvación,
renovando nuestra esperanza.
Hoy Domingo de Ramos es día para refrendar
nuestra adhesión, seguimiento y gratitud a Cristo, en quien encontramos el horizonte
de compañía y esperanza cuando sentimos, como que Dios nos hubiese abandonado.
Elevemos pues "las palmas" y hagamos conciencia de su presencia con
nosotros.
#FelizDomingo
#DomingoDeRamos
“Guarda tu espada en su lugar”
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Contemplar el mundo desde la Pasión del Señor,
especialmente cuando estamos todos conmocionados por una enorme crisis
planetaria producida por la guerra en Ucrania, la crisis climática, la
postpandemia, la inflación y otros fenómenos globales, nos invita a
preguntarnos por el origen de la fuerza salvífica de esa Pasión en nuestra
propia historia. Tal vez no haya que dar muchas vueltas y resumir el mensaje
que Dios nos regala en la Pasión de Jesús diciendo que no podemos vencer el mal
haciendo el mal. Que la violencia no puede ser vencida con más violencia.
Después de unos años críticos en los que bajó
la intensidad de muchos conflictos que enfrentaban a pueblos y naciones, así
como las diferencias y tensiones entre personas particulares. Estábamos
concentrados en combatir un enemigo nuevo que nos atacaba a todos por igual.
Nos sentimos, de alguna manera, unidos en una nueva cruzada por una amenaza que
no tiene distingue credos, grupos sociales, razas ni convicciones políticas. La
situación generada por la pandemia nos unió en cierto modo. Esperábamos que la
humanidad saliera fortalecida de este cataclismo y aprendiera que lo único que
nos puede salvar son las dinámicas de apoyo, de colaboración y los esfuerzos
compartidos por hacer que todos tengamos vida y salud. Pero no ha sido así.
No quiero ser pesimista, pero pasados los
picos de la pandemia, volvimos a caer en la dinámica de la ley del Talión: ojo
por ojo y diente por diente, olvidando que la violencia no se combate con la
violencia y que la derrota del enemigo no puede ser el cimiento de una paz
duradera. Y allí es donde viene el mensaje de la Pasión del Señor, que pone en
duda lo que normalmente pensamos que es más eficaz para combatir el mal. Jesús
nos enseña que la paz no se construye con la guerra: “Todos los que pelean con
la espada, también a espada morirán”, decía Jesús en Getsemaní al ser
arrestado. No fue fácil dar este paso ni es fácil hoy levantar esta bandera
cuando vivimos tiempos de guerra y aparecen enemigos por todos lados. Pero no
podemos olvidar a Erasmo de Rotterdam cuando decía que la guerra era dulce sólo
para el que no la ha probado.
Leyendo la Pasión del Señor según San Mateo,
ha vuelto a rechinar en mi interior una pieza que no acaba nunca de ajustarse
en todo el engranaje de la vida de Jesús: ¿Por qué no huyó ante la inminencia
de la muerte? “Después del beso de Judas Jesús le contestó: –Amigo, adelante
con tus planes”. ¿Por qué no se defendió con la fuerza? Después de que “uno de
los que estaban con Jesús sacó su espada y le cortó una oreja al criado del
sumo sacerdote, Jesús le dijo: –Guarda tu espada en su lugar” ¿Por qué no se defendió
ante Caifás? “Entonces el sumo sacerdote se levantó y preguntó a Jesús: –¿No
contestas nada? ¿Qué es esto que están diciendo contra ti? Pero Jesús se quedó
callado”. ¿Por qué no se defendió ante Pilato? “Mientras los jefes de los
sacerdotes y los ancianos lo escuchaban, Jesús no respondió nada. Por eso
Pilato le preguntó: –¿No oyes todo lo que están diciendo contra ti? Pero Jesús
no le contestó ni una sola palabra”.
El silencio de Jesús, la actitud paciente frente
a la burla, la difamación, el insulto, los golpes, la tortura, la muerte
violenta, todavía nos escandalizan. Con razón él decía: “Todos ustedes van a
perder su fe en mi esta noche”. ¿Quién no? Lo que hace Jesús sobrepasa nuestras
posibilidades. ¿Quién está preparado para seguir esta propuesta hoy? ¿Quién
cree que entregar la vida es más eficaz que imponerse y dominar a otros? ¿Quién
está dispuesto a defender que la pasión de un justo es una fuente de salvación
para toda la humanidad? Cualquiera entiende hoy ese versículo de Mateo al final
del arresto de Jesús: “En aquel momento, todos los discípulos dejaron solo a
Jesús y huyeron”. Ojalá pudiéramos tener la dicha de no escandalizarnos de la
Pasión del Señor y él mismo nos concediera la gracia que le regaló al capitán
romano que fue testigo de esta tragedia, para poder decir con él:
“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.
CARGAR CON LA CRUZ
Lo que nos hace cristianos es seguir a Jesús.
Nada más. Este seguimiento a Jesús no es algo teórico o abstracto. Significa
seguir sus pasos, comprometernos como él a «humanizar la vida», y vivir así
contribuyendo a que, poco a poco, se vaya haciendo realidad su proyecto de un
mundo donde reine Dios y su justicia.
Esto quiere decir que los seguidores de Jesús
estamos llamados a poner verdad donde hay mentira, a introducir justicia donde
hay abusos y crueldad con los más débiles, a reclamar compasión donde hay
indiferencia ante los que sufren. Y esto exige construir comunidades donde se
viva con el proyecto de Jesús, con su espíritu y sus actitudes.
Seguir así a Jesús trae consigo conflictos,
problemas y sufrimiento. Hay que estar dispuestos a cargar con las reacciones y
resistencias de quienes, por una razón u otra, no buscan un mundo más humano,
tal como lo quiere ese Dios encarnado en Jesús. Quieren otra cosa.
Los evangelios han conservado una llamada
realista de Jesús a sus seguidores. Lo escandaloso de la imagen solo puede
provenir de él: «Si alguno quiere venir detrás de mí… cargue sobre las espaldas
su cruz y sígame». Jesús no los engaña. Si le siguen de verdad, tendrán que
compartir su destino. Terminarán como él. Esa será la mejor prueba de que su
seguimiento es fiel.
Seguir a Jesús es una tarea apasionante: es
difícil imaginar una vida más digna y noble. Pero tiene un precio. Para seguir
a Jesús es importante «hacer»: hacer un mundo más justo y más humano; hacer una
Iglesia más fiel a Jesús y más coherente con el evangelio. Sin embargo, es tan
importante o más «padecer»: padecer por un mundo más digno; padecer por una
Iglesia más evangélica.
Al final de su vida, el teólogo Karl Rahner
escribió esto: «Creo que ser cristiano es la tarea más sencilla, la más simple
y, a la vez, aquella pesada “carga ligera” de que habla el evangelio. Cuando
uno carga con ella, ella carga con uno, y cuanto más tiempo viva uno, tanto más
pesada y más ligera llegará a ser. Al final solo queda el misterio. Pero es el
misterio de Jesús».
SABEMOS MUY POCO DE LO QUE PASÓ EN LA PASIÓN
Y MUERTE DE JESÚS
Es difícil admitir que no sabemos lo que sucedió en la muerte de Jesús. Hemos dado por supuesto que todo lo que nos dicen los evangelios es lo que realmente pasó. Nos hubiera gustado que primero nos dijeran lo que pasó y luego nos dieran su interpretación de los hechos. En realidad, a los evangelistas no les importa lo que pasó. Incluso se inventan los hechos para adecuarlos a la interpretación (esto sucedió para que se cumpliese la Escritura). Si en la Pasión los cuatro evangelios se hagan sinópticos, se debe a que ese relato fue el primero en ponerse por escrito.
Hoy la liturgia comienza con el recuerdo de la entrada
“triunfal” en Jerusalén. Es muy difícil precisar el sentido exacto que pudo dar
Jesús a la entrada en Jerusalén de ese modo tan peculiar. Seguramente no
coincidió con la interpretación que le dieron sus discípulos. Cuando se fijaron
por escrito los relatos, ya habían pasado cuarenta o setenta años, y sus
seguidores habían cambiado radicalmente la comprensión de Jesús. Lo que
intentan trasmitirnos es esa comprensión.
Con los datos que tenemos no podemos pensar en una entrada
solemne. Si era política, no lo hubiera permitido el poder romano. Si era
religiosa, no lo hubiera permitido el poder religioso. Ambos tenían medios más
que suficientes para actuar contra una manifestación masiva. Mucho más en
Pascua, que era momento de máxima alerta política y religiosa. No cabe duda de
que algo pasó, pero no debemos imaginarlo como un acto espectacular sino como
un acto profético de un pequeño grupo. Todos los grupos de peregrinos llegaban
en ambiente festivo.
Seguramente se trató de una muestra de adhesión por parte
del pequeño grupo que acompañaba a Jesús, a los que posiblemente se unieron
otros que venían de Galilea. Recordemos que la subida a la fiesta de Pascua se
hacía siempre como romería, en grupos numerosos, en los que se manifestaba el
júbilo por acercarse a la ciudad santa y al Templo. Los gritos son intentos de
dar una explicación a lo ocurrido. Lo mismo los mantos y ramos expresan la
actitud de los que le seguían.
La mayoría del pueblo estuvo siempre del lado de los
jefes. Estos son los que piden la muerte de Jesús. No tiene sentido insistir en
que el mismo pueblo que lo aclama hoy como Rey, pida el viernes su crucifixión.
Tampoco podemos minimizar el número de los acompañantes de Jesús. Los
evangelios nos dicen que en varias ocasiones los dirigentes no se atrevieron a
detenerle por el gran número de seguidores. En realidad, lo detuvieron de noche
con la ayuda de un traidor.
Pasión y muerte de Jesús
Pocos aspectos de la vida de Jesús han sido tan
manipulados como su muerte. Pero ha sido también la mayor tergiversación del
Dios de Jesús. Desde su perspectiva, es lógico que se pensara en un Dios que
exige la muerte de su propio hijo para poder perdonar los pecados de los seres
humanos. Esta idea es lo más contrario a la predicación de Jesús sobre Dios que
pudiéramos imaginar.
1º Su muerte no fue exigida, ni programada, ni permitida
por Dios. Dios no necesita sangre para perdonarnos. Seguir hablando de la
muerte de Jesús como condición para que Dios nos perdone es la negación más
rotunda del Dios de Jesús. Esa manera de explicar el sentido de la muerte de
Jesús no nos sirve de nada, es más, nos mete en un callejón sin salida. La
muerte de Jesús, desvinculada de su predicación y de su vida no tiene el más
mínimo significado.
2º La muerte en la cruz no fue el paso obligado para
llegar a la gloria. El domingo pasado veíamos que la muerte biológica no quita
ni añade nada a la verdadera Vida. Jesús murió por ser fiel a Dios. Jesús quiso
dejar claro, que seguir amando como Dios ama, es más importante que conservar
la vida biológica. No murió para que Dios nos amara, sino para demostrar que
nos ama siempre.
A Jesús le mataron porque estorbaba a aquellos que habían
hecho de Dios y la religión un instrumento de dominio y opresión de los más
débiles. La muerte de Jesús no se puede separar de su profetismo, es decir, de
su denuncia de la injusticia que se ejercía en nombre de Dios. Su cercanía a
los excluidos fue su mensaje fundamental. Esta actitud, defendida en nombre de
Dios, resultó inaguantable para los que solo buscaban su interés y mantener sus
privilegios.
Al demostrar que para él el amor era más importante que la
vida biológica, Jesús nos enseña el camino hacia la Vida definitiva que no es
afectada por la muerte física. Ese camino nos lleva a la plenitud humana, que
no está en asegurar nuestro “ego”, ni aquí ni en un más allá, sino en alcanzar
la plenitud del amor que nos identifica con Dios. Amando como Dios ama
potenciamos nuestro verdadero ser al máximo de sus posibilidades, desplegando
nuestra capacidad de entrega.
Debemos descubrir la presencia de Dios en nuestro
sufrimiento, en nuestra misma muerte. No podemos seguir buscando nuestra
plenitud en el triunfo y en la gloria. No debemos seguir preguntando: ¿Por qué
tanto sufrimiento y tanta muerte? ¿Dónde está el Dios Padre? Seguimos pensando
que el dolor y la muerte son incompatibles con Dios. Un Dios que no nos dé
seguridades, no nos interesa. Un Dios que no garantice la permanencia del yo
egoísta no nos serviría de nada.
Una parte de nosotros está con los dirigentes judíos y no
quiere saber nada del dolor y de la muerte. “No quiero cantar ni puedo...” Otra
parte de nosotros se siente atraída por ese hombre que viene a manifestar la
verdadera Vida y que esa plenitud es más importante que la vida terrena. En el
fondo de nosotros mismos, algo nos dice que Jesús tiene razón, que el único camino
hacia la Vida es aceptar la muerte. Pero despegarnos de nuestro “yo” sigue
siendo una meta inalcanzable.
Si tomamos conciencia de que Jesús llegó al grado máximo
de humanidad cuando fue capaz de amar más allá de la muerte, descubriremos
donde está la verdadera Vida. El secreto está en descubrir que no puede haber
Vida si no se acepta la muerte. También la muerte física, pero sobre todo la
muerte a nuestro “ego”. Jesús nos enseña que estamos aquí para deshacernos de
todo lo que hay en nosotros de terreno, de caduco, para que
se manifieste lo que hay de Divino.
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