sábado, 1 de abril de 2023

Domingo de Ramos - Semana Santa – Ciclo A

Domingo de Ramos - Semana Santa – Ciclo A (Mateo 27, 11-54) 2 de abril de 2023

 


Evangelio según san Mateo 26,14-27,66

Uno de los doce discípulos, el que se llamaba Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes y les dijo: —¿Cuánto me quieren dar, y yo les entrego a Jesús? Ellos le pagaron treinta monedas de plata. Y desde entonces Judas anduvo buscando el momento más oportuno para entregarles a Jesús. El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: —¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? Él les contestó: —Vayan a la ciudad, a casa de Fulano, y díganle: “El Maestro dice: Mi hora está cerca, y voy a tu casa a celebrar la Pascua con mis discípulos.” …

(continuar la lectura completa en: https://bit.ly/PasionCicloA)

Reflexiones Buena Nueva

#Microhomilia

Hernán Quezada, SJ 

Como el salmista, en algunas ocasiones de nuestra vida hemos tenido la experiencia de sentir que Dios no está, que Dios nos ha abandonado. Son momentos de oscuridad en que somos víctimas del mal, de la enfermedad, la incomprensión, la injusticia, etc. ¿Qué hice mal? ¿Por qué a mi? El mal es un misterio presente en nuestra realidad y nos embate de vez en cuando. Pero ante estas experiencias no estamos solos, Dios no irrumpe el orden de su creación como un mítico dios griego, sino que se ha encarnado, se ha hecho el Dios con nosotros al grado de ser también víctima del mal del mundo. Tomó sin trampas nuestra condición y así nos muestra una ruta, que esta Semana Santa vamos a recorrer, haciendo memorial de nuestra historia de salvación, renovando nuestra esperanza.

Hoy Domingo de Ramos es día para refrendar nuestra adhesión, seguimiento y gratitud a Cristo, en quien encontramos el horizonte de compañía y esperanza cuando sentimos, como que Dios nos hubiese abandonado. Elevemos pues "las palmas" y hagamos conciencia de su presencia con nosotros.

#FelizDomingo #DomingoDeRamos 

“Guarda tu espada en su lugar”

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Contemplar el mundo desde la Pasión del Señor, especialmente cuando estamos todos conmocionados por una enorme crisis planetaria producida por la guerra en Ucrania, la crisis climática, la postpandemia, la inflación y otros fenómenos globales, nos invita a preguntarnos por el origen de la fuerza salvífica de esa Pasión en nuestra propia historia. Tal vez no haya que dar muchas vueltas y resumir el mensaje que Dios nos regala en la Pasión de Jesús diciendo que no podemos vencer el mal haciendo el mal. Que la violencia no puede ser vencida con más violencia.

Después de unos años críticos en los que bajó la intensidad de muchos conflictos que enfrentaban a pueblos y naciones, así como las diferencias y tensiones entre personas particulares. Estábamos concentrados en combatir un enemigo nuevo que nos atacaba a todos por igual. Nos sentimos, de alguna manera, unidos en una nueva cruzada por una amenaza que no tiene distingue credos, grupos sociales, razas ni convicciones políticas. La situación generada por la pandemia nos unió en cierto modo. Esperábamos que la humanidad saliera fortalecida de este cataclismo y aprendiera que lo único que nos puede salvar son las dinámicas de apoyo, de colaboración y los esfuerzos compartidos por hacer que todos tengamos vida y salud. Pero no ha sido así.

No quiero ser pesimista, pero pasados los picos de la pandemia, volvimos a caer en la dinámica de la ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente, olvidando que la violencia no se combate con la violencia y que la derrota del enemigo no puede ser el cimiento de una paz duradera. Y allí es donde viene el mensaje de la Pasión del Señor, que pone en duda lo que normalmente pensamos que es más eficaz para combatir el mal. Jesús nos enseña que la paz no se construye con la guerra: “Todos los que pelean con la espada, también a espada morirán”, decía Jesús en Getsemaní al ser arrestado. No fue fácil dar este paso ni es fácil hoy levantar esta bandera cuando vivimos tiempos de guerra y aparecen enemigos por todos lados. Pero no podemos olvidar a Erasmo de Rotterdam cuando decía que la guerra era dulce sólo para el que no la ha probado.

Leyendo la Pasión del Señor según San Mateo, ha vuelto a rechinar en mi interior una pieza que no acaba nunca de ajustarse en todo el engranaje de la vida de Jesús: ¿Por qué no huyó ante la inminencia de la muerte? “Después del beso de Judas Jesús le contestó: –Amigo, adelante con tus planes”. ¿Por qué no se defendió con la fuerza? Después de que “uno de los que estaban con Jesús sacó su espada y le cortó una oreja al criado del sumo sacerdote, Jesús le dijo: –Guarda tu espada en su lugar” ¿Por qué no se defendió ante Caifás? “Entonces el sumo sacerdote se levantó y preguntó a Jesús: –¿No contestas nada? ¿Qué es esto que están diciendo contra ti? Pero Jesús se quedó callado”. ¿Por qué no se defendió ante Pilato? “Mientras los jefes de los sacerdotes y los ancianos lo escuchaban, Jesús no respondió nada. Por eso Pilato le preguntó: –¿No oyes todo lo que están diciendo contra ti? Pero Jesús no le contestó ni una sola palabra”. 

El silencio de Jesús, la actitud paciente frente a la burla, la difamación, el insulto, los golpes, la tortura, la muerte violenta, todavía nos escandalizan. Con razón él decía: “Todos ustedes van a perder su fe en mi esta noche”. ¿Quién no? Lo que hace Jesús sobrepasa nuestras posibilidades. ¿Quién está preparado para seguir esta propuesta hoy? ¿Quién cree que entregar la vida es más eficaz que imponerse y dominar a otros? ¿Quién está dispuesto a defender que la pasión de un justo es una fuente de salvación para toda la humanidad? Cualquiera entiende hoy ese versículo de Mateo al final del arresto de Jesús: “En aquel momento, todos los discípulos dejaron solo a Jesús y huyeron”. Ojalá pudiéramos tener la dicha de no escandalizarnos de la Pasión del Señor y él mismo nos concediera la gracia que le regaló al capitán romano que fue testigo de esta tragedia, para poder decir con él: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.

CARGAR CON LA CRUZ

José Antonio Pagola

Lo que nos hace cristianos es seguir a Jesús. Nada más. Este seguimiento a Jesús no es algo teórico o abstracto. Significa seguir sus pasos, comprometernos como él a «humanizar la vida», y vivir así contribuyendo a que, poco a poco, se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo donde reine Dios y su justicia.

Esto quiere decir que los seguidores de Jesús estamos llamados a poner verdad donde hay mentira, a introducir justicia donde hay abusos y crueldad con los más débiles, a reclamar compasión donde hay indiferencia ante los que sufren. Y esto exige construir comunidades donde se viva con el proyecto de Jesús, con su espíritu y sus actitudes.

Seguir así a Jesús trae consigo conflictos, problemas y sufrimiento. Hay que estar dispuestos a cargar con las reacciones y resistencias de quienes, por una razón u otra, no buscan un mundo más humano, tal como lo quiere ese Dios encarnado en Jesús. Quieren otra cosa.

Los evangelios han conservado una llamada realista de Jesús a sus seguidores. Lo escandaloso de la imagen solo puede provenir de él: «Si alguno quiere venir detrás de mí… cargue sobre las espaldas su cruz y sígame». Jesús no los engaña. Si le siguen de verdad, tendrán que compartir su destino. Terminarán como él. Esa será la mejor prueba de que su seguimiento es fiel.

Seguir a Jesús es una tarea apasionante: es difícil imaginar una vida más digna y noble. Pero tiene un precio. Para seguir a Jesús es importante «hacer»: hacer un mundo más justo y más humano; hacer una Iglesia más fiel a Jesús y más coherente con el evangelio. Sin embargo, es tan importante o más «padecer»: padecer por un mundo más digno; padecer por una Iglesia más evangélica.
Al final de su vida, el teólogo Karl Rahner escribió esto: «Creo que ser cristiano es la tarea más sencilla, la más simple y, a la vez, aquella pesada “carga ligera” de que habla el evangelio. Cuando uno carga con ella, ella carga con uno, y cuanto más tiempo viva uno, tanto más pesada y más ligera llegará a ser. Al final solo queda el misterio. Pero es el misterio de Jesús».

 

SABEMOS MUY POCO DE LO QUE PASÓ EN LA PASIÓN Y MUERTE DE JESÚS

Fray Marcos

Es difícil admitir que no sabemos lo que sucedió en la muerte de Jesús. Hemos dado por supuesto que todo lo que nos dicen los evangelios es lo que realmente pasó. Nos hubiera gustado que primero nos dijeran lo que pasó y luego nos dieran su interpretación de los hechos. En realidad, a los evangelistas no les importa lo que pasó. Incluso se inventan los hechos para adecuarlos a la interpretación (esto sucedió para que se cumpliese la Escritura). Si en la Pasión los cuatro evangelios se hagan sinópticos, se debe a que ese relato fue el primero en ponerse por escrito.

Hoy la liturgia comienza con el recuerdo de la entrada “triunfal” en Jerusalén. Es muy difícil precisar el sentido exacto que pudo dar Jesús a la entrada en Jerusalén de ese modo tan peculiar. Seguramente no coincidió con la interpretación que le dieron sus discípulos. Cuando se fijaron por escrito los relatos, ya habían pasado cuarenta o setenta años, y sus seguidores habían cambiado radicalmente la comprensión de Jesús. Lo que intentan trasmitirnos es esa comprensión.

Con los datos que tenemos no podemos pensar en una entrada solemne. Si era política, no lo hubiera permitido el poder romano. Si era religiosa, no lo hubiera permitido el poder religioso. Ambos tenían medios más que suficientes para actuar contra una manifestación masiva. Mucho más en Pascua, que era momento de máxima alerta política y religiosa. No cabe duda de que algo pasó, pero no debemos imaginarlo como un acto espectacular sino como un acto profético de un pequeño grupo. Todos los grupos de peregrinos llegaban en ambiente festivo.

Seguramente se trató de una muestra de adhesión por parte del pequeño grupo que acompañaba a Jesús, a los que posiblemente se unieron otros que venían de Galilea. Recordemos que la subida a la fiesta de Pascua se hacía siempre como romería, en grupos numerosos, en los que se manifestaba el júbilo por acercarse a la ciudad santa y al Templo. Los gritos son intentos de dar una explicación a lo ocurrido. Lo mismo los mantos y ramos expresan la actitud de los que le seguían.

La mayoría del pueblo estuvo siempre del lado de los jefes. Estos son los que piden la muerte de Jesús. No tiene sentido insistir en que el mismo pueblo que lo aclama hoy como Rey, pida el viernes su crucifixión. Tampoco podemos minimizar el número de los acompañantes de Jesús. Los evangelios nos dicen que en varias ocasiones los dirigentes no se atrevieron a detenerle por el gran número de seguidores. En realidad, lo detuvieron de noche con la ayuda de un traidor.

Pasión y muerte de Jesús

Pocos aspectos de la vida de Jesús han sido tan manipulados como su muerte. Pero ha sido también la mayor tergiversación del Dios de Jesús. Desde su perspectiva, es lógico que se pensara en un Dios que exige la muerte de su propio hijo para poder perdonar los pecados de los seres humanos. Esta idea es lo más contrario a la predicación de Jesús sobre Dios que pudiéramos imaginar.

1º Su muerte no fue exigida, ni programada, ni permitida por Dios. Dios no necesita sangre para perdonarnos. Seguir hablando de la muerte de Jesús como condición para que Dios nos perdone es la negación más rotunda del Dios de Jesús. Esa manera de explicar el sentido de la muerte de Jesús no nos sirve de nada, es más, nos mete en un callejón sin salida. La muerte de Jesús, desvinculada de su predicación y de su vida no tiene el más mínimo significado.

2º La muerte en la cruz no fue el paso obligado para llegar a la gloria. El domingo pasado veíamos que la muerte biológica no quita ni añade nada a la verdadera Vida. Jesús murió por ser fiel a Dios. Jesús quiso dejar claro, que seguir amando como Dios ama, es más importante que conservar la vida biológica. No murió para que Dios nos amara, sino para demostrar que nos ama siempre.

A Jesús le mataron porque estorbaba a aquellos que habían hecho de Dios y la religión un instrumento de dominio y opresión de los más débiles. La muerte de Jesús no se puede separar de su profetismo, es decir, de su denuncia de la injusticia que se ejercía en nombre de Dios. Su cercanía a los excluidos fue su mensaje fundamental. Esta actitud, defendida en nombre de Dios, resultó inaguantable para los que solo buscaban su interés y mantener sus privilegios.

Al demostrar que para él el amor era más importante que la vida biológica, Jesús nos enseña el camino hacia la Vida definitiva que no es afectada por la muerte física. Ese camino nos lleva a la plenitud humana, que no está en asegurar nuestro “ego”, ni aquí ni en un más allá, sino en alcanzar la plenitud del amor que nos identifica con Dios. Amando como Dios ama potenciamos nuestro verdadero ser al máximo de sus posibilidades, desplegando nuestra capacidad de entrega.

Debemos descubrir la presencia de Dios en nuestro sufrimiento, en nuestra misma muerte. No podemos seguir buscando nuestra plenitud en el triunfo y en la gloria. No debemos seguir preguntando: ¿Por qué tanto sufrimiento y tanta muerte? ¿Dónde está el Dios Padre? Seguimos pensando que el dolor y la muerte son incompatibles con Dios. Un Dios que no nos dé seguridades, no nos interesa. Un Dios que no garantice la permanencia del yo egoísta no nos serviría de nada.

Una parte de nosotros está con los dirigentes judíos y no quiere saber nada del dolor y de la muerte. “No quiero cantar ni puedo...” Otra parte de nosotros se siente atraída por ese hombre que viene a manifestar la verdadera Vida y que esa plenitud es más importante que la vida terrena. En el fondo de nosotros mismos, algo nos dice que Jesús tiene razón, que el único camino hacia la Vida es aceptar la muerte. Pero despegarnos de nuestro “yo” sigue siendo una meta inalcanzable.

Si tomamos conciencia de que Jesús llegó al grado máximo de humanidad cuando fue capaz de amar más allá de la muerte, descubriremos donde está la verdadera Vida. El secreto está en descubrir que no puede haber Vida si no se acepta la muerte. También la muerte física, pero sobre todo la muerte a nuestro “ego”. Jesús nos enseña que estamos aquí para deshacernos de todo lo que hay en nosotros de terreno, de caduco, para que se manifieste lo que hay de Divino.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

  III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C ( Lucas 1, 1-4; 4, 14-21 ) – enero 26, 2025  Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10; Salmo 18; 1 Corintios...